Sobre uno de los hogares de la Posada del Valle, la artista plástica Mirta Ceballos esculpió la imagen de una pareja descansando bajo un árbol. Los pájaros juegan sobre las manos de ella y se posan en los pies de él. "Se llama "El descanso", cuenta Inés -la dueña del solar- con mirada de anfitriona. Abre la biblioteca y con la oscilante luz anaranjada que quema un algarrobo, lee los lomos de los libros y abre algunos. Conversar y leer junto al hogar, mirando por la ventana cómo buscan refugio los últimos benteveos y sietecolores del día, el atardecer perfecto.
Merlo recibe así a sus viajeros. Pero ese atardecer, como abrazo de bienvenida, es sólo un anticipo de lo mucho que este tercer microclima del mundo puede ofrecer.
Una de las primeras tareas del día fue mover una hora las agujas del reloj para ponernos en hora con Merlo (que desde el pasado 1° de setiembre recuperó la misma hora que el resto del país).
El sol se levanta imponente y entibia el aire puro que recorre la villa. Hay algo de inasible en los paisajes infinitos que ofrece Merlo. Pero un pingo, una 4x4, la caminata escoltada por un "choco" (perro) fiel y abrir los brazos para llenarse de ese aire puro y especial, acerca el alma a esta tierra mística, que esconde en las entrañas de sus lajas la impronta de los animales más grandes y antiguos del mundo, en la superficie de los cuarzos, el brillo de la mica y los morteros de los comechingones sumergidos en las rocas.
Una caravana de camionetas doble tracción cargada con aventureros de todas las edades, se pierde por el camino y va quebrando de vez en cuando la fina capa de hielo que se formó durante la noche sobre algunos charcos y arroyitos.
Dentro de la camioneta ocurre lo mismo: los primeros mates de la mañana y las conversaciones entre los viajeros y el guía, van creando el clima ideal para empezar un día de aventuras.
Desde Rincón del Este -que junto con Rincón y Los Nogales son barrios de maravillosas construcciones nuevas y paisajes inolvidables-, se abre el camino que lleva al Mirador del Sol. El inclinómetro de la camioneta nos indica que estamos ascendiendo constantemente. El guía nos cuenta que algunas noches de luna llena puede hacerse esta misma excursión: se llama "Viaje a las estrellas". No es difícil imaginar por qué.
Tomamos la ruta provincial N° 5 en dirección este hacia las sierras. El camino se vuelve sinuoso y de cornisa. Al principio, atravesamos gran cantidad de tupidos molles, ésos que a lo lejos parecían un tapiz verde abrigando el pie de la cadena montañosa. Más arriba cruzamos tabaquillos hierbas típicas de la sierra, de ésas que tienen magníficas propiedades para la salud y que en la ciudad sólo conocemos embolsadas en saquitos de té.
El Mirador del Sol se ubica a 1.470 metros sobre el nivel del mar. Ante nuestros ojos aparece el mapa de la provincia de San Luis, pero con colores llenos de vida: a la izquierda, el cerro El Morro; enfrente, el amplio valle del Conlara y más allá el cordón de las sierras de San Luis, detrás las Comechingones.
Además de la hermosa postal que el paisaje ofrece, los artesanos del mirador cuentan historias llenas de magia y reciben a los viajeros con esa típica calidez serrana.
Más arriba, continuando por la ruta 5, el filo de la montaña permite que veamos a un lado el valle del Conlara y a la derecha el valle de Calamuchita y el embalse de Río III. Estamos en la cumbre de la Sierra de los Comechingones, y llegamos al Mirador de los Cóndores. La vista es espléndida. Flamea una celeste y blanca y sobre ella cruzan aventureros en parapente; más arriba, los cóndores. Rappel, vuelos de bautismo, escalada en roca, tirolesa: en el Mirador de los Cóndores, hay muchas opciones para quienes busquen adrenalina.
Desde la intersección de la avenida del Sol (avenida principal de la villa) con la avenida Dos Venados, se abren muchas opciones. Para quienes se entusiasmaron con los muchos miradores de Merlo, se puede acceder al Mirador del Peñón Colorado, donde se puede disfrutar de una grandiosa vista del arroyo El Tigre y del club de campo Chumamaya (edificado a su vera) y, por supuesto del pintoresco valle del Conlara.
Los nuevos barrios y las serranías del Rosario son otros atractivos en los que la vista se detiene. Estamos en la zona de Pasos Malos. Los puntanos cuentan el curioso origen del nombre, que apareció en las crónicas de una antigua expedición encabezada por Francisco de César, quien estando en Córdoba se entera que del otro lado de las sierras había gran cantidad de riquezas. Pero elige un mal lugar para cruzar: el cerro Cabeza del Indio. Una dura expedición explica el origen de Pasos Malos.
