Desde la Baja Edad Media, los españoles atribuyeron una considerable importancia a la cocina. Ya en el siglo VII, San Isidoro de Sevilla escribió el libro "Etimologías", en el que -además de teorizar acerca de diferentes aspectos del saber de su tiempo-, realizó un importante aporte para conocer la alimentación y la cocina ibérica. Pero también es famoso el libro "La cocinación" que usaban los monjes de la orden de los Capuchinos de Andalucía; las recetas de los frailes del Monasterio de Alcántara; el "Libro de guisados, manjares y potajes" de Ruperto de Nolla, o el "Arte Cisoria" de Enrique, marqués de Villena, escrito en 1423.
Pero sin duda, la invasión de los árabes en el año 711 y el descubrimiento de América transformaron la cocina española. Los primeros introdujeron en la península la caña de azúcar, la granada, la berenjena y especias como la nuez moscada, la pimienta negra y el azafrán. Aún más, muchos historiadores sostienen que fueron los musulmanes los responsables de mejorar la industria de uno de los elementos más destacados de la cocina española: el arroz.
En tanto, del Nuevo Mundo, Cristóbal Colón se llevó la papa, el tomate, las semillas de cacao y los pimientos, dando origen así a una revolución gastronómica.
El plato nacional español por excelencia es El Cocido -también conocido como El Pote o La Olla-, que se sirve en cualquier ciudad de la península respetando todas sus cualidades e ingredientes: garbanzos, papas, repollo, nabo, carne de vaca, hueso de tuétano, tocino, chorizo y morcilla.
Se trata de una mezcla de carnes, legumbres y verduras cocidos todos juntos. Habitualmente, el comensal lo pide en tres tandas -conocidas como "vuelcos"-: primero la sopa, luego las verduras y legumbres y por último la carne.
La Sopa de Ajo es otro de los platos principales de la capital española: un caldo que sólo contiene pan, ajo, aceite y pimentón. Pero también la metrópolis española se caracteriza por dos platos muy famosos: El Besugo y Los Callos. El primero consiste en un corte de carne vacuno que se cocina al horno salpicada con pan rallado y perejil, y con unas rodajas de limón que la saborizan. Los Callos -el auténtico mondongo argentino- son saborizados con tomate, cebolla, laurel y tomillo, a lo que se suele agregarle morcilla, chorizo y daditos de jamón.
Hablar de paella en Santa Fe es sinónimo de plato difícil de lograr, básicamente, por la dificultad -y ahora también por el precio- de conseguir crustáceos, moluscos y calamares frescos. En España, las menores distancias entre las ciudades y la gran cantidad de puertos al Mediterráneo y al Atlántico, le permiten a los bares y restaurantes de toda la península, servir la paella con un sabor a pescado de mar tan fresco como delicioso.
La paella nació en el siglo XIX en la zona de Albufera, y en la actualidad está totalmente ligada a la gastronomía valenciana. Sin una receta fija que revele la fórmula de conseguir su punto exacto, el secreto de este típico plato español está dado por la posibilidad de conseguir que, tras la cocción, el grano del arroz quede seco y tierno a la vez.
Todo turista que ha tenido la posibilidad de visitar España, no se puede haber ido de la península sin haber "salido de tapas". Las Tapas o Pinchos son una especie de sandwich -sin una de las dos tapas de pan- que se popularizó y hoy es típico en toda España.
El término "tapa" nació en la ciudad de Sevilla y fue acuñado hace décadas por los asiduos clientes de un casino de la calle Sierpes que pedían al camarero que tapase con una feta de jamón o lomo las cañas de manzanilla para evitar que entrasen moscas. Al principio, sólo eran trozos de fiambre, chorizo o lomo sobre un pan, pero poco a poco los taberneros fueron aumentado la variedad, y compitiendo entre ellos para atraer a más comensales.
Ir de tapas es un amplio concepto que abarca varias acciones: beber, comer, charlar, callejear, saludar, ver y dejarse ver. Es la gran oportunidad para la conversación informal, para mostrar la generosidad o la tacañería, que en Sevilla se muestra en una medida muy particular que se conoce como "la convidá". El rito obliga a que unos y otros discutan sobre quién paga cada tapa, cuestión que puede llevar varios minutos y que suele resolverse con promesas de nuevos convidás en el siguiente bar o tasca.