El Club de los Constituyentes

Reproducción artística del primer local del Club del Orden en 1853. Grabado de Agustín Zapata Gollán, 1953.. 

Por Jorge Reynoso Aldao

El recodo de Caseros

El 3 de febrero de 1852, Urquiza venció en Caseros a Juan Manuel de Rosas que huyó, disfrazado de marinero inglés, a bordo de una nave británica.

La batalla de Caseros configuró lo que sociólogos e historiadores llaman "punto de inflexión" en la historia del Río de la Plata.

El 28 de febrero de 1852, la Junta de Representantes de Santa Fe declaró "Libertador del Pueblo Argentino y Benemérito en grado Heroico al capitán Gral. Justo José de Urquiza". Del 1� de abril de 1852 a agosto de 1853 se editó en Buenos Aires el periódico El Progreso, dirigido por Diego de Alvear, quien fundó el Club del Progreso, en calle Representantes (hoy Perú) N� 135, de la ciudad de Buenos Aires. En el banquete inaugural, Juan María Gutiérrez pronunció su celebrado discurso patriótico y poético. El santafesino José María Cullen firmó el acta fundacional y se comprometió a constituir una entidad similar en Santa Fe. El 27 de febrero de 1853 se constituyó, en casa de Cullen, en nuestra ciudad, el Club del Orden, cuya acta fundacional fue redactada y manuscrita por Juan María Gutiérrez, a la sazón convencional constituyente, alojado en los altos de la Alfajorería Merengo. Gutiérrez contaba con 43 años cuando empezó a noviar con Geromita Cullen, de 15, casándose poco después.

De la vida cotidiana

El Litoral fluvial santafesino es una unidad geográfica filiforme, cuyo eje es el río Paraná. El gran río fue siempre navegable y abundante en pescado, con un margen costero de unos setecientos kilómetros.

Sabemos de sus habitantes de otrora por los diarios de viajeros; santafesinos de cuadernos memoriosos; por anotaciones de franciscanos y las Cartas Anuas de los jesuitas.

Al llegar los diputados constituyentes, Santa Fe era un poblado chato, con calles de tierra, techumbres de paja y/o tejas, con huertas desbordantes de jazmines, varias iglesias y muchas pulperías. Al promediar 1852 se estimaba en "cinco mil almas" la población urbana y rural. Convivían familias hispano-criollas de raigambre en Santa Fe la Vieja, con el sello del mestizaje del poblador del Río de la Plata. Abundaban los negros esclavos, muchos de ellos marcados a fuego por la familia propietaria. Era una sociedad estamentada. Las clasificaciones étnicas: mulato, zambo, tercerón, cuarterón, se debatían en las pulperías y las tertulias domésticas. Imperaba el analfabetismo, que las modestas escuelas conventuales procuraban paliar con el catecismo del P. Astete.

Dos vocablos talismán

El lema positivista "orden y progreso" fue adoptado como idea fuerza y a modo de talismán cívico.

Juan María Gutiérrez (1809-1878) era mentor y paradigma de los hispanicidas. En su viaje europeo fue invitado a incorporarse a la Academia Española por sus méritos de escritor y poeta, honor que rechazó por su pugnaz postura antigoda. Tanto él como su compañero de pensión, el convencional José Benjamín Gorostiaga (1882-1891) formaban parte de logias masónicas, sin haber renunciado a su fe católica.

En 1849 Marcos Sastre había conformado el periódico Progreso de Entre Ríos, en Gualeguaychú. En 1869 apareció en Buenos Aires otro periódico titulado El Progreso, de confesa filiación masónica.

En las luchas de la organización nacional se registró la actuación en San Juan y Mendoza del batallón El Orden, comandado por Francisco Narciso Laprida, en cuyas filas se alistó Sarmiento a los 18 años.

En la toponimia argentina mantienen su vigencia cinco poblaciones llamadas Progreso: una en Corrientes, otra en Mendoza, otra en Córdoba, otra en Santa Fe y también una en Santiago del Estero. Y, con el nombre El Progreso hay una población en Corrientes y otras en Córdoba, San Luis y Buenos Aires.