En Pasos Malos conocemos dos lugares para comer: uno de ellos, tradicional, denominado Cabeza de Indio. El otro es al aire libre, es el Puesto de los Godoy, donde las mesas y las sillas son de piedra, y se encuentra en las orillas del arroyo Piedra Blanca, límite natural entre Córdoba y San Luis. Cuando su torrente no es muy caudaloso, se puede pisar las tierras cordobesas con la única precaución de elegir bien las piedras que se pisan para cruzar.
A 50 kilómetros de Merlo -40 de asfalto y 10 del característico ripio serrano- se encuentra la reconocida Mina de los Cóndores, rodeada por un verdadero pueblo fantasma, que quedó deshabitado cuando la mina dejó de funcionar en los años sesenta.
Se extrajeron riquezas de esta mina entre 1920 y 1960 y hoy sólo es explotada turísticamente. La rodean precarias construcciones que sirvieron de albergue a los mineros y sus familias. Hay un silencio misterioso y la polvareda volando por casas y calles desérticas recuerda la escenografía de una película de suspenso.
Ingresar a la mina es sumergirse en ese pasado. Se puede descender hasta el nivel -275. A los viajeros nos visten con botas, casco, capa de agua y una linterna. Algunos sonríen con su apariencia mientras comienzan a perderse entre túneles y estructuras frías y un poco húmedas. Un guía cuenta la historia de la mina y el pueblo y explica las características de los minerales.
Quienes quieran conocer lo más antiguo de Merlo, deberán seguir camino a Piedra Blanca, que es la zona donde se asentaron los primeros pobladores de la villa. Callejuelas angostas, adobe y añosas arboledas, todo revela un pasado muy interesante. Ante nuestros ojos aparece la emblemática Fuente de las Cuatro Estaciones. En la zona veraneaba Leopoldo Lugones, ya que aquí está la casa de sus suegros.
Pero el poeta que más se inspiró en esta zona y que representó con orgullo a los pobladores, fue Esteban Agüero. Su célebre "Cantata al algarrobo abuelo" revela a este hito natural e histórico como una de las mayores atracciones del lugar. Sentado en su tupido sillón verde, el algarrobo abuelo (también conocido como algarrobo de los Agüero), cuenta historias a los distintos nietos que lo vienen escuchando hace más de 800 años. "Abuelo de barbas vegetales", diría Esteban Agüero.
El escritor, que es el máximo exponente de la poesía puntana, también lo llamó "Catedral de pájaros". En su honor, algunos cachilotes revuelan al espléndido ejemplar que, por la sabiduría de la naturaleza, tendió dos de sus gruesas ramas hasta el piso como apoyándose para resistir los fuertes vientos. Debajo de él, se encuentra un escudo con los símbolos de Merlo: la iglesia Nuestra Señora del Rosario, de antiquísima riqueza, la Sierra de los Comechingones, el venado de las pampas que abundaba en la época de la fundación y el algarrobo abuelo. Y sobre esos cuatro símbolos, la corona española en representación de los colonizadores.
Llegan muchos grupos de turistas a visitarlo. Una artesana los recibe con un puñado de lavanda.
Miradores, caminos misteriosos, el eco de los pasos sobre el ripio quebrando el silencio de la montaña. Hierbas de mil colores, águilas y cóndores en la inmensidad celeste, nubes abrazando las cadenas montañosas. Todo ha quedado en la memoria de los viajeros.
Está atardeciendo y dos nenas con mochila y guardapolvo caminan de la mano bordeando el camino de ripios. Los picos de la Sierra de los Comechingones las cuidan del intenso viento y forma con ellas una postal inolvidable.
El armonioso sonido de las ocho campanas instaladas en lo que será la nueva Iglesia, recuerda que el día está llegando a su fin.
Se prenden los hogares y para la cena, algunos optan por el plato típico: el cabrito o chivito. Para terminar el día, un recorrido por las calles centrales y la plaza Sobremonte, donde se esconden los tordos y golondrinas para pasar la noche. Y quienes quieren continuar la diversión, juegan sobre el paño verde y el sonido de las máquinas tragamonedas del Casino Flamingo, en cuyo restaurante también se ofrecen espectáculos.
A la hora del descanso, dicen que el sueño es mucho más profundo y placentero debido a la ozonización del aire de este microclima. Es una suerte. Porque nos espera otro día lleno de sorpresas.
