El abrazo que no naufragó
El naufragio de un barco cargado de inmigrantes holandeses y errores fonéticos al registrar apellidos en Argentina, no impidió el emotivo reencuentro familiar a uno y otro lado del océano.

Hace unos años, el santafesino Rubén Barros Culman relató a De Raíces y Abuelos la historia de desencuentro con final feliz con sus familiares holandeses, a quienes conoció luego de que a ambos lados del océano se protagonizara una búsqueda incesante.

Tras varios viajes a la tierra de sus abuelos y de fuertes emociones plasmadas en abrazos interminables, le tocó el turno de agasajar a algunos de ellos aquí, en Argentina.

Aletta van Duijne y su hijo Jorn Ivo Koelma (de 23 años) aceptaron la invitación de Rubén y cruzaron el Atlántico para conocer "el lugar al que emigraron sus ancestros y hoy viven sus descendientes", como contaron al dialogar con Nosotros. El bisabuelo de Jorn era hermano del abuelo de Rubén.

De todos modos, un gran sueño desvela todavía a este santafesino: lograr que Kees Koelma, el primo segundo que lo buscó durante 25 años, suba a un avión con destino a la Argentina.

El abuelo de Rubén, Fedde Koelma, emigró a finales del siglo XIX junto a su familia. El genealogista holandés George Veltman investigó aquel viaje y reunió toda la información que recabó de diversas fuentes en un ensayo sumamente valioso, parte del cual transmitimos a continuación dado su alto contenido histórico y la rica información que aporta sobre las peripecias que vivieron muchos inmigrantes.

Entre las fuentes se destaca un informe del naufragio y los acontecimientos posteriores, archivado en el Museo Marítimo de Amsterdam (Scheepvaart Museum) y escrito por Elte Kranenborg, quien tenía 15 años cuando su padre, pese a las advertencias de amigos y familiares, decidió emigrar a Argentina con su mujer y siete hijos.

Como gran cantidad de inmigrantes, viajaron gratis porque el gobierno argentino pagaba los pasajes para suplementar la falta de mano de obra campesina.

El 15 de diciembre de 1889 el velero-vapor Leerdam salió de Amsterdam con 16 pasajeros en primera clase, 426 emigrantes en las entrecubiertas, y 63 tripulantes.

A causa de la densa niebla reinante colisionó en la madrugada del 16 de diciembre, -es decir en la primera noche de su travesía- con el vapor Gaw Quan Sia de bandera inglesa.

Dos fogoneros, que estaban de guardia trabajando se ahogaron. Ambos barcos sufrieron averías considerables y los esfuerzos para separarlos resultaron inútiles.

Los capitanes Bruinsma del Leerdam y Robert Lord del Gaw Quan Sia dieron instrucciones de lanzar al mar los botes salvavidas.

Salvamento y pánico

Entre los pasajeros se propagó el pánico. El capitán Bruinsma se vio obligado a sacar su arma para restablecer el orden entre la gente, que a gritos y empujones trató de llegar a las lanchas de salvamento. Los adultos bajaron por las escaleras de cuerda. Los niños pequeños fueron lanzados desde la barandilla y recogidos en las lanchas por marineros.

En algunos botes se juntaron náufragos de los dos barcos. Entre los del Gaw Quan Sia se encontraron chinos con largas coletas. Al principio, los holandeses tenían miedo a estos seres tan raros, pero luego se dieron cuenta de que eran inofensivos.

Los pasajeros, previamente equipados de chalecos salvavidas, recibieron órdenes de quitárselos porque eran bultosos y ocuparían espacio en las lanchas. A pesar de esto los náufragos estuvieron como sardinas en lata.

Cuando uno de los oficiales hizo una última inspección del barco, apareció un pasajero francés de su camarote, pidiendo su desayuno. No se había dado cuenta de los sucesos. Rápidamente fue colocado en una de las lanchas. Muchos se marearon por el oleaje y además tuvieron frío por llevar nada más que su ropa de dormir.

Aunque una embarcación francesa, llamada Emma, había llegado para recoger a los náufragos, hubo que esperar hasta las 8 de la mañana para el trasbordo. A las 2 de la tarde todos fueron testigos de cómo los barcos se hundieron a 15 millas de West Kapelle.

