"Somos un acontecer entre dos noches", le dice Kafka a Janouch. Partamos de esta evidencia tranquilizadora, cuya rotundidad, no obstante, ha perturbado en sucesivas épocas a espíritus dotados de una ataraxia a toda prueba. La resistencia a aceptar que el hombre surge de la nada y que su vida desemboca en el mismo no-sitio, ha previsto un orden sacramental, cuya finalidad trasciende el acontecer. Respetamos sólo al creyente que sigue los pasos de Cristo, nunca al hipócrita. De nada vale la bella y serena contingencia. Había que otorgarle un sentido, como si estar en el mundo no fuera un fin en sí mismo. Resentimiento, cobardía y perenne comercialización en todos los órdenes de la existencia, traicionaron el sencillo y corto transcurrir, provocando hecatombres y teorías disecadas, con las que el hombre se decolora, escudándose tras una imagen. Su individuación genética ha sido expulsada por otra cosa. Multitud de imágenes comercian con él fantasmas aparecidos a poco de disfrutar su ascendencia carnal.
Ex-istir: estar fuera. Algo se ha "desprendido" de la esencia y ocupa un espacio real. La fusión de dos humedades dramáticas engendra un organismo que apenas asoma la cabeza hace saber sus exigencias. Esforzándose por mantener su concretez, nace pidiendo. Extiende la mano sin otro interés de por medio, pues la conciencia, en su génesis larval, dormita como una enfermedad que mantiene latente sus síntomas. El ciclo común a todos los seres humanos (comer, dormir, defecar), fundamento de vida, no necesita examen ni bendición de nadie. Encarnado por acuerdo o por azar, a poco de ser alumbrado, vale decir extraído de tinieblas, no le queda otra alternativa que prenderse físicamente al nuevo estado. Sus chillidos constituyen el primer clamor por los derechos humanos.
El criterio con que Ciorán coloca el verdadero mal, no delante de nosotros (muerte), sino detrás (nacimiento), fuente de todas las desgracias y desastres, pretende invalidar un hecho por sus consecuencias. De tiempos inmemoriales data aquello de que el supremo bien sería no haber nacido, al que le sigue el morir lo antes posible. Premisas que cojean desde el vamos. La segunda es secreción de la primera, pero ésta es "inaplicable": bien supremo ¿para quién? ¿Nostalgia de la Nada, único sitio donde la conciencia no tiene cabida? Paralogismo de una situación sin escape. Desde luego, no hay escape posible, pero una actitud necrófila queda fuera del testamento. El Niño acoge la existencia con curiosidad y asombro. La absurdidad lo tiene sin cuidado. Apuesta por la vida, por su tramo: bajo ciertas condiciones.
Considerando que ha sido arrancado de un no-estado, de una letalidad sin protagonista, para ser arrojado a una situación de cambio y desarrollo, cuyo fin último es un retorno al primero, el asunto merece examinarse bajo una luz de inquietudes que, a lo largo de una existencia lúcida, busca justificaciones. Ninguna convincente ha sido hallada. Tampoco sabemos si el hallazgo se producirá. Aún no sabemos por qué y para qué estamos aquí. Poco importa en realidad. Nosotros no corremos en pos de certezas. Pero nos rebelamos cuando esta ignorancia fundamental es colmada con los "axiomas" que en el transcurso de la historia se ha inventado el hombre, lo que le ha permitido representar el papel que actualmente alcanza un nivel de virtuosismo probablemente insuperable en su supina imbecilidad. La repugnancia que supone estar en el mundo, experimentada con mayor lucidez en momentos críticos, aquéllos en que el vacío hace aflorar el subyacente convencimiento de estar corriendo para no llegar a ninguna parte, o cuando un ramalazo de conciencia encadenada que logra desembarazarse, nos detiene unos segundos con la sensación de que algo nos está empujando indica lo ocupados que estábamos para percibirlo. La historia del pensamiento, enfrentada a la historia de los hechos, demuestra lo poco que ha servido la primera. Un ridículo siniestro señaliza nuestro itinerario, sin que ésto nos prive gozar de la belleza fugaz de lo precario.
Salvo breves períodos de ilusionismo profesional, nada prueba hasta el presente que la existencia tenga un sentido. Los esfuerzos por otorgárselo escapan a este mundo o se incrustan en las piedras de la Razón. La única verdad perceptible es la de cierta suplantación que degenera. Cualquier ser medianamente apestado experimenta, con Strindberg, que su mente ha sido dada vuelta, rastrillada y sembrada de mala hierba. Pero el nuevo organismo traído a la vida, en su límpida latencia, es puro instante. Víctima del principio de propagación de la especie o, en el mejor de los casos "fruto del amor" (una de las idealizaciones más bastardeadas, quizás el sentimiento nominal por excelencia), ignora que ha sido condenado antes de probar su inocencia. La organización establecida lo acecha. Una machacante adecuación a sus requerimientos determinará su itinerario. He aquí el verdadero absurdo: otro tipo de muerte, la realmente macabra. Privado de los atributos elementales que hacían de toda vida un acontecimiento, el hombre sucumbe con fruición neurótica, forzadamente placentera, a la sensación de "avanzar" pletórico de convicciones, por un camino en el que no distingue el blanco del negro, ni dirección, ni flechas indicadoras. Los cinco sentidos frenológicos suplantan a simples evidencias del corazón.
Convertido en nazi del espíritu, aferrado a un "instrumentalismo" ganancial, limita sus facultades primigenias de modo tan atroz, que todas sus aspiraciones poseen la dureza de los objetos tras los cuales jadea. Rígido, "realista", inalterable y corrupto tirano de todos los tiempos, alardea e impone su estilo. Aun intelectuales, de izquierda y de derecha, se empeñan en adoctrinar acerca de un sistema u otro, destacando bondades y perversiones mutuas. Incluso nos invitan a vivir de acuerdo a ciertos cánones económicos, cayendo en la tentación fatal de proponer que el mundo se mueve en función de la expectativa de obtener beneficios. Permítanme vomitar.
El hombre que amamos: curioso, mágico, irregular, indócil, desaparece. Estableciendo un paralelo entre civilizaciones declinantes, adormecidos por principios que falsean la condición sencillamente humana y la agonía decadente que precede a la muerte definitiva del niño, obtendremos un cuadro en relieve de la "modernidad".
Carlos Catania