Unos cuantos termos de mate entre los viajeros inauguran un nuevo día. El guía cuenta que desde la Sierra de Comechingones bajan arroyos que se dirigen de este a oeste perdiéndose a poco de entrar en el valle. A los pocos minutos, comenzamos a ver las aguas cristalinas que descienden por profundas quebradas de vegetación exuberante. En la zona alta de las sierras, donde se encuentran sus nacientes, la pesca de trucha entretiene a los amantes del arte de la paciencia. Y aguas abajo, los saltos, cascadas y baños naturales, brindan un maravilloso espectáculo en invierno y la posibilidad de nadar y refrescarse en verano.
Descendemos de la camioneta en el "Puesto del Tono", donde la casa de familia, los corrales de piedra y la fauna, transforman el paisaje en postal. El camino continúa a pie. Un "choco" nos ladra, cuidando sus chivitos. Otro no puede evitar la felicidad que le provocan las visitas y nos sigue por el camino. Tiene una mancha negra rodeando su ojo. Gustavo y su familia -que comienzan a preparar el chivito con el que nos recibirán al regreso de la excursión- lo llaman "Pirata".
Después de una entretenida caminata, llegamos hasta la Cascada Salto del Tigre, que con una vertiginosa caída de 30 metros, un pequeño lago y su entorno de vegetación y rocas, compone un paisaje ideal para descansar, tomar fotografías y tenderse bajo el sol.
Los últimos mates, los ladridos de "Pirata" y la llegada de la hora del almuerzo, nos indican que es momento de regresar al puesto del Tono. El sabor de la carne tierna y la amabilidad de los anfitriones hacen del plato que degustamos, una cita obligada para luego continuar recorriendo Merlo.
Es momento de caminar hacia otro punto cardinal. El ascenso nos reveló maravillosas postales. Pero descendiendo, mientras cambia la vegetación y el paisaje, llegamos al Bajo de Beliz. Es una depresión de las sierras centrales, que tiene 12 kilómetros de largo y 1 de ancho. Está recorrido por el río Cabeza de Novillo y viven allí 20 familias. La zona termina con un cartel de letras grandes, que dice "Morteros". Se encuentran los vestigios de los primeros pobladores de la zona, los indios comechingones, que ahuecaron las piedras para hacer morteros comunes donde molían sus granos y preparaciones.
La Cantera del Bajo de Beliz funcionó hasta hace unos años, y proveía de laja a muchas zonas del país. Allí se encontraron las improntas de las dos arañas más grandes y antiguas del mundo. Pero hay muchas más: en la laja quedaron los croquis de insectos, helechos, etc.
En el Bajo de Beliz se encuentra el "árbol de la vida" o guayacán. A él, los indios le atribuían poderes curativos. La peculiaridad de este ejemplar es que no es oriundo de la zona, sino de climas tropicales. Por lo tanto, es el más austral del mundo.
Y qué mejor manera de dejar esta reserva natural y paleontológica que visitando al viejo Beliz y su señora. Unos mates llenos de yuyos serranos y azúcar, mientras la pava refleja el calor anaranjado del brasero. La sonrisa de Beliz y su mujer son de esas imágenes difícil de olvidar.
La única experiencia triste de los viajes llega al momento de armar el bolso. Pidiendo ayuda a los compañeros de viaje, logramos cerrar esa maleta gigante que alcanzaba tan bien cuando partimos pero cuesta armar ahora, al regreso. Y, por si fuera poco, una vez que logramos dominar el adminículo, empezamos a encontrar el cepillo de dientes, la remera y el libro que nos estábamos olvidando. Fue necesario incursionar nuevamente en la empresa de abrir y cerrar el bolso.
Como ya es de noche, recordamos lo que nos habían contado sobre las piedras de cuarzo que trajimos de la excursión al Salto del Tigre. Con las luces apagadas, frotamos una piedra con otra y nació una luz inquieta de entre esos dos bloques blancos y fríos.
Siguen los hogares encendidos en la posada, esperando a nuevos viajeros. Al momento de la partida, la escultura de Mirta Ceballos sobre uno de los hogares -que tanto nos llamó la atención al momento de la llegada- cobra nueva vida: la imagen de "El descanso", con sus pájaros y paz, es un retrato perfecto de los recuerdos que llevamos de Merlo.
Texto y fotos: Virginia GutierrezAgradecimientos: Secretaría Municipal de Turismo, Rodolfo Raffo y Sra., posada del Valle, Sergio Martino y restaurante La Casa de Carlos.