El salón y los camarotes se llenaron de niños llorando y mujeres desesperadas. El destino fue Cuxhaven, en el Norte de Alemania. Los sobrevivientes se habrían ahorrado muchas incomodidades, si hubieran navegado al puerto de Rotterdam, pero tenía a bordo una carga para Cuxhaven y, posiblemente, su capitán no se atrevió a salir de su ruta.

Solidaridad con los náufragos

En Cuxhaven, los representantes de la compañía naviera habían preparado todo para recibirlos. Con un tren especial fueron conducidos a Hamburgo, donde fueron alojados en dos posadas para emigrantes.

Una institución de caridad les repartió una mezcolanza de prendas y calzado, rápidamente reunida de entre la clase media de la ciudad. La Naviera Neerlandesa-Americana, propietaria del barco Leerdam, ofreció a los náufragos un viaje gratis en tren de regreso a Holanda. Unas 300 personas, muy impresionadas por el accidente, aceptaron; pero unas 130 no regresaron, se quedaron en Hamburgo, firmes en su decisión de emigrar a Argentina.

Unas personas caritativas organizaron en Hamburgo una fiesta de Navidad para los 130 emigrantes, que no habían regresado a Holanda. Como útiles regalos de Navidad se distribuyeron ropa interior y prendas de vestir. La firma Louis Fries & Co. regaló a los niños juguetes y golosinas.

El 28 de Diciembre de 1889 todos subieron a bordo del barco alemán Uruguay. La travesía a Buenos Aires duró 26 días, un viaje rápido en aquellos días. Varios pasajeros se enfermaron a bordo, entre los cuales estaban las dos hermanitas Lietske (que debe ser Sietske) de 4 años, y Lutske Koelma de 3 años. Eran las hijas del primer matrimonio de Fedde Koelma, cuya primera mujer, Tjitske van der Hoek, había fallecido en noviembre de 1887 en Idskenhuizen (provincia de Frisia), a la edad de 28 años.

Fedde Koelma se casó de nuevo en abril de 1889 con Zwaantje van der Molen, de 26 años de edad, con quien emigró 8 meses más tarde a Argentina.

En vista de que se ha perdido el rastro de las hermanitas Sietske y Lutske Koelma, se puede suponer que las niñas jamás llegaron a Argentina, sino que fallecieron a bordo y encontraron sepultura en el océano Atlántico.

También su padre, Fedde Koelma, se enfermó durante la travesía. Un día los enfermeros le dieron por muerto y decidieron arrojar su cuerpo al mar. Pero su mujer convencida de que su marido estaba vivo aún, suplicó a los enfermeros que tuviesen un poco más de paciencia. Y, efectivamente, Fedde abrió los ojos y se recuperó, vivió 27 años más y murió en Santa Fe el 20 de Junio de 1916.

Sacrificada vida en Argentina

El barco llegó el 23 de enero de 1890 a la rada de Buenos Aires.

Los inmigrantes fueron llevados a tierra a bordo de algunas lanchas, y de allí conducidos en un tranvía tirado por caballos al Hotel de los Inmigrantes, una construcción plagada de chinches y otras sabandijas. íHabía allí, en un almacén, una pila de ataúdes vacíos!

Cuando los inmigrantes fueron registrados, se inscribieron sus nombres y apellidos de manera fonética. Así el apellido Koelma se convirtió en Culma, y Fedde Koelma paso a llamarse Federico Culma.

Todo esto tuvo como consecuencia que el señor Kees Koelma en la ciudad de Leeuwarden en Holanda buscó durante más de 25 años en vano en archivos argentinos el apellido Koelma. Y, por otro lado, Ruben Barros Culman buscó, sin resultado, el apellido Culman en archivos holandeses.

El nombre de Zwaantje van der Molen también sufrió cambios, Zwaantje, que en holandés significa cisne pequeño, pasó a ser Ana y van der Molen por su significado "de los Molinos", quedó en Molina.