Por su parte, innumerables comercios adoptaron alguno de los dos vocablos talismanes, como fue el caso de la tienda El Progreso, de Moreno y Martínez, que en 1881 abrió sus puertas en la esquina de las calles Córdoba y Aduana, en Rosario. Asimismo llevaba el nombre de El Progreso, imprenta, litografía y encuadernación de Juan Benaprés, en nuestra ciudad, a cuya generosidad debe el Club del Orden el monograma, donado como aguinaldo del año nuevo de 1892. Logotipo que, desde ese momento, se utilizó como membrete de la papelería, grabándose en el cristal esmerilado de la puerta principal, cuyos vestigios rescatados de la voladura de la anterior sede, se conservan en la salita de la planta baja de la actual. El mismo monograma se mantuvo estampado en letras doradas en la mayoría de las puertas de cristal de la casa que prolonga la actividad tradicional en San Martín 1936.

En lo que hace a la persistencia de los vocablos talismán, se tienen noticias de que en la provincia de Entre Ríos fueron establecidos clubes con la denominación Progreso y del Orden, disueltos y cerrados posteriormente a resultas de los avatares socioeconómicos. Funcionando aún el Club del Progreso en Concordia, como asimismo manteniéndose la placa exterior, identificatoria de un Club Progreso en Rosario.

La influencia positivista se patentizó, igualmente, en el mote de la bandera de Brasil: Ordem e Progresso, repitiéndose el lema comtiano en México y en otras naciones latinoamericanas, a modo de común denominador confraternal.

La primera sede

La primera sede del Club del Orden fue una casa alquilada a Dolores Comas de Crespo, en la dirección que hoy es calle Gral. López 2762.

En los escasamente amueblados salones, se colgaron en la sala de lectura cuatro láminas que representaban la batalla de Caseros, donadas por Manuel Leiva. Y se ofreció una tertulia de baile el 25 de Mayo para solemnizar "el aniversario de nuestra regeneración política", aceptándose del gobierno la contribución de 25 pesos, una barrica de cerveza y la banda de música (sin dudas la de la guarnición, que tuvo que ensayar piezas bailables).

Esa fiesta fue denominada el "Baile de la Constitución", en cuyo transcurso habrán formado parejas Juan María Gutiérrez con Geromita Cullen, Salustiano Zavalía con Emilia López (sin ningún lazo de parentesco con Estanislao y Juan Pablo López) y Luciano Torrent con Severa Zavalla, que posteriormente contrajeron sendos matrimonios.

Para el día siguiente del baile, se adornó el exterior de la casa, por cuanto pasaría frente al Club la procesión de Corpus, llevando por las calles "la Divina Majestad" (sic).

También en esta primera sede tuvo lugar la rifa de "obras de labor" realizadas por señoras y señoritas a beneficio de los pobres (9 de Julio de 1853). Y, asimismo, en esa casa se recibió, el 30 de noviembre de 1853, la visita del ministro de Hacienda de la Confederación, Dr. Mariano Fragueiro, quien expuso los graves problemas que aquejaban al flamante gobierno de la Confederación, discutiendo con los asambleístas la urgencia de aceptar y pagar los derechos territoriales (después denominada contribución directa); reglamentar la actividad de las aduanas de depósito y los derechos aduaneros portuarios (eslingaje, etc.); cambiándose ideas acerca de una línea ferroviaria entre la provincia de Córdoba y un puerto sobre el río Paraná.

Asimismo, en dicha sede se celebraban tertulias con rendiciones de cuentas que asentaban libras de yerbas, libras de azúcar remolacha, un almud de carbón, un real de pastillas, pago en plata a las y los cebadores de mate, peones que atendieron el servicio y remuneración a un pianista. Gastos efectuados en julio de 1854 y abril de 1855.

