Los 120 años de la Bolsa de Comercio
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El origen de la Bolsa de Comercio de Santa Fe se remonta al 29 de agosto de 1884, día en el que los órganos gubernamentales competentes otorgaron la personería jurídica al Club Comercial, piedra miliar de la actual Bolsa que se apresta a celebrar 120 años de productiva existencia, forjada en sucesivos tiempos y movimientos de articulación institucional.
Cuatro años después que la Nación quedara definitivamente organizada mediante la sanción de la Ley de Capitalización -que había federalizado a la ciudad de Buenos Aires instituyéndola capital de la República Argentina-, tomaba cuerpo en la ciudad de Santa Fe una entidad llamada a marcar rumbos en la historia económica de la región.
Por entonces, don Mariano Comas se desempeñaba al frente del Departamento Ejecutivo Municipal, en tanto que la provincia era gobernada por el canónigo Dr. Manuel María Zavalla y en la poltrona presidencial se sentaba el Gral. Julio Argentino Roca, quien conducía el país con mano firme bajo la consigna "Paz y Administración". Ese binomio valorativo rezumaba el mismo espíritu del lema "Orden y Progreso", fórmula sintética del programa político que guiara los pasos de los convencionales constituyentes que el 1� de mayo de 1853 habían aprobado en la ciudad de Santa Fe el texto de la Carta Magna confederal, la ley madre que sentaba las bases para la progresiva organización del país.
Meses antes, el principio de orden -que quedara grabado a fuego en el cuerpo constitucional- había inspirado el nacimiento de un sencillo club de la ciudad, iniciativa que insinuaba la nueva sociabilidad de los argentinos, alentada por un proyecto de país moderno y esperanzado.
Así, en pocos meses, el orden como valor constitutivo de la Nación y el Club del Orden, como expresión social concreta de la voluntad organizativa, intersectaban sus breves recorridos en los salones de la flamante entidad para celebrar con júbilo la sanción de la Ley Fundamental.
Importa remarcar la conexidad de estos acontecimientos trascendentes en la historia nacional y regional, porque en los albores de una Argentina abierta al mundo, el Club del Orden sería bastante más que una institución social.
En su acta de fundación, fechada el 27 de febrero de 1853, proclamaba el respeto a la ley -factor de seguridad jurídica en una tierra de conductas ariscas y a menudo cerriles-, propendía a estrechar los vínculos de una ciudadanía que venía de experimentar atroces fisuras, y recomendaba la sociedad argentina a los ojos del extranjero, lo que pronto se traduciría en la llegada de capitales externos, la instalación de numerosas colonias agrícolas con familias procedentes de Europa y en el hecho incontrastable de que dos colonizadores extranjeros presidirían el club en los primeros tramos de su desarrollo institucional.
Todos estos propósitos contienen aspectos clave para la real promoción de la economía, y son rubricados en el acta por la explícita aspiración de contribuir "al desenvolvimiento del comercio y de la industria, y a la difusión de las noticias mercantiles". Y por si el enunciado no bastara, en una de las primeras actas de reunión consta la decisión de "colocar una pizarra a la entrada del club, donde se anoten las salidas y entradas de los buques" y la designación de "una comisión encargada de suministrar diariamente las noticias mercantiles".
En consonancia con las metas trazadas, pocos días después, las noveles autoridades emitían una circular en la que expresaban "un voto de confraternidad a cada una de las asociaciones que existen en los diferentes Pueblos de la Confederación Argentina y demás Repúblicas hermanas".
Las respuestas no se harían esperar. El tejido vivo de la nueva sociabilidad comenzaba a reproducirse y restauraba "los vínculos cuasi rotos de la gran familia argentina". La voluntad de comunicarse saltaba sobre los obstáculos de viejo cuño, el diálogo creaba puentes sobre las viejas trincheras, los fragmentos comenzaban a converger en el dibujo progresivo del país soñado. Así lo testimonian la respuesta de la Sala de Comercio de Corrientes, enviada el 11 de setiembre de 1853, en la que felicita al club santafesino por su fraternal iniciativa, resalta la coincidencia de fines, enfatiza la importancia "del principio económico e industrial" y señala que "ha consagrado una particular dedicación al fomento de los intereses comerciales de este país...". Otro tanto ocurre con la del Club Mercantil de Rosario, expedida en similares términos el 20 del mismo mes. O la del Club Argentino de Paraná, cursada dos meses después, y pocos días antes de que el Club del Orden se convirtiera en el foco de un hecho excepcional: la presentación del primer programa económico de la Confederación Argentina.
Se había creado un país en el espacio intangible de encendidos discursos y la sanción constituyente de la estructura jurídico-política que habría de cobijarnos. Llegaba, por lo tanto, la hora crucial de encarnar palabras y normas en actos y conductas; se imponía la difícil tarea de construir realidades tangibles, operativas y conducentes.
En esa instancia y con ese cometido, el 30 de noviembre de 1853 arribaba a Santa Fe don Mariano Fragueiro, ministro de Hacienda y miembro del triunvirato que ejercía el Poder Ejecutivo por designación del general Justo José de Urquiza. En una tierra prácticamente baldía, de bajísima densidad poblacional, en la que las conductas de los pobladores habían escapado con frecuencia a las normas de una Corona lejana e invisible, y donde los hábitos de tomar y extraer lo que hiciera falta habían arraigado en los vecinos desde los tiempos de la Colonia, se hacía complicado moldear las modernas conductas cívicas que reclamaba la Constitución recién alumbrada.
La efectiva pretensión de aplicar las normas fiscales al giro de los negocios generó en los comerciantes santafesinos un conato de resistencia. A tal punto que el juez de Comercio de la capital provincial remitió a la vecina ciudad de Paraná, sede del gobierno confederal, una nota en la que se pedían aclaraciones sobre la creación de impuestos contenidos en el proyecto de Estatuto para la Hacienda y el Crédito Público.
