La parábola y su recorrido
Si fuese posible sintetizar en la apretada concisión de un enunciado el sentido último de la obra de Alejo Carpentier, no vacilaría en remarcar la importancia que a lo largo de sus novelas, relatos y ensayos el escritor fue dando a la relación hombre-historia. Más aún hasta diría que no se necesita ser un lector avezado para comprobar que los grandes acontecimientos producidos en el devenir de América y del mundo, desde el S. XVIII a esta parte, constituyen pilares básicos en que se fundamenta la escritura de este creador nacido el 26 de diciembre de 1904 en La Habana. En tal sentido, podría trazarse una extensa parábola vital y artística, en cuyo comienzo aparece integrando lo que ha dado en llamarse negrismo, una manifestación de vanguardia "a la cubana", involucrada tanto con la cultura caribeña profunda como en el activo rol de luchar contra dos adversarios: el régimen dictatorial de Gerardo Machado y el intervencionismo de EE.UU. (siempre pronto, como se ha visto, a implicarse en la vida política y social de la isla). Luego un viaje por Méjico en plena efervescencia pos-revolucionaria amplía su horizonte mental y lo prepara para el gran salto: la experiencia europea de la década del 30 generosa en aprendizaje al calor de las pujas internas en el surrealismo y en un marco de terribles preanuncios para la humanidad. Como contrapartida, el regreso al filo de la segunda guerra trae consigo la necesidad de rescatar en el otro lado del mar, la energía perdida en el "viejo" continente, donde "los discursos habían sustituido a los mitos y las consignas a los dogmas". Lo logra cuando toma contacto con las potencialidades maravillosas de lo americano y su carga de vitalismo y novedad ("�... qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real maravilloso"? preguntará en el conocido prólogo a El reino de este mundo -1949-), pero también a través del inagotable venero de guerras y exterminios, revueltas y revoluciones producidos en su territorio. En el tramo final de la parábola, la siempre actitud de frente a las contingencias históricas culmina 20 años más tarde. en la respuesta militante (no exenta de aristas críticas), al compromiso existencial y político generado por la revolución cubana.
�Cómo se manifiesta en resumidas cuentas la historia con su carga de conflictos, antagonismos y tensiones en gran parte de la obra del autor? �De qué manera se "reflejan" en la trama de sus novelas las vivencias, impresiones y puestas en reflexión no sólo acerca de los múltiples hechos de la historia, sino principalmente en lo que hace al impacto existencial que esos hechos provocan? �Qué alcances tiene ese rasgo ideológico tan carpenteriano de colocar a varios de sus protagonistas ante la regla de hierro de optar sin posibilidades de retorno? En tren de encontrar algunas pistas hay una frase en los tramos finales de la novela recién citada que puede ser sumamente orientadora: "... la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas", es decir en "hallar su grandeza, su máxima medida en El Reino de este Mundo". Basta con indagar en algunas de sus novelas -sobre todo en Los Pasos Perdidos (1953), El Siglo de las Luces (1962) o La Consagración de la Primavera (1980) para comprobar que de un modo u otro "la imposición de tareas", mucho más allá que un hecho fáctico, implica una postura simbólica ante las demandas de la época, un modo de jerarquizar valores y sobre todo una forma de mentalización de que la historia existe y es imposible, como dice Ariel Dorfman, "evadir el único sector no petrificado de (esa) historia: el momento actual". Es en esa instancia donde juegan un rol preponderante los protagonistas de Carpentier, individualidades de sólida carnadura vital, que al mismo tiempo pueden ser asumidas como metáforas de los afanes, conflictos e impulsos del hombre de la modernidad.
Como corresponde a alguien que a lo largo de sus escritos trabajara espléndidamente la condición femenina, no es casual que sean dos mujeres la muestra más acabada de aquellas individualidades que se imponen la tarea de responder, cada una, con su tenacidad y fuerte presencia, a las demandas de la época. Sofía-Sabiduría (El siglo de las Luces) apuesta a la vida, lanzándose a la búsqueda de la visión utópica "de los que todavía creen en algo", y se encuentra consigo misma y con la muerte, en las calles de un Madrid ensangrentado, que recorría unida a la multitud y vivando una sola consigna "íHay que hacer algo!"... "íAlgo!". Por otro lado Vera (Consagración de la Primavera), una bailarina rusa que durante la Guerra Civil Española había renegado de la época-historia, tozudamente empecinada en "permanecer ajena", ve llegado el momento de presentir que ambas "se le colaban" a través de acontecimientos que le vociferaban: no huyas del tiempo que te toca vivir. La participación activa en la Revolución le proporciona la "estabilidad" vital indispensable jamás lograda y la impresión de formar parte de un Tiempo Nuevo en el que acaso llegará a ser lo que nunca fue. Tanto Sofía como Vera en última instancia han culminado su vida personal en una especie de ascesis y exaltación que borra o reabsorbe su vida anterior.
No hay dudas de que a partir de los cambios producidos en la escritura, en los criterios estéticos y sobre todo en la historia de estos últimos años (desde lo sociocultural a lo político, desde lo económico a los modos de construir imaginarios), la obra de Alejo Carpentier necesita ser releída críticamente. Puede ser que se llegue a cuestionar -a la luz de tanta fragmentación experimentada- su concepción excesivamente totalizadora de la historia, su ideario latinoamericanista o su trazado optimista y ascendente de la Revolución. Incluso -en el propio orden de la creación literaria- podría ponerse en discusión una noción de novela, con intencionalidad demasiado abarcativa, acaso complejizada por un deliberado juego de contextos, y como si fuera poco con pretensiones de traducir, expresar, fijar la época. Pero hay algo que se resiste a revisiones o cuestionamientos, y es su talento innegable para configurar un universo narrativo que, en el fondo, no sólo sigue hablando -como alguna vez dijo Luis Gregorich- de la continuidad de la gran cultura, de la circulación entre el pasado y el presente, de los puentes entre tradición y vanguardia, sino también de todo aquello que al ubicarnos en el centro de nuestros problemas existenciales, nos hace más "cultos", más "históricos" y definitivamente más humanos.