Contrafestejo al ritmo de candombe
Desde hace tres años, Paraná es testigo de una celebración original. Se recuerdan las culturas afroamericanas y el antiguo barrio negro. Música, bailes y propuestas culturales para un 12 de Octubre diferente.

Como cualquier domingo, al caer la tarde, una multitud comienza a reunirse en una de las esquinas más tradicionales de Paraná. Pero esta vez, y a más de quinientos años del 12 de octubre de 1492, la intersección de Buenos Aires con avenida Rivadavia se puebla por una multitud que esta vez no se encuentra para ir a la iglesia San Miguel, sino para festejar el controvertido aniversario del "descubrimiento" de América desde otra mirada.

Hace ya tres años que para esa fecha Paraná tiene su cita obligada. El Contrafestejo del 12 de Octubre se realizó en esta oportunidad el domingo 10, aprovechando el feriado y celebrando entonces los últimos días libres de la América precolombina.

El contrafestejo consiste en una llamada de tambores que evoca los ritmos del candombe, desfilando por lo que se conoció en Paraná como "Barrio del Candombe" ó "Barrio del Tambor", zona en la que habitaron, en el siglo XIX, la mayor cantidad de afrodescendientes de la ciudad.

Alrededor de un fogón armado en el medio de una de las arterias céntricas de la capital entrerriana, un círculo de tambores se ordena con sus parches mirando hacia las llamas. El calor sirve para que los instrumentos, que más tarde serán protagonistas de la noche, suenen con la nota justa sin rastros de la humedad del ambiente. Pasan algunos minutos de las seis de la tarde y con el cese de las campanadas de la iglesia de San Miguel, vecinos, familias y jóvenes comienzan a reunirse cerca del fogón en el que los tambores toman temperatura.

Esta procesión pagana que da sus primeros pasos justo en el lateral de una iglesia, atraviesa las calles del antiguo barrio negro, con malabaristas que agitan antorchas encendidas y dibujan círculos en llamas. Luego, lo sigue un hombre con zancos que hace equilibrio desde las alturas y más atrás varias mujeres vestidas con trajes blancos a lunares amarillos y rojos que bailan con el contoneo propio del candombe, mixtura afrocriolla que se fue transformando en su devenir rioplatense. La figura desgarbada de un abanderado que enarbola la medialuna y la estrella (símbolos adorados por los africanos), corre entre bailarines, malabaristas y curiosos hasta que se derrama frente a una de las mujeres que preceden la marcha, y deja que su torso baje hasta quedar paralelo al asfalto. Por último, más de quince músicos tocan los tambores vestidos de rojo, amarillo y negro, que evocan los colores de Angola, de donde provenían la mayoría de los esclavos traídos a nuestra región.

Recuperar el espacio público

Cada paso marca el pulso en una lenta caravana: con la mano izquierda y el palo en la derecha, los músicos tocan tres tipos de tambores. Repique (el tambor que improvisa, que juega con la melodía), piano (el tambor más grande y que con su sonido grave marca el pulso) y el chico (con su fraseo fijo). Los percusionistas van avanzando en una especie de cuadrado imaginario pensado para que los integrantes de la cuerda puedan escucharse entre sí. Y en la música se crea una verdadera expresión colectiva.

Las calles de la ciudad toman otro color al paso del desfile, las ventanas dejan ver el interior siempre escondido de cada casa, que ahora se abre hacia la muchedumbre danzante. Al ritmo del candombe, el incesante batir de los parches invoca una cultura ancestral negada en nuestro país y propone una visión crítica del pasado que pone en la mesa de discusión la razón por la que, desde muchos organismos y políticas oficiales, se festeja el 12 de Octubre como Día de la Raza, cuando también debería conmemorarse la resistencia de las culturas nativas y africanas ante la omnipotencia conquistadora.

Con el lema "seguimos descubriendo a nuestros descubridores", el grupo Tambores recupera los ritmos y las prácticas de una cultura que ha sido marginada por nuestra historia. Una de las propuestas del Contrafestejo (incluida en un proyecto que este año fue distinguido con el Premio Mercociudades, a los diez mejores proyectos culturales en marcha) es, en palabras del músico paranaense Pablo Suárez, recuperar los espacios públicos -sobre todo las calles- como espacios culturales.

Ritmo en los cuerpos

La procesión avanza lenta por las calles del centro de Paraná mientras la luz de la tarde de domingo termina de desaparecer y deja que alumbren las antorchas que los malabaristas agitan sobre sus cabezas. El destino es el Pasaje Baucis, una callecita adoquinada y escondida que, ubicada entre las calles Colón y La Paz, parece una postal colonial y es lugar más propicio para recordar a la cultura afroamericana. Adornada para la ocasión con bombitas de todos colores que recuerdan los carnavales del pasado, en el estrecho pasaje esperan muestras de arte callejero y un escenario por el que pasarán músicos locales como la cantante María Silva y el grupo de música guaraní Aguaí.

La noche termina por volverse certeza mientras la clave, la base rítmica del candombe, resuena en las palmas blancas, que recién ahora, se animan a reclamar por nuestros hermanos que fueron borrados de la historia. Apenas han cesado los sones del tambor, pero el ritmo todavía se guarda en los cuerpos que se niegan a disgregarse.

Celina Van DembrouckePaulo RicciFoto: P.R.