La respuesta de Fragueiro fue rápida, viajó a la cercana Santa Fe y en los salones del Club del Orden -que nucleaba entre sus socios a los principales comerciantes de la ciudad- expuso (y debatió con los presentes) los lineamientos principales del primer paquete de medidas económicas que viera la luz después de la sanción constitucional; hecho que, por consiguiente, se erige como hito significativo en la historia económica del país.
Ese día, en el que Fragueiro defendió su iniciativa a capa y espada porque el gobierno nacional debía "proveer a las innumerables exigencias que sobre su responsabilidad pesaban" y no tenía "el Tesoro de la República un solo peso de que disponer", quedó registrado en una de las primeras actas del referido club, documento que hoy nos permite una aproximación relativa a los dramáticos esfuerzos y a los grandes cambios que supone el nacimiento de un país.
En 1903, al cumplirse el cincuentenario de la fundación del Club del Orden, el diario La Unión Provincial -que dirigía Domingo G. Silva, el respetado educador- publicó un largo texto recordatorio de sus orígenes. En un tramo que vale la pena reproducir, se refiere a aquel importante acontecimiento con una prosa característica de ese tiempo. Dice así: "En el '53 el gobierno nacional, a guisa de Estatuto, había lanzado sus proyectos rentísticos causando al pueblo sorpresas y desazones. Todo aquello era nuevo y tocaba a la parte más sensible del individuo: al bolsillo.
"El ministro de Hacienda de la Confederación, doctor Mariano Fragueiro, veía cómo se formaba la tormenta y no encontraba santo a qué encomendarse para explicar sus proyectos y evitar el chubasco.
"Eligió el Club del Orden, quien lo recibió en sesión extraordinaria y con asistencia de los señores socios honorarios doctor Juan Francisco Seguí y doctor Elías Bedoya (ex convencionales constituyentes). Explicados los proyectos, se los impugnaron los señores Seguí, Leiva y Comas (don Mariano). El debate fue memorable y constituye uno de los más altos timbres de gloria del Club. Los proyectos sobre impuestos territoriales (actual inmobiliario), aduanas de depósito, impuestos de protección a las industrias nacionales (aranceles para la importación de mercaderías) y creación del Banco Nacional fueron aprobados. El acta que contiene este debate, tal vez único en su género, en donde un centro social hacía valientemente el papel de Congreso, será publicado y no lo reproducimos en esta edición tan sólo por carecer de espacio".
Hay que decir que finalmente el paquete de medidas no entró en vigor, aunque el puerto de la ciudad de Santa Fe consiguió su aduana de depósito merced al unánime y convincente reclamo de los asistentes a la histórica reunión.
De tal manera, la lucha por un puerto en paridad de condiciones, la señalada presencia del comercio y el hecho de que uno de los fundadores del Club del Orden -don Ignacio Crespo- fuera más adelante uno de los impulsores principales y el primer presidente del Club Comercial -precedente sustancial y elemento integrativo de la Bolsa de Comercio de Santa Fe- ligan para siempre a las dos instituciones en la trama común del origen, continuidad y desarrollo del comercio regional.
Es importante valorar la potencia transformadora del nuevo sistema. La actividad económica, motorizada por las fuerzas sociales e individuales que la Ley Fundamental empezaba a liberar de las ataduras ancestrales del absolutismo monárquico y del poder territorial de los caudillos (que en diversos aspectos constituían expresiones fraccionadas e inerciales del viejo régimen), comenzaba a dar sus primeros frutos. Lenta y progresivamente, el Estado de Derecho desplazaba con sus normas de orden general las rémoras de un tiempo signado por los poderes discrecionales y el casuismo arbitrario e imprevisible.
Por eso, para inteligir con claridad el proceso que desemboca en la Bolsa de Comercio de Santa Fe, hay que comenzar necesariamente por la sanción de la Constitución Nacional y la coetánea creación del Club del Orden, promotores augurales de la actividad comercial a través de garantías normativas hasta entonces inexistentes y del efectivo ejercicio de la asociatividad.
De acuerdo con la información relevada por la Arq. Silvia Bournissent, quien investiga la historia del edificio que es sede de la Bolsa, la primera reunión orientada a la creación del Club Comercial se realizó el 6 de julio de 1884. Pero recién el 11 de agosto de 1884, a las 13.20, y con la firma de don Ignacio Crespo, presidente de la asociación recién constituida, ingresaba al Ministerio de Gobierno el pedido para que se la reconociera como persona jurídica, solicitud que fue acompañada con la correspondiente documentación.
Con una diligencia que hoy llama la atención -pero que en aquel tiempo era habitual-, la nota fue girada en el curso de esa misma jornada al fiscal de Estado. Y al día siguiente la petición recibió dictamen favorable elevándose al Poder Ejecutivo. Poco después y en base a los informes recibidos, el gobernador de la provincia, canónigo Manuel Ma. Zavalla -cuya firma fue refrendada por la de su ministro José Gálvez-, aprobaba sus Estatutos y Reglamento General, declarándola persona jurídica el 29 de agosto, fecha que se toma como formal partida de nacimiento de la institución.
El surgimiento del Club Comercial fue parte de la dinámica transformadora impulsada por la definitiva organización del país que se iniciara con la sanción de la Constitución en 1853, se perfeccionara con las convenciones reformadoras de 1860 y 1866 -que también se realizaron en Santa Fe y, además de algunas modificaciones normativas, produjeron la reintegración de la escindida provincia de Buenos Aires al cuerpo de la Nación- y concluyera con la ya mencionada Ley de Capitalización.