Socios honorarios

En la primera acta "se declara miembros honorarios a los diputados al Congreso General Constituyente", mandándose entregarles diplomas (que se supone habrán llevado de vuelta a sus respectivas provincias). En agosto de 1853 la comisión directiva manda inscribir en la nómina de socios fundadores al "ciudadano brigadier don Justo José de Urquiza". La categoría de socios honorarios se otorga en 1856 al general Juan Pablo López y al comandante Lucio Hernández; en 1862 al gobernador de la provincia de Buenos Aires que se hallaba en Santa Fe, general Bartolomé Mitre, y al comandante de su ejército general Venancio Flores; en 1871 al general Emilio Conesa, comandante de la frontera norte; y en 1879 al general José M. Uriburu, que estaba acampando con su tropa en Santa Fe como cuerpo expedicionario al Chaco.

Otras sedes

La segunda sede se estableció en los altos de una casa ubicada en lo que hoy es calle San Jerónimo, casi esquina Buenos Aires, vereda oeste. El cincuentenario del club se celebra en la tercera sede: que ocupaba planta baja y planta alta, donde hoy funcionan la Secretaría de Cultura de la Municipalidad y el Museo de Artes Visuales Josefa Díaz y Clucellas.

En 1907, el Club del Orden compra la propiedad de la sucesión Rosas-Echagüe, en San Martín esquina Córdoba (después Juan de Garay). Luego de realizar algunos arreglos, el club se establece en plenitud. Sede ésta que ocuparía por más de sesenta años, hasta su destrucción por la voladura subversiva de 1972.

Jugadores y de palabra

En Santa Fe la Vieja funcionaron "casas de truco", en las que se jugaba a las damas, al ajedrez (llamado tablas), al rentroy, las ollas, cientos, repáralo, siete y llevar, comejen y pintas y la taba.

En 1650, el vecino del actual Santa Fe, don Juan de Vega y Robles, regidor y propietario, prometió por escritura pública no jugar más a los naipes, a los dados y a la taba. La escritura fue pasada por ante el escribano Gómez de Gayoso el 19 de setiembre de 1650. Ya se había dado otro caso similar: el alférez Antonio de Cañas prometió en 1641, por escritura, no jugar por 4 años al comejen y a las pintas. Comprometiéndose a pagar 200 pesos corrientes de 8 reales al mayordomo de la Cofradía de las Ánimas del Purgatorio para misas y otros sufragios.

En la misma escritura, el alférez se reservó el derecho de jugar barajas y otros juegos, "porque los únicos que lo han tratado despiadadamente son los que mencionó".

Deudas y lances de honor

La susceptibilidad a flor de piel, que desemboca en la ofensa recíproca, el intercambio de guantes arrojados a la cara del que recibió el trato de amigo hasta horas antes y el envío de padrinos, eran rituales de clubmen, oficiados hasta el detalle, en prolongadas reuniones de padrinazgos caballerescos. Se consultaban varios códigos de honor: el italiano, el francés, el español y, aun, el militar. En las tratativas aparecían lujosas pistolas de duelo que se cargaban por la boca, o relucientes floretes y sables, que se bajaban de la panoplia de la sala de esgrima. Parafernalia que los padrinos procuraban que volvieran a sus lugares, previa firma de prolijas actas de estilo curialesco, a veces culminadas en banquetes y en otras sin reconciliación posible.

Las resonantes bancarrotas de perdedores engrosaban el profuso anecdotario, trágicamente epilogadas de tanto en tanto por suicidios que tuvieron por luctuoso escenario los salones del club tradicional.

Pacatería y bolilla negra

Las afamadas jugadas del Club del Orden causaron la retracción de familias tradicionales que repudiaban juego y bebida como pecados mortales, y que solamente concurrían a los banquetes de despedidas de solteros, tendidos en honor de un triunfo cívico, o en los suntuosos bailes de presentación en sociedad de las niñas de familias de asociados, que en un tiempo se presentaban a los 17 años, pero que a mediados del siglo XX por un cambio en los usos y costumbres disminuyeron a los 15 años.

