En esta nota de De Raíces y Abuelos haremos referencia a una investigación sobre los orígenes de la familia Lanteri -oriunda de Briga Alta, Piamonte, Italia, que se asentó en el pueblo de Emilia, en nuestra provincia- la cual estuvo a cargo de Eduardo Bernardi, esposo de Esther Antonina Lanteri, de Emilia.
Está publicada en el libro I Liguri Alpini in Argentina, editado por el Comitato Provinciale per le Celebrazione Colombiane, Imperia, Italia, 1991, traducida al italiano por el Dr. Pierleone Massajioli.
En relación con el primer asentamiento de la familia Lanteri en Emilia -el segundo fue en Reconquista-, Bernardi explica que, a partir de éste y gracias al empuje y el sentido progresista impuestos por los hermanos Antonino y Santiago Lanteri, se dio el apoyo inicial para que el desprendimiento de la familia que se asentó posteriormente en Reconquista se constituyera en el imperio comercial más importante de su época en el norte santafesino.
En 1871, llegaron a Buenos Aires Antonino y Santiago Lanteri. Fue un año trágico para nuestro país porque en esa época sufrió la epidemia de fiebre amarilla, peste que en sólo 45 días cobró 13.164 almas. Días después de llegar, Antonino contrajo este terrible mal y debió ser hospitalizado.
Salvó su vida quizás por su fuerte complexión física o por haber sido la voluntad de Dios. Le ocurrió este angustiante y doloroso episodio: estaba casi moribundo pero consciente, fue dado por muerto y separado junto a un montón de cadáveres. Desesperado, por sus propios y lánguidos refuerzos, logró zafarse de esa situación y ser nuevamente atendido. Se repuso y salvó milagrosamente su vida.
Posteriormente, los hermanos decidieron trasladarse a Emilia, donde ya se habían afincado algunos paisanos. Una vez en el pueblo, organizaron un pequeño acopio de productos de granja, que recibía un acopiador en la estación del recientemente instalado ferrocarril.
A poco de su llegada, Antonino conoció a una joven hija de paisanos: María Bussatto, a quien pidió por esposa. Pronto formalizaron el casamiento, que les daría 8 hijos. Al tiempo, Santiago también se casó: con Ángela Pastorelli.
Entre las dos familias, atendieron las incipientes tareas comerciales. Sus sacrificados desvelos dieron sus frutos: cuando reunieron un pequeño capital, ampliaron el negocio con otras mercaderías y su comercio comenzó a tener cierta importancia.
Visionario del progreso, Antonino vio la posibilidad de instalar un molino harinero. Para ello, escribió a Italia y consiguió traer a Juan Spagnol, molinero de oficio, con quien convino la construcción del molino, en 1881. La industria llegó a ser muy importante, ya que abastecía a una amplia zona del norte de la provincia.
En 1892, modernizaron el molino y construyeron la torre-chimenea que por muchos años dio la imagen característica al pueblo de Emilia. En 1920, el viejo molino dejó de funcionar por causas que no he podido averiguar -acotó Bernardi-, aunque posiblemente haya sido por la competencia de molinos más modernos, con mayor producción y menores costos.
En 1905, construyeron el edificio que aún hoy se conserva -fue declarado patrimonio de la localidad- y que vio pasar épocas de esplendor, lleno de familiares, niños y parientes que no dejaban de visitar a los "emilianos", llenando de vida y alegría las nueve habitaciones del piso alto, con las cuatro interiores de la planta baja que daban al patio.
En tiempos en que en el pueblo no existían locales comunitarios, esta casa era el lugar obligado en el que se recibía a autoridades civiles o religiosas que lo visitaran. En su sala, al sonido del piano, del violín o de la mandolina, se matizaban las reuniones familiares con su música.
Las posibilidades económicas se fueron ampliando y ello les permitió adquirir una extensión de campo que llegó a tener 1.600 hectáreas, ubicadas sobre lo que es actualmente la ruta 11.
También compraron otros campos en Salta, cerca de Orán, aptos para el cultivo del olivo, los que después vendieron "porque el agua tenía gusto a querosén", según contaban. Casualmente, en esa zona se descubrieron con posterioridad los yacimientos petrolíferos.
El acarreo del producto de las cosechas, propias y acopiadas, se hacía en caravanas de carros, a través de 70 kilómetros que separan Santa Fe de Emilia. Hacían una parada de descanso casi a mitad de camino, donde había -y todavía existe- un grupo de ombúes, a la vera del camino pavimentado, que les servía de reparo. Con el tiempo, realizaron el transporte de mercancías con una flota de camiones.
El espíritu emprendedor de Antonino continuó y lo decidió a abrir sucursales de su negocio de ramos generales y acopio de cereales en San Justo, Calchaquí y Puerto Barranqueras (provincia de Chaco), en cuyo edificio después funcionó la Aduana de Resistencia.
Las actividades comerciales de Antonino se multiplicaron, secundado por sus hijos Paulino, Hipólito y Fortunato, ya que los otros varones habían ido a estudiar a la Universidad de Buenos Aires, algunos, y otros a Italia, donde se graduaron de médicos.
Como eran fervientes creyentes, contribuyeron a la construcción de la iglesia del pueblo. Antonino falleció en 1931 y había enviudado en 1892. Por esos años, Santiago se había retirado del negocio y se había radicado en Santa Fe.
Antonino enviudó en 1892, al morir su esposa durante el parto de su última hija, y falleció en 1931. No presenció el declinar que la crisis económica de 1930 produjo a su empresa y que se llevó gran parte de sus bienes. Ya en ese entonces se había hecho cargo de los negocios principalmente su hijo Fortunato, quien falleció en 1950 como consecuencia de los sinsabores de esa difícil etapa. Fortunato se casó con Luisa Malberti, oriunda de Rosario. El matrimonio supo imprimir a la vida sus austeras costumbres, en el marco de la acogedora casona.
En las conclusiones, Bernardi explica que "los hermanos no escatimaron esfuerzos ni sacrificios en su sana ambición de progreso y sus empresas se caracterizaron por su honestidad y sentido del cumplimiento de la palabra empeñada, hasta sus últimas consecuencias. Su afán progresista quedó demostrado cuando esta rama de la familia instaló en Emilia -una incipiente localidad y pequeña colonia- un molino de trigo y maíz en una época en que la instalación de una planta industrial aplicando la fuerza a vapor era toda una hazaña y una aventura en nuestro país, y además, una inversión inédita".
Asegura que "el apellido Lanteri quedó en Emilia como un símbolo de lo que pueden el trabajo, el coraje, la honradez y la tenacidad puestos al servicio de una sana motivación".
Mariana Rivera