Luego de afrontar dificultades de diverso tipo y algunos empecinados retiemblos institucionales, el orden legal conseguía abrir profundas picadas en el boscaje de conductas resistentes y, por fin, lograba consolidar reglas del juego claras que eran acatadas por la inmensa mayoría de la población. Así las cosas, un movimiento de extraordinaria energía cambiaba el país a la velocidad del rayo. Basta mirar las estadísticas para dimensionar la magnitud del fenómeno. A efectos ilustrativos vale consignar que en el primer empadronamiento oficial, realizado en 1857, a cuatro años de la sanción constitucional, la población de la ciudad de Santa Fe ascendía a 6.615 personas, en tanto que en el censo general de la provincia efectuado en 1887 -tres años después de la fundación del Club Comercial- había crecido a 17.559 habitantes; es decir, un 165 por ciento en 30 años. En este último año, la cifra de alfabetos ya era del 58 por ciento y delineaba una curva ascendente que se acentuaría en las próximas décadas como claro indicador del proceso de integración social.
En lo que refiere a la construcción urbana, los edificios de "material" -con techos de azotea o tejas-, que en 1857 eran sólo 391, llegaban en 1887 a 2.661, lo que representaba un incremento del 581 por ciento. Un año antes, la inquietud por modernizar la traza de la ciudad, alinear las edificaciones sobre la vía pública y ensanchar y pavimentar las calles, se traducía en la sanción de ordenanzas correctivas de la carencia o incumplimiento de reglas urbanísticas.
En la misma época, bajo el gobierno de Gálvez, el ferrocarril provincial cruzaba la laguna Setúbal y se bifurcaba en dos ramales que unían la ciudad con San José del Rincón, al norte, y Colastiné Sur, sitio éste en el que, aprovechando su calado natural -superior al del puerto urbano-, se había autorizado la instalación de un muelle y se habían construido galpones para atender con ventaja a los barcos de ultramar. El valor de la tierra aumentaba exponencialmente, al igual que los números del Banco Provincial de Santa Fe que, fundado en 1878, en corto lapso había visto evolucionar todos sus indicadores: las acciones habían trepado de $ 26 oro a $ 104 oro, la tasa de interés había bajado del 12 % al 7 % y sus billetes eran convertibles a la vista en oro a seis años de comenzar sus actividades sin crédito alguno.
Entre tanto, el Club Comercial se convertía en significativo protagonista de la vida económica de la ciudad y su región. Se sabe por un documento que conserva el Archivo General de la provincia de Santa Fe que, en 1889, el gobierno provincial le encomendó la tarea de promover la concurrencia de los industriales de los departamentos La Capital y Las Colonias, así como los de San José, Coronda y San Javier, a la Segunda Exposición Internacional de Ganadería y Agricultura organizada por la Sociedad Argentina de Buenos Aires. En nota dirigida al ministro de Gobierno, Dr. Juan M. Cafferata, la entidad aceptaba "con entusiasmo" la comisión, que apuntaba a que los productos de la provincia estuvieran "dignamente" representados en esa importante muestra.
Si bien la mayor parte de la documentación del club se ha perdido, se conserva en el Archivo General una de sus actas más trascendentes -correspondiente a abril de 1899- donde se refleja la reunión popular realizada en su sede con el objeto de "...dotar a esta ciudad de un puerto que a la vez que facilite las operaciones comerciales importe un paso más dado en el camino del progreso de esta parte de la República...". En esa oportunidad, la asamblea designó dos comisiones para promover la iniciativa; una nacional, que presidiría el Dr. José Gálvez; la otra, provincial, que encabezaría don José Maciá, llamado a ser más adelante el primer presidente de la Bolsa de Comercio de Santa Fe. Sólo cabe decir que la participación de ambos fue tan importante que, en 1904, bajo el gobierno del Dr. Rodolfo Freyre, se colocaba la piedra fundamental del Puerto de Ultramar. Y que en 1910, con motivo de su habilitación, los dos hombres fueron homenajeados mediante una destacada inclusión en el Libro énico del Puerto de Ultramar, impreso en esa oportunidad.
La expectativa despertada por la construcción del puerto primero y, más tarde, por la rápida evolución de las cargas de granos a partir de su habilitación, explican la creación de la Bolsa de Comercio de Santa Fe -nacida en el espacio progresista del Club Comercial y a impulsos de sus propios hombres-, como una entidad con mayor especialización mercantil que enfatizaba las actividades de la cadena agroindustrial y la exportación de cereales. Tal era la vinculación entre el tronco institucional y el retoño fresco, que la Bolsa funcionaría en la sede del Club Comercial, cuyos estatutos le señalaban propósitos económicos de mayor espectro.
La dinámica de la gran transformación económica que experimentaba el país y cuyo eje era la producción agropecuaria localizada principalmente en las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe, generaba veloces cambios dentro del gran cambio. Esta ramificación institucional era una de ellas. Y, bueno es decirlo, no se trataba del primer intento. En efecto, el 23 de setiembre de 1908 se había realizado en el Club Comercial una reunión presidida por José Maciá -uno de sus más conspicuos integrantes-, en la que se consideraron los borradores de estatuto y reglamento que orientarían y nutrirían a una proyectada Bolsa de Comercio. En la siguiente asamblea, que se llevó a cabo el 6 de diciembre de ese mismo año, se aprobaron las normas fundacionales y se constituyeron las Cámaras de Comercio, Sindical y de Cereales, presididas por José D. Maciá, Ricardo Aldao y Nicolás Botta, respectivamente. Según constancias recogidas en el Libro de Oro de la Bolsa, con posterioridad se produjeron sólo dos reuniones, el 17 de abril y el 3 de agosto de 1909. De hecho, esta última fecha marcó el final de la iniciativa, ya que en ese encuentro se acordó convocar a sesión ordinaria para el día 11 (de ese mismo mes) "a fin de resolver si debe continuar o disolverse definitivamente la Bolsa de Comercio", cosa que nunca ocurrió.
