Ushuaia: otro país, en el mismo mapa

Enclavadas en el bosque, con vista al canal de Beagle, las cabañas son un verdadero refugio para encontrar el equilibrio.. 

Luciana y Javier vivían en barrio Guadalupe. Hace cinco años, decidieron radicarse en Ushuaia. Inauguraron un complejo de cabañas en el que reciben a muchos turistas, sobre todo extranjeros. Y aseguran que allí, al final del mapa, encontraron un país diferente.


La ventana refleja la imagen imponente del canal de Beagle. El bosque cubre el resto del paisaje y los pájaros carpinteros picoteando sobre el vidrio le imprimen un sonido exclusivo a la escena. "Así somos felices", afirman Javier Galizzi y su mujer, Luciana Lupotti.

Hace cinco años partieron de Santa Fe para cumplir su sueño: querían vivir en contacto con la naturaleza, practicar deportes invernales y disfrutar del aire libre. Un traslado en el trabajo de Javier fue el pasaporte para concretar el proyecto.

La pareja asegura que no les resultó difícil adaptarse a los 20 grados bajo cero que los esperaban en esa ciudad de 48 mil habitantes. "Lo que más nos costó es acostumbrarnos a las pocas horas de luz. Allá amanece a las 9 y el sol se pone a las 18", comenta Javier. Pero las diferencias no terminan allí.

Otro mundo


"Tenemos muchos amigos que no se adaptaron y se tuvieron que volver. Generalmente, se van a vivir a Ushuaia por una motivación profesional o económica, pero la adaptación tiene mucho que ver con la forma de ser de cada uno. La ciudad tiene un centro muy chico, los eventos culturales son pocos y hay un solo cine... Te tiene que gustar la actividad al aire libre. Hay gente que ve nevar y se deprime. A nosotros nos encanta esquiar y disfrutamos de eso", explica la pareja.

Javier asegura que es difícil armar una familia allá, porque "el concepto no está bien arraigado. Es más: muchos de los que van casados, se separan. Generalmente al varón le va bien en la parte económica y se quiere quedar, pero la mujer no se adapta porque no tiene actividades".

"Ushuaia es otro país", definen categóricos los dos. "No hay inseguridad, no hay pobreza. La gente es muy educada. Uno trabaja y sabe que el sacrificio rinde. Los autos paran en las esquinas y dejan pasar al peatón... Cosas tan simples a las que uno no estaba acostumbrado", dice Javier.

Luciana agrega algunas otras diferencias. "Nos costó hacer amigos, porque las personas son bastante frías y distantes", asegura. No obstante, hoy tienen un grupo numeroso, que les sirve de contención y a quienes les hablan permanentemente de Santa Fe.

Hace dos años nació Gino, un rubio de ojos claros que, a pesar de ser fueguino, reconoce al instante los símbolos santafesinos. "íEl puente Colgante! -grita eufórico, al ver la imagen en un cuadro-. Vamos a ir a tirar el chupete al agua, y va a pasar un pescado y se lo va a comer..." repite, casi convencido del argumento que le dio su papá antes de llegar a Santa Fe.

Las cabañas


La pareja inauguró en diciembre el complejo de cabañas Patagonia Villa. Se trata de dos cabañas de alto nivel, con capacidad para cuatro personas. Japoneses, franceses, ingleses, norteamericanos, australianos y sobre todo brasileros llegan a pasar unos días allí.

Los balcones con vista al canal de Beagle son uno de los principales atractivos del complejo. "Ahí encontrás la tranquilidad, el equilibrio", asegura Javier.

Las cabañas están ubicadas en una calle sin salida, en medio de un bosque, pero a 1.500 metros del centro. Para llegar, hay que ir bordeando el Canal. "El puerto, la bahía, las islas... Es un paisaje único", se entusiasma.

Ellos viven a pocos metros de las cabañas, lo que les permite brindar un servicio personalizado a los huéspedes: "Los buscamos en el aeropuerto, los recibimos, los asesoramos sobre las excursiones, porque ya conocemos todos los lugares. Cada persona busca algo diferente y nosotros, como no vendemos paquetes, podemos asesorarlos con imparcialidad", explica Luciana.

"Hay muchos lugares que no son turísticos, donde sólo llegás caminando, pero que son imperdibles. Se trata de sitios que el hombre todavía no ha explotado", dicen.

Volver...


A pesar de todo, la idea de volver a casa siempre está rondando. "Extrañamos a las familias, a los afectos. Extrañamos no tener la posibilidad de venir a pasar un fin de semana, porque son 3.300 kilómetros los que nos separan", dice Luciana.

Y aunque tratan de viajar dos o tres veces al año, hay ciertas cosas que no se pueden remediar. "Quisiéramos que él pudiera compartir más tiempo con sus abuelos y sus primos", dice Javier. Gino lo mira, crayones en mano. Y las líneas en el papel parecen delinear un puente. Un puente parecido a ése que su papá le mostró tantas veces en fotos.