Desde Buenos Aires, el Servicio de Inmigración los llevó por tren a Rosario, el puerto fluvial más importante de Argentina, a orillas del río Paraná.

Allá los transbordaron a una embarcación, que los llevó país adentro. Recibieron buena comida con mucha carne, pero día y noche les molestaban los mosquitos.

A los cuatro días desembarcaron en un sitio llamado Las Palmas, donde no recibieron ninguna ayuda. Tuvieron que dormir a la intemperie sin mantas para cubrirse. Los mosquitos no les dejaban en paz y sobre el terreno se deslizaban serpientes y saltaban ranas y sapos del tamaño de una cabeza de niño.

Recibieron carne cruda, pero no tenían con qué prepararla. Finalmente, la espetaron con unas ramas y la emparrillaron sobre el fuego. A veces la carne quedó sólo medio asada, pero como tenían hambre, se la comieron así.

Los que no soportaron

El día siguiente llegaron unas carretas con ruedas de 3 metros de altura, tiradas por bueyes. Los inmigrantes tuvieron que subir a ellas y después de un viaje por bosques y pantanos arribaron de noche a una hacienda de caña de azúcar, donde fueron alojados en unas chozas. Les dieron una olla grande, cucharas y tenedores, y tazones de metal.

Al día siguiente, los adultos tenían que trabajar en la hacienda, pero todos estaban tan cansados y desmoralizados, que no pudieron.

El propietario de la plantación se dio cuenta de que aquella gente, con su ropa hecha jirones, no le serviría para mucho. Les ofreció escoger entre quedarse o buscar trabajo en otro sitio.

Un tal Reitsma, cuyo nombre no aparece en la lista de pasajeros del barco Uruguay, tomó la iniciativa y, con algunos de los hombres más fuertes, se marchó en busca de un lugar mejor. Tres días después volvió con la noticia de que el pequeño grupo había encontrado algo más aceptable.

Todos partieron a pie hacia el nuevo destino. Como no tenían comida, se sustentaron con lo que los bosques y el campo les ofrecían. El viaje a través de bosques y pantanos duró dos días.

Sara Kranenborg, que a bordo del barco Uruguay había perdido a su hijito recién nacido, estaba tan débil que su esposo tenía que llevarla a cuestas, cuando además cargaba a su hijito menor bajo el brazo.

Una vez llegados a la colonia Vedia, fueron bien recibidos con comida y bebida. Lamentablemente tuvieron que dormir de nuevo a la intemperie, y además en la cercanía de un pantano, donde abundaban los mosquitos.

En esta colonia, muchos inmigrantes, entre los cuales estaba Sara Kranenborg y una de sus hijitas, perecieron de agotamiento. No había atención médica, ni medicinas. Se amortajaba a los muertos en una pieza de tela y los enterraban en algún sitio en el bosque, sin que pudiera ser extendida una partida de defunción.

Después de algún tiempo, unos funcionarios del gobierno trasladaron a los inmigrantes restantes a una zona más poblada, llamada Resistencia, donde un general Donovan había sido nombrado gobernador militar

La Familia Koelma- van der Molen

Fedde (Federico) Koelma (Culma) y Zwaantje (Ana) van der Molen (Molina) fueron destinados a la provincia de Corrientes, donde tuvieron que ayudar en la colonización del Chaco Paraguayo.

Federico trabajaba la tierra y sembraba tabaco. Ambos aprendieron a hablar guaraní, el idioma de los indios radicados allí, que consideraban a los inmigrantes como intrusos forasteros, les asaltaban, les golpeaban y les robaban.

A pesar del ambiente hostil, Federico Culma y Ana Molina tuvieron, entre 1892 y 1905, cinco hijos: Eleuteria, Federico, Eduardo, Lucía (Lukke) y Petronila, que todos ellos fueron registrados como Culma.

Un día, Fedde recibió una tremenda paliza a manos de un malón de indios, lo que motivó que, entre los años 1912/1914, la familia se mudara a Santa Fe.

Después de la muerte de Fedde, Zwaantje (Ana) vivía por turnos en casa de sus hijos, hasta que un amigo de la familia, el francés Raúl Baigne, le propuso matrimonio. Se casaron hacia el año 1918 y se mudaron a la colonia Esperanza, donde Raúl tenía una casa.