El antecedente es interesante, porque va a reaparecer con cierta intensidad en el debate que, en 1912, precedió a la efectiva creación de la entidad que hoy conocemos. En ese momento, algunos socios plantearon reconducir las anteriores actuaciones para ganar tiempo. No obstante, privó el criterio mayoritario de levantar la Bolsa sobre nuevos cimientos; se designó una Comisión Organizadora que presidió don Luis Alfonso y cuyo objeto fue preparar el proyecto de estatuto y reglamento. En la sesión del 12 de julio de 1912, los documentos fueron aprobados, se declaró fundada la institución y se procedió a la elección de su máximo organismo: la Cámara Sindical -que andando los años sería reemplazada por el Directorio-, el cuerpo de conducción en el que están representadas las diversas cámaras gremiales internas.
Como consignan las actas, concluido el acto eleccionario, la primera mesa directiva quedó integrada de la siguiente manera: presidente, José D. Maciá; vocales: Ricardo Aldao, Severo A. Gómez, Gustavo Brandeis, José B. Rodríguez, Ignacio Roca y José Vionnet; vocales suplentes: Manuel Pinasco, Rodolfo Candioti, Valentín Parodi y Luis Zapata; síndico titular, José V. Parpal; síndico suplente, Juan Mas.
La inauguración oficial, luego de concluirse los trámites relacionados con la obtención de la personería jurídica, se produjo el 7 de diciembre de 1912, en un acto que según el Libro de Oro "alcanzó brillantes contornos" y al que concurrió el Dr. Manuel Menchaca, entonces gobernador de la provincia y primer mandatario electo en el país por la Unión Cívica Radical y por aplicación de la Ley Sáenz Peña que establecía el sufragio universal, secreto y obligatorio para el segmento masculino de la población.
Es interesante al respecto transcribir parte de lo que 50 años después escribiría Menchaca con motivo del aniversario de la Bolsa. Allí recordaba que el ex presidente Nicolás Avellaneda afirmaba haber experimentado su mayor emoción en el cargo, cuando en 1878 presenció la exportación de las primeras 4.500 toneladas de trigo y vio "cómo las carabelas de los descubridores volvían a Europa cargadas con el oro vegetal arrancado a la pródiga tierra por los inmigrantes italianos". Él, por su parte, expresaba su orgullo de gobernante por "haber solucionado con criterio social las legítimas reivindicaciones de nuestros chacareros, haber luchado por la creación de la Universidad Nacional del Litoral, haber recibido la visita del presidente Roque Sáenz Peña y haber asistido a la fundación de la Bolsa de Comercio de Santa Fe, cuya acción intensa y luminosa hace que sirva de derrotero para toda iniciativa de progreso y evolución del comercio en la industria de la provincia".
Ese día tan especial, en el que el gobernador llegó acompañado por los ministros de Gobierno, Dr. Antonio Herrera; de Hacienda, Sr. Manuel Mántaras; y de Instrucción Pública, Dr. Enrique Mosca, contó también con la presencia de una importante delegación de la Bolsa de Comercio de Rosario que integraban los Sres. Ricardo Schlieper, Julián Parr, Amadeo Causi, Enrique Rodríguez Llames, Cecilio Juanto y Manuel Arijón, así como de una comitiva de la Sociedad Anónima Mercado General de Productos Nacionales (Buenos Aires), compuesta por Roberto Pozzi y Juan Raffo.
Las firmas de todos ellos constan al pie del acta de inauguración de la Bolsa junto a las de Luis Alfonso, José Rodríguez, Ignacio Roca, Gustavo Brandeis, Adolfo Rothschild, Carlos Sarsotti, Cesáreo Garibay, P. Asta, Manuel Faramiñán, Miguel Parpal, Nicolás Botta, Antonio Dall'Armellina, Ricardo Aldao, Antonio Carusso, Enrique Benenatti, Cándido López, Manuel Pinasco, Augusto Natt Kemper, Sebastián Dalla Fontana, José Vicente Parpal, Amado Tomás, A. Gorbea, A. Nijamkin, Pablo Christensen, Sally Isaac, Carlos Lupotti, Joaquín Puya, S. Herrandonea, Darío Busquetti, Martín López, A. Frehner, Guillermo Norman, Federico Gebien, E. Caffaratti, Salvador Espinosa, Genaro Benet, Gustavo Martínez Zuviría, Severo Gómez, Faustino Henri, Francisco G. Vega, Héctor Claverie, A. Lanfranchi, J. Westphalen, Julio Lustanau, H. Feldman, Luis Zapata, Angel Argenti, Gastón Boutellier, Ernesto S. López, E. Laggier, Juan Risso, Mateo Chiama, J. Hulla, José Mai, José María Santa Cruz, Enrique Cingolani, A. Tiscornia, J. Larguía, Roque Niklison, Francisco J. Vega, Antonio Baragiola, Perfecto Diego y A. García.
A estos nombres se deben sumar los de quienes participaron del acto de iniciación de la Bolsa -realizado en la sede del Club Comercial el 22/5/1912 a las 21- y luego no firmaron el acta de inauguración por ausencia, muerte u otra causa no determinada, ya que a moción del Dr. José Zavalla, que asistía jurídicamente a la asamblea originaria y originante, fueron declarados socios fundadores. En el rastreo documental, hemos podido rescatar los siguientes: Cipriano Arteaga, Severo Echagüe, Eduardo Bianchi, Enrique Macagno, Demaría, Richeri, Enrique Betemps (h), Francisco Zuviría, José Fontanarrosa, Eduardo Giudetti, Remo Guidetti, Francisco Ferraris, Jost, José de Tuati, J.G. Costa, Chotil, Argento, Germán Nagel, Andrés Osser, Martínez Marcos, Domingo Tettamanti, Juan Bautista Beltrame, Camps, Federico Meissenburg, Belloc, Bonazzola, Ricardo Reinhold, Guastavino, Valentín Parodi y Zenón González.
La extraordinaria mezcla de apellidos -antiguos y nuevos, criollos y extranjeros- reunidos en un emprendimiento común, expresaba de manera incontrastable la dimensión del fenómeno activado por la Organización Nacional y los alcances del proceso de integración social, cultural y económica en desarrollo.
