De Raíces y Abuelos: Un profundo respeto a la ética médica
Al recordar los 100 años del nacimiento de su padre, el Dr. Octavio César Enrique Russo, Alfredo quiso brindarle un homenaje a este médico que amó su profesión y dio mucho por la salud de santafesinos y cordobeses. Hizo una recorrida por las diversas etapas de su profesión y también se refirió a sus antepasados italianos.

El pasado 8 de agosto, se cumplió el centenario del nacimiento del Dr. Octavio César Enrique Russo, médico cirujano, especialista en Tisiología, que fuera ministro de Salud Pública y Bienestar Social de la provincia entre 1955 y 1957.

Uno de sus hijos, el Prof. Ing. Alfredo Russo, se puso en contacto con De Raíces y Abuelos para recordar la trayectoria de su padre, en nombre suyo y de sus hermanos Julio César (fallecido) y Hugo Enrique (ausente), además de hijas políticas, nietos y nietos políticos, y bisnietos, a través de una reseña de su vida. También invitó a compartir este homenaje a los amigos y conocidos en el año del centenario de su nacimiento.

"Mi padre fue un médico que amaba su profesión, a la que dedicó toda su vida. Creo que su mayor deseo hubiera sido ser recordado como tal", comienza diciendo su relato. La historia fue completada por sus primas hermanas Ana Simoniello Russo de Alvarez, Celia Simoniello Russo de Reyt y Alicia Grant Russo, quienes viven en Santa Fe (él actualmente reside en la provincia de Buenos Aires) y se abocaron a la tarea de buscar fotos de familia.

A continuación transcribimos la reseña de la vida del Dr. Octavio César Enrique Russo, quien nació en Buenos Aires el 8 de agosto de 1904, hijo de inmigrantes italianos.

Su madre falleció cuando él tenía 14 años y estudiaba en el Colegio Nacional Buenos Aires. Su padre, empleado de la compañía de tranvías, fue ascendido y trasladado a Santa Fe en 1918, como jefe de Tráfico de la recién creada compañía de Santa Fe.

En 1920 culminó el Bachillerato Nacional en el Colegio Nacional Simón de Iriondo de nuestra ciudad, y volvió a Buenos Aires para iniciar sus estudios de Medicina. Para sostenerse, trabajó primero como practicante del hospital de Lanús y luego consiguió un empleo estable como cronista deportivo del diario La Nación. Para la época, no ganaba demasiado dinero como para mantener la continuidad de sus estudios.

Se trasladó a Córdoba, donde vivió en el tradicional barrio Clínicas. Sin muchos medios de subsistencia, ingresó como practicante al Hospital de Cosquín, desde donde se las arregló para completar su carrera de médico, con la ayuda de sus compañeros y de no pocos pacientes del nosocomio.

A principios de los años 30, se radicó en Santa Fe, donde comenzó el ejercicio de su profesión en los hospitales públicos y en un pequeño consultorio en barrio Barranquitas, para atender a la creciente población infectada de tuberculosis.

Realizó sus cursos de especialidad en Córdoba, adonde viajaba todas las semanas, para obtener su título habilitante. Fue discípulo de Gumersindo Sayago, uno de los más prestigiosos especialistas en Tisiología del país.

Se casó en 1939 con María Jeanne Bove, oriunda de Santa Fe, profesora de Matemáticas, con quien tuvo tres hijos varones, y vivió y compartió el resto de su vida.

La profesión, una pasión

Desde temprano actuó en el gremialismo médico, por entonces débilmente organizado, en defensa de la profesión. Participó del Consejo Deontológico de Santa Fe, cuya presidencia alcanzó durante los años 40. Dictó clases para la Cruz Roja Argentina y para el Liceo Social, que preparaba asistentes sociales.

Con un grupo de colegas de Córdoba, participó en 1946 de la fundación del Hospital Privado de Santa Fe, creado como hospital escuela por distinguidas personalidades de la ciudad, entre ellos Alfredo Orgaz, Juan Martín de Allende, Agustín Caeiro, Andrés Degoy y su antiguo profesor Tomás de Villafañe Lastra.

