La naturaleza y sus mutaciones fueron para la poeta uruguaya Marosa Di Giorgio -fallecida ayer en Montevideo a los 71 años- la piedra de toque que organiza toda su obra, poblada de figuras invisibles y de arcanos, de mitologías colectivas y personales.
"La naturaleza es sobrenatural. Pero además, en mi caso, todo estuvo sombreado, iluminado de un modo extraordinario", dijo la escritora en una entrevista con Télam.
Descendiente de inmigrantes italianos y vascos, Marosa Di Giorgio Médici (tal su nombre completo) nació en Salto (Uruguay) en 1932.
Publicó las colecciones "Poemas", "Humo", "Druida", "Historial de las violetas", "Magnolia", "La guerra de los huertos", "Está en llamas el jardín natal", títulos reunidos en "Los papeles salvajes" (1971).
El conjunto de su obra, reunida en "Los papeles...", luego se amplió con dos volúmenes que incluyeron "La liebre de marzo", "Mesa de esmeralda", "La falena" y "Membrillo de Lusana".
Una edición posterior de la obra de Di Giorgio se publicó en Argentina en 2000, en la que se agregó el libro "Diamelas de Clementina Médici", dedicado por la poeta a su madre.
También aparecieron en Montevideo, "Clavel y Tenebrario", "Misales", "Relatos eróticos" y "Camino de pedrerías".
Catalogada dentro de la esfera de lo extraño, la poesía de Marosa respondió siempre a las exigencias de un mundo interior, cuyo aislamiento temático y formal dentro del mapa de la poesía de Uruguay y latinoamericana acentuó aún más esta impronta.
"Hasta los cuatro años fui, me parece, como todo el mundo. Pero ahí sufrí una perturbación... Decía los cuatro años... entonces quedé, me transformé en una testigo, sensible y ardiente, de todas las cosas".
"Mi protagonismo era como testigo: las cosas pasaban, yo las miraba en profundidad, con una atención extrema y dolorosa. Quedé expectante", escribió.
Las causas de aquella "perturbación" temprana no remitían a ninguna lógica. "No... un día en el jardín, de pronto, me emparenté con la magnolia. Como ella eché unos ojos grandes, blancos, negros, nerviosos, fijos".
Los primeros textos de la poetisa "vienen de la nada y del todo. Es un algo que en silencio navega, hasta que salta... no sé, como un poema, por ejemplo", explicó alguna vez.
Lectora omnívora, la escritora uruguaya valoró más la experiencia de la naturaleza. "Siempre fui muy lectora. Pero no me baso en nada; hay escritores que parten de otros o de una corriente literaria. No es mi caso. Seguramente todo influye, pero no lo noto".
"Las lecturas que hice fueron todas importantes. Mientras estudiaba, leía un poco al azar; después volví a leer ordenadamente desde el principio de la literatura", contaba.
"Como todo poeta -le gustaba repetir- tengo una antena especial, un hilo, donde vienen a parar las luces del Más Allá. Ando con una antorcha que oye".
Esta concepción de la práctica poética -de algún modo deudora o tributaria del romanticismo- la condujo a un interés por la representación, el teatro y las performances.
"Siempre hacía lecturas poéticas. Comencé en la escuela y en el campo, con mi hermana, con mi abuela, representábamos personajes, sobre todo personajes mitológicos", recordaba.
"Y las cosas siguen saliendo, vuelven, se van, vuelven, �por qué las voy a desechar?" -se preguntaba Marosa- a lo largo de un itinerario que bajo formas distintas dejaron siempre al descubierto su irreductible singularidad.
Según escribió el crítico uruguayo Elbio Gandolfo, el prestigio de Marosa Di Giorgio se consolidó fuera del país, a partir de un dossier que le dedicó en su momento el Diario de Poesía (N° 34, Buenos Aires, 1995) y de la presencia misma de la autora en recitales o festivales en Rosario y, luego, en Colombia.
Recuerda el crítico que uno de los editores argentinos quedó sorprendido primero por la tranquila seguridad de la poetisa, cuando en un día de lluvia y de partido de un mundial de fútbol le dijo: "No te inquietes, a la larga a mis recitales siempre llega la gente".
Marosa Di Giorgio no se equivocó, ya que las instalaciones de la Sala Mayor del Centro Cultural Ricardo Rojas, de Buenos Aires, fueron colmadas por un público entusiasta.
Incluso, agrega Gandolfo, con reacciones de entusiasmo descontrolado de parte del público, ya que "parecía un recital de los Beatles: había mujeres que se tiraban el pelo, gritando su entusiasmo".
A ello se sumaron sucesivas ediciones en sellos como Planeta, Adriana Hidalgo e Interzona, que difundieron gran parte de la obra de Marosa Di Giorgio, como los dos tomos de "Los papeles salvajes", ampliados, en el 2000. (Télam-EFE).