Pero lo más importante de aquella jornada, porque explica el sentido de la iniciativa y confirma cuanto antes hemos escrito al respecto, fue el discurso del flamante presidente de la institución, don José Maciá, reproducido en la edición del 8/12/1912 del diario "El Santa Fe".
En sus tramos salientes manifestaba que "la expansión comercial, el crecimiento gradual de las fuentes productoras, la valorización jamás soñada de su suelo, la importancia de sus transacciones, todo lo cual ha crecido y vigorizado con el funcionamiento de nuestro puerto de ultramar, imponían la existencia de este centro para defender sus vitales intereses, regular su movimiento siempre ascendente y estimular la acción de todos los elementos concurrentes a afirmar y engrandecer su progreso económico". Y proseguía: "Así lo entendieron los distinguidos miembros del Club Comercial, a quienes corresponde el honor de esta iniciativa, debiendo declarar que ese Centro ha sido en todo tiempo el campeón esforzado en favor de los intereses de Santa Fe; y tanto que si se ha retardado la creación de la Bolsa de Comercio, ha sido, sin duda, debido a que los intereses de esta zona encontraron siempre en el Club Comercial un celoso defensor, de manera tal, pues él suplía con honor y eficacia la ausencia de la institución especial, que hoy recoge la tradición honrosa de su antecesor, en las tareas que está llamada a desempeñar. Sea, pues, para este centro, con quien hoy compartimos el hogar, nuestra primera palabra de agradecimiento". Más claro, agua.
Como ya dijimos, la Bolsa nacía en el Club Comercial a instancias de sus propios socios y funcionaría en el mismo local. Y así sería hasta que en 1919, ambas entidades se refundieran en una sola que adoptaría el nombre de la más joven y la sede de la más vieja (de donde nunca se había ido). El viaje temporal cerraría así el círculo de una historia compartida en términos de hombres, ideas y propósitos.
Entre tanto, el Club Comercial continuaría funcionando en el mismo edificio y con un carácter eminentemente social, como se desprende de las salas de lectura, conversación y juegos (de cartas y billar) inventariadas en la fusión de 1919 que más adelante veremos.
En rigor, dadas las condiciones objetivas de un mercado en expansión y un sistema de transportes que anudaba en el nuevo puerto de Santa Fe ferrovías e hidrovía, trenes y barcos, conjunción ideal que reducía notablemente el precio de los fletes -clave en el comercio de commodities-, la Bolsa como idea alcanzaba su punto de maduración para nacer a la vida institucional.
Seguía así los pasos que el 15 de mayo de 1854 iniciara la Cámara Comercial del Mercado 11 de Setiembre en la ciudad de Buenos Aires -primera entidad agropecuaria del país-, que décadas más tarde adoptaría el nombre de Bolsa de Cereales de Buenos Aires. Y de la Bolsa de Comercio, alumbrada casi a la par en esa ciudad portuaria el 10 de julio del mismo año, replicando al igual que la anterior, potentes experiencias europeas.
La creación de estas entidades buscaba concentrar tratos y contratos en lugares seguros, que se erigían al mismo tiempo como escuelas comerciales donde se aprendía el oficio en sus múltiples variantes, se promovía la ética comercial (la palabra empeñada tenía fuerza de ley entre las partes), se sancionaban las conductas desviadas y se establecía un sistema de arbitraje a través de la mediación del presidente de la Sala en caso de que se suscitara un conflicto de intereses o de interpretación entre contratantes. Eran, por lo tanto, sitios de negocios, formación y socialización.
Como se lee en el libro La Bolsa de Cereales en la Historia Argentina, "de ese modo se conformaba un mercado-lugar con el libre movimiento de la oferta y la demanda. La compra, la venta, el examen y clasificación de granos y frutos se realizaban en la misma plaza, a la vera de las carretas". Además, desde 1857 las cotizaciones de la Sala empezaron a difundirse en los diarios porteños todos los sábados, con la publicación de una planilla que expresaba los precios de la semana previa. De tal manera, "la difusión de los precios de los productos negociados en la Sala de Comercio marcó un punto crucial, al articular una red de información vital para los productores agrícolas. Este sistema les garantizaba la colocación de sus productos y les permitía decidir cuál era el momento más oportuno para vender". Tres años después se confeccionó el primer gráfico con la entrada y evolución de los principales granos que llegaban al mercado; más adelante se formó una comisión especial de vigilancia de las transacciones y un nuevo reglamento para transparentar las operaciones, actos a los que siguió la publicación de un boletín en el que constaban los datos de los precios y el movimiento comercial. Día a día se perfeccionaban los mecanismos institucionales y operativos de mercados que se volvían más eficientes y "abstractos", en el sentido de que sólo se requerían pequeñas muestras examinables de granos para anudar contratos por elevados montos de dinero.
Por otro lado, en el caso de los de títulos representativos de valor, la Bolsa de Comercio ofrecía un espacio adecuado y seguro para su negociación, con beneficios para las partes y para la economía general del país. Quien disponía de capital podía colocarlo temporariamente obteniendo una renta. Y quien lo necesitaba para alimentar su giro, expandir actividades o financiar desequilibrios, podía conseguirlo mediante la emisión de acciones o la colocación de títulos de deuda.
El sistema sustraía una importante masa de dinero al sueño ocioso en cajas fuertes y contribuía a la mayor productividad de la economía al facilitar de manera notable la generación de negocios a gran escala, ya que podían participar empresas nacionales y extranjeras, así como Estados provinciales y nacionales. El ancho mundo estrechaba sus orillas gracias al desarrollo de las comunicaciones, la creación de instituciones confiables que tejían una red planetaria y la generación de diversos papeles que representaban mercaderías o dinero y que eran fácilmente negociables en los ámbitos especializados.