Decidió alquilar una casona en el barrio sur, donde instaló su consultorio y continuó atendiendo a sus pacientes, incluso a los hospitalarios, cobrando solamente a los que podían pagarla, lo que no le impidió mantener decorosamente a su familia.

En 1954, se promulgó la Ley Provincial de Colegios Profesionales. Formó lista con un grupo de médicos de ambas circunscripciones, y ganó las elecciones a la lista oficial, acompañado por su amigo de toda la vida, el Dr. Abelardo Izaguirre. Asumieron la presidencia y vice del Colegio de Médicos de Santa Fe (en Rosario había ganado la fórmula Paz-Invaldi) y convinieron en reunirse periódicamente en Barrancas, en la casa del Dr. Güena. Se alternaban en el decanato del Colegio, especie de autoridad de coordinación entre las dos circunscripciones.

Entre Córdoba y Santa Fe

En 1957 se encontró con el ofrecimiento de sus amigos cordobeses para dirigir el hospital que habían fundado en 1946 y que se ponía a pleno en ese año: el Privado de Córdoba. Allí actuó como director hasta 1959, cuando volvió a Santa Fe y reabrió su consultorio.

Continuó atendiendo a todos los que lo necesitaban e ingresó como neumonólogo al Hospital de Niños de Santa Fe, para satisfacer su necesidad de colaborar con el hospital público. También participó de la creación de sanatorios privados, como el San Miguel, y el Instituto Garay, en compañía de colegas y amigos.

En 1964, nuevamente sus colegas de Córdoba le propusieron hacerse cargo del Hospital de Cosquín, integrado por dos unidades: el hospital Santa María para hombres y el Domingo Funes para mujeres. A ese nosocomio donde había sido practicante interno, volvió 35 años después como director. Tras encontrarse con múltiples dificultades derivadas de la falta de recursos y de profesionales suficientes renunció en 1966 y volvió a Santa Fe.

Nuevamente abrió su consultorio que volvió a llenarse de pacientes de todas las condiciones sociales que acudían a verlo. Así continuó en su profesión hasta sus últimos días: el cáncer lo venció en enero de 1978, aunque había atendido pacientes hasta mediados de diciembre del año anterior.

Devolver la salud

Por último, el Prof. Ing. Alfredo Russo agregó lo siguiente: "Mi padre amaba su profesión como pocos y tenía una especial dedicación a sus pacientes, muchos de los cuales se convirtieron en sus amigos personales. Sus hijos heredamos un ejemplo de conducta, una enorme biblioteca de literatura, política y medicina, de la que debimos donar una parte por no tener donde ponerla, y un apellido que nos enorgullece por lo que él representó para sus pacientes y sus amigos".

"También heredamos un antiguo escritorio de roble, con un cajón lleno de cheques sin cobrar. Eran participaciones de honorarios que les enviaban los colegas, a los que no quería ofender con un rechazo ni percibir su importe, por su profundo respeto a la ética médica. Fue un humanista, ávido lector y explorador de la mente humana. Concebía su profesión como una especie de sacerdocio laico, cuya obligación era devolver la salud a los que la tenían jaqueada, independientemente de su capacidad de pago".

"Trabajaba de sol a sol, temprano en el hospital, después la consulta y finalmente las visitas a domicilio para los que no se podían movilizar hasta su consultorio. Fue un pionero en el tratamiento clínico de muchas enfermedades del pulmón e incursionó con éxito en la clínica médica. Era un practicante asiduo de la consulta médica para todos los casos en los cuales no estaba seguro del diagnóstico", finalizó.

Descendiente de una "principessa"

En relación con sus raíces italianas, el Prof. Ing. Alfredo Russo contó que "mis bisabuelos italianos por parte de la madre de mi padre procedían de Rossano, Calabria, y llegaron a la Argentina alrededor de 1890. El apellido era Abbate y mi bisabuelo, Enrico Abbate, era un terrateniente y comerciante próspero en su ciudad, lo cual le permitió vivir con holgura en Buenos Aires".

