A Teobaldo Quirelli lo llamaremos de aquí en adelante Ubaldo, porque así lo conocían todos en Marcelino Escalada, el pueblo santafesino en el que se radicó recién llegado de Italia.
Con pocas horas de vida, en febrero de 1876, fue abandonado en una canasta en una institución para niños expósitos de su pueblo natal, Cremona, ubicado al norte del país.
Según contaban, esos lugares tenían una puerta giratoria donde se depositaban las mercaderías que recibían las monjas que administraban el orfanato. Allí fue depositada la canasta con el bebé, sin ningún dato sobre su identidad. Quirelli fue el apellido que escogieron para el pequeño ya que significa: "¿Quién es él?".
Sus nietas Sonia y Malena Quirelli contaron que, en 1893, un señor llamado Carlos Tebaldi fue autorizado para traerlo a Buenos Aires. Teobaldo ya contaba con 17 años y era de estatura baja.
De acuerdo con averiguaciones hechas por familiares, en ningún barco llegado de Europa por esos años figura un Quirelli. Y es lógico porque "el abuelo siempre contaba que vino como polizón y una familia emparentada con los Fumis se hizo cargo de él durante el viaje".
Llegó a Marcelino Escalada en 1894, donde fue uno de los primeros pobladores. Trabajó como peón y fue hombre de confianza de don Zannier, quien tenía una quinta y campos en las afueras y al norte del pueblo.
"A pesar de que era analfabeto, se independizó al poco tiempo y compró una chacra lindera al campo de los Zannier, donde vivió con su esposa, Marcelina Bazzolo", relataron.
Poco a poco, fueron llegando los hijos, í15 en total!: Celestino, Dominga, Erminda, Camilo, Waldo, Teresa, Enriqueta, Juan, Adelina, Héctor, Aniceto, Beatriz, Ernesto, Horacio y Raquel, la menor y la única que vive. Como se acostumbraba en esa época, las mujeres mayores ayudaban a criar a sus hermanos más chicos.
En 1915 Ubaldo puso una carnicería y años después se dedicó a la compra y venta de hacienda en Cañaditas, donde adquirió un campo e instaló otra carnicería. Sus hijos Tino y Camilo lo ayudaban.
En 1930 Camilo fue asesinado y, desde ese momento, don Ubaldo no pudo ni supo mantener los bienes que tenía.
Al poco tiempo, su esposa Marcelina se mudó a San Justo para que algunos de sus hijos estudien. Más tarde se trasladó a Santa Fe y se instaló en una casa en calle 9 de Julio, muy cerca de los bomberos, donde falleció de una dolorosa enfermedad.
El abuelo se quedó en Marcelino Escalada y nunca quiso vivir con los hijos que se habían quedado en el pueblo: Tino, Erminda, Juan, Beatriz y Raúl.
Sus nietas lo definen como "un hombre huraño, de pocas palabras, al que le gustaba vivir solo para estar con sus fierros y construir carros o trineos que luego utilizaba para ir hasta el malacate, ubicado a dos kilómetros, a sacar agua para los animales de uno de sus hijos".
Cuentan también que "decía muchas palabras en italiano; en su casa había alguien conversando con él, y siempre andaba martillando algo".
Cuando fue bien viejito, tenía 88 años, una de sus hijas lo trajo a Santa Fe a vivir con ella. "A veces se subía a una banquito y gritaba que lo tenían prisionero". Murió casi a los 90 años.
Sonia y Malena rescatan que "a pesar de su analfabetismo siempre mandó dinero para que sus hijos estudiaran. Por eso, los Quirelli son una familia de docentes".
Sus hijos formaron familias: Quirelli-Rodríguez, Gervasoni-Quirelli, Quirelli-Verón, Quirelli-Moreyra, Acosta-Quirelli, Quirelli-Escobar, Quirelli-Pagano, Quirelli-Zanabria, Quirelli-Maino, Dufrechou-Quirelli, Quireli-Defeis y Soria-Quirelli. Y de allí surge una descendencia numerosa: 38 nietos; 93 bisnietos y 96 tataranietos.
La mayoría se destacó como docente; uno de ellos fue por muchos años jefe comunal y su hija Beatriz fue la primer mujer de Santa Fe y de la República Argentina que estuvo a cargo de una comuna.
Para poner en común estos recuerdos y homenajear a los abuelos Ubaldo y Marcelina, el pasado 10 de octubre casi 200 descendientes se congregaron en el club Jorge Newbery de Marcelino Escalada. La organización del gran evento llevó dos años.
Asistieron parientes radicados en San Juan, Caleta Olivia, Rosario, Buenos Aires, Córdoba ciudad, San Francisco, Santa Fe, Misiones, San Justo -desde donde llegó la vaquilla que asaron para el almuerzo-, entre otros.
Un gran árbol genealógico se ubicó en el salón y "allí nos vimos todos reflejados", comentaron. Una caja con un distintivo en forma de girasol que tenía escrito el nombre de los asistentes identificaba cada una de las ramas de la familia.
Después del almuerzo llegaron los números artísticos: hubo espectáculo de piano y guitarra, "un verdadero show familiar".
Cuando finalizó, llegó el momento de que cada familia se presentara ante el resto. "Fue la manera que encontramos para reconocernos y conocer a los nuevos integrantes".
El broche de oro fue la torta, llena de pequeños girasoles, como símbolo del trabajo de la tierra del abuelo. La cortaron Raquel, la única hija que vive del matrimonio, y la mamá de Sonia, la única esposa de los hijos Quirelli que vive.
"Fue un día de reencuentros, emociones, risas, lágrimas y de recuerdos hacia aquellos que nos precedieron: los abuelos y nuestros padres", reflexionaron dos de las nietas de Ubaldo y Marcelina.
Después del almuerzo familiar celebrado en Marcelino Escalada, los Quirelli cantaron una canción, escrita por Luis Quirelli, en homenaje a sus abuelos Ubaldo y Marcelina.
Vino de la vieja Italia a buscar su porvenir
y en los campos de Escalada se quedó para vivir.
Aquí nacieron sus hijos, aquí forjó su ilusión,
de formar esta familia con esfuerzo y corazón.
Yo soy la semilla de aquel tiempo que pasó,
soy la esperanza, soy la luz y soy la flor
que sembraron mis abuelos.
Yo soy la semilla de aquel tiempo que se fue,
soy la esperanza, soy la luz y soy la fe,
que tuvieron mis abuelos.
En estas calles de tierra aprendimos a volar,
y nos fuimos por el mundo a ganarnos un lugar,
Hoy después de tanto tiempo nos volvemos a encontrar
que somos la misma sangre no podemos olvidar.
Lía Masjoan