En ese contexto y sobre las bases que sostenían a la Bolsa de Cereales y a la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, comenzaron a reproducirse en otros puntos del país entidades similares cuya génesis puede rastrearse en normas, símbolos, usos y costumbres aún vigentes en el conjunto de entidades hermanas. Entre ellas, las Bolsas de Rosario (creada el 18 de agosto de 1884 como Centro Comercial del Rosario de Santa Fe y convertida por decisión asamblearia de 1899 en Bolsa de Comercio de Rosario) y de Santa Fe (cuyo origen, como vimos, se remonta al mismo mes y año).
Cuando en 1912 nuestra Bolsa inició sus actividades propias en la sede matriz del Club Comercial, la población de la ciudad ya ascendía a 51.203 habitantes, la tasa de crecimiento vegetativo señalaba un sorprendente 18,6 %, los tranvías urbanos con tracción a sangre habían transportado en el año a 2.979.881 pasajeros, la primera formación del Ferrocarril Central Norte arribaba a la terminal en construcción ubicada en "la punta" del bulevar Gálvez y los despachos portuarios iban en aumento. Baste decir que el año anterior -primero de operaciones en la estación fluviomarítima- habían llegado a los muelles 185 buques ultramarinos y 1.300 embarcaciones de cabotaje, que habían movilizado en total 1.000.000 de toneladas de cargas. Las cifras son elocuentes y muestran el rumbo general y los resultados cuantificables del proceso iniciado con la sanción de la Constitución Nacional en 1853, más allá de las tensiones políticas, revoluciones y revueltas insistentes, crisis económicas y conflictos vinculados con el cambio social motorizado por la inmigración con su carga de necesidades, aspiraciones, nuevos imaginarios e ideologías, que también fueron parte de la profunda transformación del país y la provincia.
En lo que refiere al aspecto puramente institucional, inmediatamente después de constituida la Bolsa, el 20 de julio de 1912 se crearon la Cámara de Cereales y la Cámara Arbitral de Cereales. La comisión directiva de la primera se integró con Carlos Lupotti (molinero), Augusto Nett Kemper (consignatario), Nicolás Botta (acopiador), A. Nijamkin (exportador), Adolfo Rothschild (exportador) y J. Westphalen (exportador), como miembros titulares; y Antonio Dall'Armellina (acopiador), Angel Argenti (consignatario), José Weber (molinero) y Antonio Baragiola (exportador), como suplentes. En tanto, al frente de la segunda quedó A. Rothschild, como presidente, acompañado por Nicolás Botta en calidad de vice y A. Nijamkin, como secretario.
Respecto de esta última, sabemos por los registros que en su primer ejercicio se realizaron 607 cotejos y 655 análisis de cuerpos extraños en lino, mientras que en trigo se cotejaron 162 muestras y se efectuaron 210 pesadas, tramitándose además 12 reconsideraciones y ocho expedientes, entre consultas, demandas y pedidos de inspector.
Lamentablemente, a poco de andar, la Primera Guerra Mundial -detonada en 1914- habría de impactar fuertemente en el intercambio comercial con Europa, lo que produjo una abrupta caída de la actividad portuaria y de las producciones y servicios conexos.
Terminada en 1918 la brutal conflagración que había consumido a Europa, en nuestra ciudad el Club Comercial y la Bolsa de Comercio de Santa Fe iniciaron las conversaciones que habrían de refundir en el magma de una sola institución el destino de ambas.
Por entonces llevaba las riendas del país don Hipólito Yrigoyen -primer presidente radical- y en la provincia gobernaba el Dr. Rodolfo Lehmann, quien en su mensaje a las Cámaras Legislativas destacaba que la exportación de carnes había superado en un 80 por ciento a la de 1918, los molinos harineros superaban con amplitud las cifras exportables del año anterior y en la producción de quesos también se registraban crecientes envíos al exterior, dato de interés si se tiene en cuenta que en 1911 se importaban para consumo unas 5.000 tn. Decía Lehmann a los legisladores: "Una demostración elocuente del estado próspero de la economía nacional se halla en la actividad de las Bolsas de Comercio; en la firmeza de la cotización de títulos; en la multiplicación de las transacciones comerciales y en el interés e importancia de los negocios sobre inmuebles".
En el espacio circunscripto de la ciudad de Santa Fe -cuyo intendente era don Joaquín Rodríguez-, con el fin de facilitar un acuerdo de fusión, el Club Comercial había modificado el Art. 88 de sus estatutos, de manera que le permitía "refundirse con otras instituciones, fusionarse o anexarse a ellas, requiriendo a tal efecto una resolución de la asamblea". Así preparaba las piezas para el encastre institucional con la Bolsa.
En la escritura de fusión y transferencia otorgada por el Club Comercial y la Bolsa de Comercio de Santa Fe ante el escribano Manuel Irigoyen (h) el 18 de octubre de 1919, puede leerse el texto del convenio ad referendum celebrado el 7 de abril del mismo año entre las comisiones especiales nombradas por ambas entidades -Santiago Deimundo, Salvador Damiani y Juan Bianchini (Club Comercial); y Federico Milia, Luis Mangini y Juan Carlos Maciá (Bolsa de Comercio).
Sus principales cláusulas establecían que "bajo la denominación de Bolsa de Comercio de Santa Fe, refúndense el actual Club Comercial y Bolsa de Comercio". Asimismo señalaba que "los bienes muebles e inmuebles que posee el primero de estos centros, así también como los bienes muebles de la última, pasarán al dominio de la nueva sociedad, la que reconoce y acepta como a su cargo las hipotecas constituidas a favor del señor Juan B. Beltrame (constructor de la sede) y que a la fecha asciende a la cantidad de
$ 111.418,47". Otros artículos señalaban que quedaban igualmente a cargo de la nueva institución los demás créditos que existen contra el Club Comercial y la Bolsa de Comercio, los cuales deberían presentarse para su verificación y reconocimiento una vez constituida la nueva sociedad. Otro tanto establecía para los créditos a favor de ambas entidades que, una vez cobrados, pasarían a formar parte del capital social. Los socios de ambos centros quedaban exentos de cualquier cuota de ingreso y se adoptaban los estatutos y reglamentos que regían la Bolsa de Comercio. Por fin, la fusión quedaba supeditada a la aprobación de las respectivas asambleas y a la condición de que el constructor Juan Beltrame se comprometiera a prorrogar la hipoteca constituida a su favor sobre el terreno en que estaba construida la sede del Club Comercial, histórico edificio ubicado en calle San Martín 2231, en el que hoy funcionan la Bolsa, el laboratorio de la Cámara Arbitral, la Caja de Valores y el Mercado de Valores del Litoral SA.