Y continuó: "Figura en el Chi é italiano como descendiente de una Principessa di Abbate, hija del Rey de Nápoles. Vinieron a la Argentina con 10 de sus 14 hijos, entre ellos mi abuela Serafina Abbate, quien conoció y luego se casó en Argentina con mi abuelo Natale Francesco Russo. Ella falleció en Buenos Aires, en 1918, a los 38 años, dejando 6 hijos, mi padre, el mayor, de 13 años y Mercedes, la menor de 18 meses".

"Mi abuelo Natale Francesco Russo, de la misma región calabresa, llegó alrededor de 1895, con dos hermanos, Vincenzo y Amelia. Posiblemente haya cursado el Seminario Menor en Italia, única posibilidad de un muchacho pobre para hacer estudios secundarios. Mi abuelo hablaba y leía griego y latín, además de un italiano romano, muy diferente del dialecto de su comarca. Ingresó a la Compañía de Tranvías de Buenos Aires como guarda, ascendió a inspector y, en el mismo año en que falleció su primera esposa, le ofrecieron un traslado a Santa Fe como jefe de tráfico de la nueva compañía de tranvías".

"Vino con sus 6 hijos y conoció a doña Clara Cánepa, con quien se casó en segundas nupcias. No hubo hijos de ese matrimonio pero sus nietos conservamos un cariñoso recuerdo de doña Clara, quien se ocupó de la crianza de sus hijas menores. Don Natalio, como lo conocimos nosotros, se ocupó de la organización de las seis líneas de tranvías que tuvo Santa Fe y además, propuso y creó la primera línea de ómnibus, la A, perteneciente a la misma compañía de tranvías, que hacía un recorrido de norte a sur por 9 de Julio hasta el Parque del Sur y de vuelta por 1� de Mayo, hasta la sede de la compañía en San Jerónimo y C Pujato. Natalio Russo falleció en 1949 y doña Clara lo sobrevivió 6 meses".

De ese tronco descienden, además de los hijos de Octavio Russo, con el mismo apellido, las familias: Juárez Russo, Simoniello Russo, Grant Russo y Cortés Russo, de sus hijas Dora, Celia, Yolanda y Mercedes, respectivamente. De un total de 16 descendientes de Don Natalio, han fallecido 5 y sobreviven 9, casi todos con hijos y nietos, repartidos en todo el país y el exterior.

Una última reflexión

Russo continuó explicando: "Ya en la primera generación argentina de los descendientes de esos inmigrantes, hubo muchos profesionales, en su mayoría médicos, pero también algunos abogados, contadores y uno o dos ingenieros. El impulso que los traía al país era diverso, la persecución, una venganza o la esperanza de hacer fortuna fue el motivo de muchos de ellos, a los que no escapó nuestra familia. Aquí, en un medio favorable, progresaron sobre la base de la cultura del trabajo, fuertemente enraizada en el ejemplo de los mayores".

Por último, recordó que "tuve la suerte de conocer a la mayoría de mis tíos abuelos inmigrantes y de escuchar sus historias de su propia boca. No tenían una educación formal porque la escuela no era obligatoria en Europa hasta muy avanzado el siglo XX, a diferencia de nuestro país. Pero habían adquirido conocimientos y experiencia suficientes como para abrirse paso en la vida, mandar a sus hijos a los colegios más prestigiosos (públicos como el Nacional Buenos Aires o de Santa Fe) y animarlos a estudiar en la universidad. No lo hizo el que no quiso, ninguno puede decir que en este país de oportunidades no tuvo la suya y lo mismo podemos decir los de la segunda generación de argentinos, nacidos entre 1930 y 1950".

Y agregó: "Lamentablemente, el país no pudo retener a la generación siguiente, la de mis hijos, muchos de los cuales emigraron para buscar un presente para ellos y un futuro para sus hijos, en una suerte de curso y recurso de la Historia, que mueve a estos nómades modernos a trasladarse hacia donde nace el arco iris, buscando mejores oportunidades".

Mariana Rivera