En Santa Fe vive ahora Rubén Barros Culman, nieto del inmigrante Fedde Koelma y Zwaantje van der Molen. La hija de Rubén, Irene, recibió en el año 1988, junto con su compañeras de clase, la tarea de escribir una composición sobre sus abuelos. Irene escogió a Lucía Culman, su abuela de parte paterna.

Su padre se interesó por el tema e inició varias investigaciones en los registros civiles y los libros eclesiásticos de bautismos, matrimonios y entierros.

Actas traídas de Holanda revelaron que el apellido Culma(n) se escribió originalmente como Koelma. Este descubrimiento indujo a Rubén y su señora a viajar a Holanda en los años 1990, 1994 y 2000, donde visitaron toda clase de archivos municipales y estatales, pero sin éxito, hasta que Rubén recordó que, en cierta ocasión, su abuela le había contado que en Holanda hablaban Frisón, el idioma de la provincia de Frisia.

Mediante la Embajada de Holanda en Buenos Aires obtuvo la dirección de todas las municipalidades en Frisia y escribió una carta a cada una de ellas. Una llegó al Archivo Estatal en la ciudad de Leeuwarden, capital de la provincia.

Un miembro de la familia, Kees Koelma, había visitado el Archivo Estatal con motivo de la reunión que, en el año 2000, se organizó para aquellos frisones, que, antes y después de la segunda guerra mundial, habían emigrado al extranjero. Kees Koelma tenía la esperanza de encontrarse con algún familiar argentino.

Uno de los archiveros del Archivo Estatal, el señor Otto Kuipers, recordó la visita de Kees y le llamó por teléfono para darle la buena noticia de que el Archivo había recibido una carta con un e-mail de un primo lejano Koelma (Culman) de Argentina.

El 20 de Marzo de 2001, el señor Kuipers se comunicó con Rubén, prometiéndole que pronto recibiría un e-mail de un familiar suyo en Holanda.

El e-mail, que Kees escribió en inglés, causó gran emoción entre los familiares Culman en Argentina, y fue motivo de otro viaje de Rubén y su señora a Holanda.

Llegaron al aeropuerto Schiphol de Amsterdam la mañana del 28 de mayo de 2001, donde Kees les esperaba. Con este encuentro se terminaron 25 años de pesquisas y búsquedas.

Con los datos disponibles aún incompletos, de Kees Koelma desde Leewarden, Holanda, y de Rubén Barros Culman desde Santa Fe, Argentina, se compuso un árbol genealógico de la familia Koelma-Culman actualmente transcripta en una web-site de la Internet Holandesa.

Encuentro argentino

Si bien los gestores de la visita de Jorn Koelma y Aletta van Duyne a la Argentina han sido Rubén y María Delia, fueron anfitriones junto a otro familiar, Silvio.

Para homenajearlos, en Santa Fe optaron por hacer un encuentro familiar íntimo, "con los mayores, más cercanos en el tiempo a la lejana historia. Como preservando las emociones de los más viejos....quizás distintas", confesó Rubén.

También hubo encuentros con todos quienes lo desearon y fue posible, familiares jóvenes y no tan jóvenes, comiendo un choripan, caminando por calle San Martín, visitando las universidades o un museo.

Jorn contó a De Raíces y Abuelos la experiencia vivida y el encuentro con sus afectos. En inglés, trató de explicar lo que él denomina como "efecto piel", de acercamiento, de concurrencia hacia el núcleo familiar, de deseos de volcar cariño junto a un torbellino de relatos, de recuerdos que recibieron de la bisabuela holandesa Zwaantje, de la abuela Lucía, de sus madres Ema y Petronela, de los papás Miguel, Federico; Eduardo, Rubén.

"Fue emocionante escuchar a Jorn intentado palabras en español para relatar sus sensaciones ante tanto amor familiar recibido. Si De Raíces y Abuelos sirve para mantener viva esta herencia de amor familiar y difundirla, nos sentimos orgullosos de esta publicación y razón de ser", finalizó Rubén.

Lía Masjoan