La frecuencia con que aventureros, tahúres y seudocaballeros de buena presencia, elegancia y distinguidos modales, pero de intenciones tortuosas, hábiles en escamotear barajas se hacían presentes en las mesas de juego, determinó que en 1863 se implantara un sistema de cédulas blancas y negras, para la aceptación o rechazo de socios. A esa práctica también aplicada en los clubes sociales de Buenos Aires y de otras capitales de provincia, se la denominó bolilla negra, y no siempre se aplicó con limpieza. Hubo casos en que se la utilizó con aviesas intenciones de orden político y venganza personal. La tan mentada bolilla negra cayó en desuso en las primeras décadas del siglo XX.

La inmigración

El espíritu alberdiano de "gobernar es poblar" exaltaba el ánimo de los constituyentes. Todos los fundadores del Club del Orden tenían conciencia de que este país en proceso de construcción era un desierto y que el despoblado era un destino fatídico. De allí uno de los postulados del acta fundacional del 27 de febrero de 1853: "El Club tendrá por una de sus miras especiales, el recomendar la sociedad santafesina a los ojos del extranjero por medio de una hospitalidad despreocupada y generosa, por cuanto están convencidos sus miembros de que los países situados en el Litoral de la República no crecerán en población ni en riqueza sin el concurso de los hombres honrados y laboriosos de la Europa".

La convicción que trasuntaba ese párrafo fue confirmada en los hechos: al tener noticias de que estaban arribando contingentes inmigratorios, señoras y señoritas vinculadas con el club, se acercaron al desembarcadero y a la estanzuela de Echagüe donde los recién llegados estaban alojados con incomodidades, para hacerles entrega de ropa y comida, entendiéndose por señas.

El pionero Aarón Castellanos ofreció en 1854 a los socios del club la suscripción de acciones de su empresa inmigratoria. En 1856 se eligió presidente a Ricardo Foster, empresario de un proyecto inmigratorio, de nacionalidad británica aunque nacido en Madeira, cuyos emprendimientos gestaron la fundación de San Jerónimo Norte y colonias aledañas; como Carlos Beck, holandés, impulsor de la Colonia San Carlos, y otras más. Casado con la exquisita escritora Lina Beck Bernard, autora de libros de obligada consulta. El holandés Beck, que tocaba el piano a cuatro manos con su mujer de elegancia europea, presidió el Club del Orden en el período 1860-1861.

En tiempos de una sociedad estamentada y regimentada por las familias del viejo patriciado santafesino, las elecciones de Ricardo Foster y Carlos Beck para que ejercieran la presidencia del club denotaron una actitud abierta y progresista, en cuyo seno comenzaba a fraguar la permeabilización social de los argentinos, felizmente motorizada por la Ley Avellaneda de inmigración de 1885.

Un dato muy expresivo registra un acta de 1865 con el préstamo de tres docenas de sillas a los Padres Jesuitas, para ser utilizadas en los días de examen. Cabe recordar que poniendo fin a la expulsión y disolución de la Orden de la Compañía de Jesús, los jesuitas habían reabierto el Colegio en noviembre de 1862, empezando a reacondicionar el antiguo edificio-iglesia que había ocupado la Orden de los Mercedarios, extinguida en Santa Fe al morir el último mercedario en una casa de familia, frente a la plaza de Mayo.

Asimismo, el club facilitó sus salones a entidades de bien público, tanto para sus reuniones estatutarias como para llevar a cabo bailes y fiestas de beneficio. A modo de ejemplo: Sociedad de Beneficencia, Patronato de Leprosos, Alpi, etc.