Un acta del 1� de octubre de 1919 registra la conclusión del proceso de fusión iniciado el año anterior. Ángel Argenti y Tomás Martínez, presidente y secretario del Club Comercial, y Ángel Cassanello, titular de la Bolsa, acompañado por Juan Carlos Maciá y Luis Mangini, se encontraron "con el objeto de hacer entrega los primeros a los últimos del local y de las existencias del Club Comercial, en virtud del arreglo autorizado por las respectivas asambleas de ambas asociaciones".
A partir de ese año, en concordancia con este hecho relevante en el terreno de la institucionalidad comercial santafesina y al ritmo de la reconstrucción de una Europa devastada por la guerra, ascendía la curva de actividad del puerto y lo mismo ocurría con la rueda de negocios granarios que funcionaba en una sala de la Bolsa. Se iniciaba la década de oro que culminaría en 1929, cuando el puerto alcanzó las cifras máximas de su operatoria histórica con 2.633.597 tn por todo concepto, el ingreso de 426 buques de ultramar y 4.284 de cabotaje, la exportación de 1.520.646 tn de granos y la importación de 399.746 tn de materias varias. Tanto es así, que José Garro, director del puerto, planeaba ampliar la capacidad de la estación para que estuviera en condiciones de operar 5.000.000 de toneladas por año.
En rigor, dos años antes, el 14 de julio de 1927, "el comercio y el pueblo de Santa Fe" habían presentado al presidente de la Cámara de Diputados de la provincia, don Antonio Casalegno, una nota en la que pedían la aprobación del proyecto de ley enviado por el Poder Ejecutivo que destinaba "cuatro millones de pesos moneda nacional a la ampliación de los muelles, la compra de guinches, locomotoras, construcción de vías y realización de otras obras complementarias que han sido reclamadas al gobierno de la provincia en repetidas ocasiones por la Bolsa de Comercio de Santa Fe, Comisión Consultiva del Puerto y otras instituciones". Y advertían que, de no llevarse a cabo, "se pondría en peligro el creciente desarrollo que actualmente ha adquirido esta plaza, pues los productos se derivarían hacia otros puertos por falta de capacidad de nuestra estación de ultramar".
Lo interesante de la presentación -que alertaba sobre lo que finalmente habría de ocurrir- es que además del administrador del puerto, la Bolsa y algunos de sus más conspicuos socios como Angel Cassanello, Carlos Sarsotti y José B. Rodríguez firmaban los representantes de empresas locales y zonales de significativa talla como Boero Hermanos, Lupotti y Franchino, Bertotto, Coda y Cía., Bantle, Godeken y Cía., García Hnos., Leonidas Leguizamón, Angel Muzzio e Hijos, y también grandes firmas nacionales e internacionales como Bunge y Born, Compañía Argentina de Navegación (Nicolás Mihanovich), Sucursal Santa Fe; Wilson Sons Co., J. y J. Drysdale & Cía., Anglo-Mexican Petroleum Co., Luis De Ridder Ltda. y Compañía de Tierras, Maderas y Ferrocarriles "La Forestal", entre otras.
Este documento reviste gran importancia, porque el listado de hombres y empresas preocupados por el estado de cosas, permite apreciar la dimensión que, para propios y extraños, había alcanzado la estación fluviomarítima. Y a la vez aporta elementos para comprender el largo y oscilante proceso que iría desgastando y acotando la operatoria del puerto de Santa Fe, principalmente por falta de inversión sostenida y del dragado de la vía navegable. Pero también, por la exacerbación reglamentaria respecto de los puertos públicos, la creación artificial de empleo a través de la sanción de normas laborales que a largo plazo terminaron pulverizando los puestos de trabajo por la virtual desaparición de la fuente de actividad económica a causa de sus altos costos y su marcada ineficiencia.
La ausencia de una visión clara sobre las potencialidades de la hidrovía como factor de integración nacional e internacional y como vector de productividad y competitividad interna y externa, anticipaba en parte el fracaso nacional y anunciaba la condena de Santa Fe a un ocaso triste y socialmente peligroso.
Entre tanto, Buenos Aires concentraba al máximo las actividades en su puerto, al punto que el mismo Rosario, con condiciones fluviales naturales superiores, también experimentaría períodos de abandono por parte de las autoridades portuarias nacionales que centralizaban las decisiones. Con oscilaciones permanentes y una actividad muy despareja impactada por la falta de dragado, el puerto de Santa Fe tuvo nuevos picos en 1962 y en 1982, año que marca el final de un ciclo que -con altas y bajas- motorizó el crecimiento de la ciudad.
El puerto de Santa Fe, como lo revela con nitidez un relevamiento documental que comprende 108 años de acción institucional desempeñada sin solución de continuidad por el Club Comercial y la Bolsa de Comercio en pro de la vía navegable y la estación fluviomarítima, fue el centro de los desvelos y las gestiones -dragado, instalaciones, zona franca, tarifas ferroviarias, reactivación de ramales, hidrovía de Santa Fe al océano y de Santa Fe al norte- de sucesivos directorios ante autoridades nacionales y provinciales. Y lo sigue siendo, con la misma fuerza, en los umbrales del siglo XXI, cuando las nuevas realidades ofrecen, por fin, perspectivas favorables, al tiempo que demandan enfoques acordes y acciones consecuentes que acompañen el fenómeno de cambio global que fuerza transformaciones en las concepciones del comercio, los sistemas de transportes, las integraciones regionales, las medidas de seguridad, las comunicaciones satelitales en tiempo real y la productividad de la nueva logística apoyada en los constantes avances de la informática. De eso se trata el proyecto de reconversión del puerto regional Santa Fe y de reconstrucción del nodo de comunicaciones, producción y servicios, en el que la Bolsa empeña hoy buena parte de sus energías.
