Raíces forjadas a la vera del Paraná
Fabián Benítez es descendiente directo de los indios Chaná Timbú, que habitaron las costas santafesinas y entrerrianas, a la vera del río Paraná. Su intención es transmitir la historia familiar, para que los jóvenes valoren sus raíces.

Ambas márgenes del río Paraná, tanto de la provincia de Entre Ríos como la santafesina, cobijaron hace muchísimos años a indígenas del pueblo Chaná Timbú. Pescadores por excelencia, aunque también cazadores y recolectores, vivieron agradecidos de las riquezas que les regalaban el río y las islas que lo circundan.

Fabián Benítez es descendiente directo de esta tribu que habitó nuestras costas, y actualmente vive en el barrio El Pozo. Ana María, su abuela, nació en Chajarí, Entre Ríos. Era hija de Saturnina Benítez, descendiente de los Chaná Timbú, quien antes de morir dejó a la pequeña Ana María al cuidado de su abuela Josefa Benítez, tatarabuela de Fabián. Ese apellido le fue impuesto por los jesuitas que misionaron en la zona.

Josefa no vivió los años suficientes para ver crecer a la niña, por lo que la criatura quedó prácticamente desamparada. Con ropas andrajosas y semidesnuda la recibieron en una sede policial. Pero allí no le brindaron buen trato. Cuenta Fabián que "como era descendiente de aborígenes, la tuvieron como a un animalito, durmiendo y comiendo en el piso, descalza".

Hasta que una madrugada logró escapar. Sin tener dónde refugiarse caminó sin rumbo por varios días. Su pesar terminó cuando conoció a Ana Kunser, una señora alemana de buena posición económica. Su esposo poseía gran cantidad de tierras en la zona de Entre Ríos, tenía un hotel en la ciudad de La Paz y varios hospedajes. En Santa Fe era dueña de casi un cuarto de manzana en la céntrica esquina de 4 de Enero y Salta, frente al actual Palacio Municipal, donde residía. "Como se apiadó de mi abuelita, la llevó a vivir con ella para que trabaje en el servicio doméstico".

Ana María carecía de documento de identidad, pero según los cálculos que hizo luego Fabián, estos hechos sucedieron alrededor del año 1900. La señora Kunser tenía contactos en el Registro Civil e inició los trámites para obtener un documento. De acuerdo con la fisonomía de la niña, estimaron su edad. "Con esta señora vivió muy bien, incluso intentó darle educación porque ella no sabía ni leer ni escribir".

Amor y descendencia

Trabajando en esa casa conoció al señor Virgilio Degano, un inmigrante que llegó a nuestro país después de la Primera Guerra Mundial. Era mecánico motorista y tenía a su cargo la prueba de los motores de los primeros trenes. Se enamoraron y tuvieron cuatro hijos: Ricardo, Emi Guadalupe, Mafalda y Luis Francisco, padre de Fabián. Aunque se desconocen los motivos, todos conservaron el apellido Benítez de la madre.

De esta familia, Fabián es el único que puede dar continuidad al apellido, ya que su tío varón, el hermano mayor de su padre, murió joven sin dejar descendencia. Las dos mujeres se casaron y tuvieron hijos, pero llevan el apellido paterno.

Según relató, a los indios Chaná les ponían el nombre de acuerdo con sus características físicas. "El apellido, en tanto (de procedencia española) seguramente le ha sido impuesto por los jesuitas, teniendo en cuenta a los españoles que tomaron posesión del solar donde vivía esta familia indígena. Decían que les daban el apellido pero no las tierras y así los explotaban", dijo Fabián.

La hechicera

La tatarabuela Josefa "era medio yamán", que quiere decir hechicera. Aún hoy, Fabián conserva algunos secretos indígenas que ella utilizaba para hacer curaciones. No muy convencido, pero con ganas de difundir la cultura de sus ancestros, decidió revelar algunos, aunque optó por esconder parte de las recetas.

Josefa era muy requerida por todos los indios de la tribu. Curaba la herida producida por el "chuzazo" de la raya en el pie, usando una mezcla de raíces, yuyos y ajos. Los indios pescadores y cazadores se acercaban a verla para que les entregara un tiento de venado que se ataban en los tobillos para estar protegidos de la mordedura de la yarará. "Está comprobado que el venado ahuyenta a esta víbora", sentenció el relator.

Los cazadores también buscaban brazaletes que confeccionaba con hierbas y hojas de helechos para ahuyentar los peligros del monte.

