De Joaquín V. González a Carlos Menem

En uno de sus escritos más proféticos, Sarmiento aventuraba que, atendiendo a las características de su geografía y la idiosincracia de su gente, la provincia de La Rioja estaría condenada en el futuro a ser dominada por una tribu musulmana.

No se equivocó o, por lo menos, acertó a medias. La Rioja es una provincia empobrecida, pero además envilecida, por un régimen de dominación más cercano al califato que a la república democrática. La profecía de Sarmiento fue certera, demasiado certera. Lo que Sarmiento no dijo, y posiblemente nunca imaginó, es que alguna vez una tribu con ese cacique y esos indios llegaría a gobernar la Argentina durante diez años.

Sería injusto decir que La Rioja es solamente Menem, pero admitamos que en las últimas décadas el nombre de la provincia se identificó con el apellido del caudillo. En La Rioja siempre hubo otras cosas además de Menem, pero por una maldición del destino o una fatalidad de la cultura, la Comadreja de Anillaco impuso su estilo.

Alguna vez los argentinos deberían preguntarse cómo fue posible que el representante de la provincia más pobre y atrasada de la Argentina, el personaje cuyo exclusivo talento fue el grotesco, la picaresca y la exhibición desenfadada de su ignorancia y amoralidad, haya llegado a la presidencia de la Nación con el voto popular. Alguna vez habrá que preguntarse qué nos pasó para que un personaje fatuo, camandulero y frívolo sea votado.

Menem no es un personaje singular, no es el águila altiva que vuela en las alturas infinitas de los cielos. Por el contrario, su estilo se identifica con cierta manera de ser argentino y que la literatura nacional expresó muy bien en el Viejo Vizcacha, el Nieto de Juan Moreyra o en Alias Gardelito. El talento de Menem no reside en su capacidad para sobrevolar en las alturas, en su empecinamiento para aferrarse al piso e identificarse rápidamente con todo lo que se arrastra o repta.

Menem no fue un exiliado, fue un prófugo. Sus actos están más cerca de la crónica policial que de la noticia política. Su exclusiva habilidad es la de huir: ayer del veredicto de las urnas, hoy del fallo de la justicia. Menem no tiene futuro, pero no sé si lo mismo podría decirse de la sociedad que prohijó a Menem con su culto al éxito, a la banalidad, a la mentira, a la amoralidad; con su desprecio a la inteligencia, con su cinismo metálico, con su húmedo y rancio sentimentalismo.

El mismo día que Menem regresaba a La Rioja se cumplía un aniversario más de la muerte de Joaquín V. González, el autor de "Mis Montañas", el fundador de la Universidad de La Plata, el ministro de Roca que proyectó el primer código de trabajo en la Argentina, el promotor de las reformas electorales que permitieron que Alfredo Palacios llegara al parlamento.

Joaquín V. González había nacido en La Rioja en 1863. No muy lejos de las tierras que después depredarían los Yoma. Estudió, escribió libros, publicó artículos polémicos en los principales diarios de la época, fue ministro, senador, diputado, rector de universidades, poeta y escritor. Como Menem fue gobernador de su provincia, como Menem se enorgullecía de su condición de riojano, pero allí concluyen las coincidencias.

Los amigos de González fueron Leopoldo Lugones, Julio Argentino Roca, José Ingenieros, Roque Saénz Peña; los amigos de Menem se llaman Gostanian, Sofovich, Nazareno, el Soldado Chamamé. González se jactaba de su amistad con Lola Mora, Menem se jacta de su amistad con María Julia Alsogaray. Tal vez los mejores discípulos de González hayan sido Lisandro de la Torre y Alejandro Carbó; tal vez los mejores discípulos de Menem se llamen Palito Ortega y Carlos Reutemann.

El hijo de González fue uno de los líderes de la reforma universitaria, un prosista prolijo y agudo, un interlocutor de Deodoro Roca y Gabriel del Mazo; de la hija de Menem la única noticia que tenemos son las que salen en las revistas del corazón, con escándalos conyugales incluidos.

González leía a los clásicos griegos y disfrutaba en los museos y las exposiciones. De las lecturas de Menem lo único que sabemos es su afición por los textos de Sócrates y las novelas de Jorge Luis Borges. De sus gustos estéticos los más reconocidos son sus partidas de golf. González se enorgullecía de su amistad con Sarmiento; Menem se siente honrado por haberse sacado una foto con Pocho la Pantera; González se apasionaba por el ajedrez, Menem se apasiona por el fútbol. González se jactaba por la calidad de su biblioteca; de la biblioteca de Menem nada sabemos, porque en la residencia de Anillaco hay sala de masajes, quincho para comer asados, salón de belleza, pero no hay indicios ni señas de que alguna vez en esa casa haya ingresado un libro, aunque ahora es probable que con la llegada de la esposa chilena, Paulo Coelho tenga su merecido lugar en la mesita de luz.

La Rioja entonces, no es sólo el territorio de la maldición sarmientina, no es sólo la tierra que gime bajo la terrible sombra de los déspotas. La Rioja es también la tierra de Castro Barros y de Joaquín V. González, la tierra de un señorío provincial noble, culto y austero, la tierra -por qué no decirlo- de mis antepasados.

No siempre el duelo entre civilización y barbarie, ignorancia y saber, justicia y despotismo, caudillos y demócratas, debe dar el resultado que conocimos en las últimas décadas. Los años degradan y corrompen aquello que merecía ser degradado y corrompido. Tal vez sea por eso que el Tigre de los Llanos dio lugar a la Comadreja de Anillaco.

Rogelio [email protected]