Con una visión que es tributaria de su historia, afirma pero a la vez excede lo local extendiéndose a la provincia, la Región Centro, el país y el Mercosur, la Bolsa trabaja desde su Directorio, su Centro de Estudios y su reactivada Fundación en relevamientos, informes, propuestas y publicaciones que contribuyen a desarrollar e integrar simultáneamente los cinco planos de referencia.
Con esta convicción, sus autoridades y funcionarios multiplican sus actividades: reciben delegaciones, se hacen presentes en distintos puntos del país y participan de misiones al exterior, abren sus puertas a tareas de extensión comunitaria, organizan cursos, seminarios y conferencias, promueven la realización de muestras y talleres especializados, otorgan becas y pasantías, suscriben convenios y llevan adelante toda acción que pueda coadyuvar al logro de sus propósitos estatutarios e institucionales.
Su trabajo incluye lo social, como la coordinación local del Programa Soja Solidaria en 2002, durante el tramo más agudo de la crisis nacional; o la elaboración del Programa Proteínas Educativas que, con el concurso de las Bolsas hermanas de Rosario, Córdoba, Entre Ríos, Buenos Aires y Bahía Blanca, donó computadoras, impresoras y material para el trabajo en las aulas a las 28 escuelas públicas de la zona oeste que soportaron el aluvión del río Salado en 2003. Y también lo cultural, a través de un espacio para muestras de arte, la realización de charlas, el empleo de estímulos, un premio tradicional -como el que se otorga en el marco del Salón Anual del Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez- y hasta una exquisita dosis de canto lírico, con la actuación especial de la soprano Virginia Tola, a fines del año pasado.
En su quehacer cotidiano la Bolsa promueve, respalda y defiende los intereses representados por cada una de sus cámaras y entidades adheridas. En virtud de la resolución general 1.394/02 de la AFIP, integra junto con las Bolsas ya mencionadas, una red de certificación e información de contratos de compraventa de granos que opera como una suerte de extensión fiscal del organismo nacional; y, además, se ha incorporado como socia del sistema "Confirma" que permite la registración electrónica de los contratos, mediante el uso de la firma digital de las partes, lo cual reduce tiempos y costos operativos en las comunicaciones, evita desplazamientos y agiliza al máximo la operatoria comercial, todo lo cual redunda en un incremento de la productividad de la cadena que mayores ingresos le genera al país.
Pero más allá de las actividades gremiales y la prestación de servicios a sus asociados y a la comunidad, la Bolsa despliega una intensa tarea asociativa en función de objetivos estratégicos. Así, ha realizado aportes significativos a la efectiva construcción de la Región Centro a través de la profundización de los vínculos con las Bolsas de Rosario, Córdoba y Entre Ríos, con las cuales ha tejido redes de colaboración en distintos terrenos, incluido el editorial.
En tal sentido, se debe destacar especialmente la coordinación de esfuerzos con la Bolsa de Comercio de Rosario, junto a la cual se vienen realizando numerosas gestiones ante los poderes públicos provinciales y nacionales respecto de la extensión de la hidrovía al norte, la profundización del dragado a Rosario y a Santa Fe, la reconversión del puerto de Santa Fe, la creación de un corredor logístico que circunvale la ciudad de Rosario uniendo los puertos ubicados al norte y al sur de su trama urbana; la promoción de otras importantes obras de infraestructura en la región como los caminos transversales para la salida de la producción, la activación de ramales del Ferrocarril General Belgrano, la prosecución de la autopista Rosario-Córdoba, la concreción de la autovía Santa Fe-Córdoba, la construcción del puente Reconquista-Goya, la lucha contra impuestos distorsivos que afectan a la producción y a favor de la convergencia tributaria de las tres provincias constitutivas de la Región Centro, el reclamo por el marcado saldo negativo en el intercambio de recursos entre la provincia de Santa Fe y la Nación, la promoción de un mercado de capitales regional que irrigue su economía y facilite la puesta en marcha de proyectos productivos, el apoyo a la investigación científica, y en particular a la informática y a la biotecnología orientada a los segmentos animal y vegetal, con el fin de multiplicar los eslabones de la cadena agroindustrial, ampliar el horizonte de negocios con valor agregado, mejorar la productividad del conjunto y aumentar su competitividad interna y externa.
En fin, se trata de nuevos capítulos de la inclaudicable y sostenida brega por el logro del desarrollo económico y social pese a los vaivenes políticos e institucionales y a las recurrentes crisis de nuestra inestable economía. En este renovado empeño por contribuir a la reconstrucción del nodo logístico Santa Fe -que incluye al aeropuerto de Sauce Viejo como pieza significativa para el futuro transporte de cargas livianas originadas en industrias inteligentes- se encuentra la Bolsa cuando cumple 120 años, el aglomerado Santa Fe-Santo Tomé registra 450.000 habitantes y la población provincial supera apenas los 3.000.000 de habitantes.
Sin embargo, a diferencia de aquel comienzo esperanzado, hoy la mitad de la población se encuentra sumida en la pobreza, el horizonte aparece enturbiado por las incertidumbres, la fe en el progreso se ha roto y la dispersión social desgarra el amplio tejido integrador logrado en otros tiempos. Por eso, en este aniversario, la Bolsa redobla su apuesta por un mejor destino y multiplica sus acciones para colaborar en su ardua construcción.