Otro detalle significativo fue la reunión convocada por el canónigo Severo Echagüe en la noche del 11 de setiembre de 1887, con motivo de la muerte de Cecilio Tolosa, humilde cuidador de enfermos terminales y devoto sepulturero de angelitos, cuyos pequeños féretros cargaba sobre sus hombros, llevándolos al alejado cementerio de Guadalupe. Tolosa había muerto en la indigencia, y la ciudad conmovida sufragó por suscripción popular una misa exequial en la Catedral Metropolitana, a partir de la iniciativa nacida en el Club del Orden y en las familias vinculadas con la Sociedad de Beneficencia.

La vida cultural

A partir de sus primeros días de vida social, el Club del Orden se fue suscribiendo a diarios, periódicos y revistas de nuestra ciudad, Rosario, Paraná y Buenos Aires. Queda para el investigador del periodismo la extensa lista de esas publicaciones generales y de las revistas literarias de corta vida.

En lo que hace a obras pictóricas, un acta de 1855 recoge la disposición de la directiva para que se construyan dos marcos para los cuadros que un olvidado pintor de apellido Hokins había donado al club. Poco después se incorporan otros dos cuadros históricos: representando las batallas de San Lorenzo y Caseros comprados al pintor Blanquet, español residente en Rosario.

Años después, el club fue enriqueciendo su pinacoteca, por compra o medio de premios adquisición en el salón anual del Museo Provincial Rosa Galisteo de Rodríguez. Algunas de esas piezas pictóricas fueron sustraídas en tres ocasiones por desconocidos amigos de lo ajeno.

Vanity fair

El esplendor social de los bailes de presentación en sociedad de las niñas de 15 años, que se llevaban a cabo en la noche del 24 de mayo, iniciándose con el Himno Nacional entonado por la concurrencia, rodeó de prestigio selectivo a tales reuniones. Por lo cual la pertenencia al Club del Orden, por muchos años se instaló en la conciencia colectiva como una exclusiva feria de vanidades, con la infaltable competencia de modistos, peluqueros y maquilladores. La vestimenta de gala de los hombres, frac o esmoquin, la asistencia del gobernador y personajes de la política provincial, contribuían a fantasear lo que era un baile provinciano con vestimenta de gala, al estilo de las fiestas europeas. Una de esas recepciones fue la del año 1894 realizada fuera del calendario habitual para presentar el único fonógrafo que funcionaba en la ciudad; pagándose 30 pesos al pianista que acompañaba y erogándose 50 pesos para el chocolate. La novedad del invento asombró a la concurrencia.

Los fósforos de la reforma

En las marchas estudiantiles de la reforma universitaria, un par de cuadras de revoltosos muy civilizados desfilaron por calle San Martín. Al pasar frente al edificio del Club del Orden, cada manifestante prendió fósforo tras fósforo, hasta agotar su provista, entonando el himno de los anarquistas y repitiendo estribillos al uso. Suponían que los antiguos profesores de la Universidad de Santa Fe, opositores a una futura y proyectada Universidad Nacional del Litoral, eran socios y se abroquelaban en sus convicciones retardatarias, compartiendo tertulias o jugando a las barajas. El acto de repudio finalizó cuando se agotaron los fósforos encendidos que alzaban los reformistas en acto simbólico e inofensivo.

Intervención a medias

Los enconos políticos, que dieron nacimiento al estribillo "Braden o Perón" acarrearon el inconveniente de una intervención en los libros de actas. El embajador de los EE.UU. Spruille Braden que había dado una conferencia en español en el Paraninfo de la UNL, había sido agasajado con un almuerzo informal en el comedor del Club.

La secuela arbitraria se canalizó a través de la Comisión Interparlamentaria de Actividades Antiargentinas, presidida por el diputado nacional Visca, que intervino los comprobantes de contaduría y libros de actas del club el 6 de marzo de 1950. Igual procedimiento sufrieron la Casa del Maestro y la Biblioteca Mariano Moreno. En el acta de procedimiento se dejó sentada formal protesta. La Comisión dejó de guardia un policía uniformado dentro del salón de reuniones de la comisión directiva, hasta el 30 de junio de ese mismo año que, sin justificación ni explicación valedera, quedó sin efecto el atropello, liberándose los libros sin más ni más.