TOCO Y ME VOY: el empleo del dinero
A poco de andar ya nos damos cuenta de que con la plata se consiguen determinadas cosas (y otras, por lo general las más importantes, claro, no), así que desde los tres años en adelante tenemos una relación de toma y daca con el vil metal. Teniendo en cuenta el pavoroso fin de mes, me parece que se trata de una nota interesada.

El dinero acompaña todas nuestra vidas, excepto al principio principio y al final final, cuando todavía no sabemos qué cosa es y cuando ya no nos importa. Así es que desde que somos párvulos hasta la tumba (porque ahí "nadie puede llevarse nada", sentencian las comadres), estamos en permanente tira y afloja por dinero, una referencia más o menos cercana según los casos, pero siempre presente, incluso para quienes no tienen un mango.

Valentina, por ejemplo, con sus frescos cuatro añitos, me pidió que le regale ícuarenta mil sentados de Donald! Era para comprar caramelos, además, por si hiciera falta la aclaración. Ella ve a sus padres y a todo el mundo sacar dinero aquí y allá para todo, así que en breve llega la iluminación: eso sirve para algo. Valentina apuntó a lo conocido: ni idea de qué corno eran centavos, así que los hizo sentar; y ni idea de qué es un dólar (y hago la aclaración innecesaria de que escuchó o vio el objeto en televisión y no en la billetera paterna, más bien criolla y sudaquita) y lo transformó en el pato famoso, más caro a sus sentimientos. Eso sí: si pide cuarenta mil, así se trate de "sentados", es obvio que la piba ya apunta alto, así que "tomasalvarez", el compañerito de jardín que me fue presentado oficialmente como novio, debe ir tomando nota de las pretensiones de su juvenil pareja.

Enseguida, los pibes pelean por la moneda de diez centavos porque un par de caramelos recibís a cambio. Y hasta hay unos simpáticos billetitos de papel, iguales a los reales pero más chicos, con lo que a los chicos de paso ya los introducimos en el noble arte de la falsificación.

En la adolescencia, desde los pobres tipos con traumas que debieron dejar sus mejores chocolatines en la libreta de ahorro (que es la base de la riqueza, jua!) o en el chanchito, hasta el que le "refala" la billetera al viejo mientras duerme la siesta, el que "bolsiquea" a la nona porque siempre tiene en el bolsillo -tamaño king size, el bolsillo: pañuelo, tijera, plata, invisibles, peine, curitas y otros artículos imposibles de enumerar en este espacio- del batón algunas monedas, el que, tempranito, "mete la mano en la lata" (más adelante en este país te premian por eso) de la vieja, el que saca una diferencia mínima en el mandado o el que pacta una mensualidad a cambio de determinados trabajos o conductas, todos ya estamos, como en el tango, "buscando ese mango que te haga morfar".

En este país, la relación con el dinero es todavía más tortuosa que en cualquier lugar del planeta: cambios de moneda (un clásico: quince millones te dice todavía el abuelo ante unos pobres billetes que alcanzan para un vino y unas aceitunas y gracias), quitas, equiparaciones con el Donald, devaluaciones, cautiverio en corralitos y corralones, reemplazo por bonos, patacones, lecop, lecor, bofes y les regalo el cambio.

El dinero mueve al mundo, te dicen sapientes, y así lo entienden desde el más honesto trabajador hasta el secuestrador, desde el coimero hasta el pibe que en las esquinas hace malabarismos para lograr una moneda.

No extraña entonces que se lo llame dinero, plata, guita, tela, moneda, mango, chirola, centavo, billete, morlaco y hasta sentado de Donald.

Hay una época en que la obtención y el empleo del dinero es una razón de ser: en todos los chistes nos acusan a los de cuarenta, a los de cincuenta, de (sólo) querer ganar dinero, como si eso fuera todo, como si la vida se resolviera con nada más que plata. Y después, por fin, cuando te manejan la cuenta, cuando dejás de producir, cuando entrás en el terreno en sombras de la jubilación sin privilegio alguno, pues, la plata va encontrando su verdadero lugar: no te quitó penas, no te dio más abrazos, no te llenó de hijos ni de nietos, no te trajo más amigos. Y entonces uno se da cuenta de que vivió toda la vida atrás de algo que ni compra la felicidad y muchas veces tampoco ayuda. Yo, cuando consiga mi primer millón, me voy a desinteresar del todo del dinero. Me quedo "sentado" (de Donald) esperando.

Texto: Néstor [email protected]: Luis [email protected]