Por su parte, las mujeres la visitaban antes de dar a luz, para que las ayude en el parto. Según las costumbres, cuando llegaba ese momento la futura mamá se alejaban de la choza en busca de un lugar solitario. Las primerizas iban acompañadas por dos o tres mujeres más que cantaban a su alrededor para "recibir ese regalo de la naturaleza". Algunas hacían un pocito para depositar el bebé al nacer, otras se sujetaban a un tronco de árbol y otras los tenían en el agua. A la placenta la enterraban en el monte.

Las indias chaná se tatuaban los senos con una mezcla que hacían moliendo carbón, combinándola con alguna fruta de color. Permanecían una semana encerradas por el dolor, luego salían y mostraban sus senos orgullosas.

Como medicina utilizaban los beneficios de los distintos árboles autóctonos, variedades de yuyos y plantas acuáticas.

Algunas recetas médicas que hacía su abuela conserva Fabián celosamente. Por ejemplo, con el timbó hacían jabón; el ingá es un árbol de la isla y lo usaban para curar los dolores de dientes y muelas; con el aguaribay curaban úlceras y heridas en las piernas y hacían un té para regularizar las funciones menstruales de las mujeres. Entre los yuyos, elegían el llantén para curar enfermedades de los ojos y hemorroides, al camambú lo usaban para curar enfermedades de la piel; y con el camalote preparaba una infusión para sanar problemas del corazón. La totora servía como diurético y para recomponer las vías urinarias.

Con gusanitos de seda

Si bien la abuela María vivió en medio de la ciudad, conservó algunas tradiciones y conocimientos indígenas. Cuando sus hijos eran chicos confeccionó una campera con hilo de seda de gusanitos que ella misma juntó, de limpiar y cosió, que resultó ser impermeable. También tejía mantas con hilos que tiraban en una fábrica con una sola aguja que ella misma hizo.

Años más tarde, el señor Degano la abandonó y ella se casó con otro señor, con quien tuvo tres hijos más: Florencia, Eva y Jorge Jara.

En Santa Fe vivió primero en barrio San Lorenzo, y luego se trasladó a Santo Tomé, a la zona conocida como Las Cuatro Bocas, casi en el límite con Sauce Viejo. Vivió varios años en un rancho largo, que tenía muchas habitaciones. Fabián recuerda que de chico le decía que se parecía a un Cabildo.

"Mi abuelita sufrió muchísimo, pero tenía un corazón muy noble y una gran entrega de amor al prójimo. Siempre trataba de brindar una ayudita. En su casa nunca faltaba un plato de comida para algún paisano que lo necesite. Su casa era un refugio", contó Fabián emocionado.

Y recordó la única oración que rezaba su abuela Ana María. Dos años antes de morir se la entregó escrita en un papelito que él conserva:

Jueves murió Jesucristo

Viernes se le hizo el entierro,

Sábado cantó gloria.

Domingo subió al cielo

Ya vienen las tres Marías

en busca del Jesucristo

en este campo sagrado

él murió crucificado.

Quien rezara esta oración tres veces al día, será por Dios perdonado y por la Virgen María.

Con el firme objetivo de difundir parte de la cultura de sus ancestros indígenas, Fabián reveló su historia familiar y algunos secretos que guardaba celosamente. "Me interesa difundir mi historia porque si bien sé que puede haber otros descendientes de Chaná Timbú en la zona, ya casi no quedan. Soy quinta generación y creo que soy uno de los últimos. Quiero que los chicos y las generaciones futuras valoren nuestra historia y nuestras raíces".

Costumbres indígenas

Los Chaná Timbú habitaron en el período prehispánico y se incluyen en los grupos de indígenas llamados del litoral. De estas tribus indígenas, entre otras, dependieron los españoles conquistadores para sobrevivir. A ellos tuvieron que acercarse, pues los extranjeros no sabían ni pescar ni cazar.

Los chaná timbú eran un pueblo canoero y pescador, sus aldeas estaban organizadas junto a los ríos y lagunas, levantadas en los sitios altos y albardones de las regiones anegadizas.

Según referencias históricas, eran altos, vestían manto de pieles, las mujeres se dejaban el pelo largo y se tatuaban el cuerpo. Hombres y mujeres se horadaban la nariz y se colocaban pequeños adornos en los orificios. Poseían variados collares hechos con disquillos de valvas de moluscos locales, pero también emplearon pequeños caracoles marinos de las costas bonaerenses.

Sus armas eran el arco y la flecha de hueso o madera, la maza y la bola. Eran cazadores y pescadores por excelencia, también eran agricultores, sembraban maíz y zapallo, recolectaban miel. Para su movilidad usaban canoas. Contaban con hechiceros y chamanes de cuyo arbitrio vivían pendientes.

Para sepultar a sus muertos, elegían a menudo sitios especiales junto a las aldeas, constituyendo verdaderos cementerios donde los cadáveres aparecen acostados o en cuclillas.

Lía Masjoan