Opinión: Amor a la vida y pasión por el hombre

Por Aníbal Fornari

El "Soy todo Tuyo", eje de la existencia dramática y apasionante de Karol Wojtyla, ha llegado a la plenitud de su realización y desborda su sobreabundancia. Me comunica un amigo periodista de la RAI que, en los últimos momentos de lucidez, en torno de las 19 horas del viernes, cuando ciertas agencias lo daban por inconsciente, en coma, incluso ya muerto, él balbuceó para su secretario la redacción de este mensaje: "Estoy contento, estenlo también ustedes. Oremos juntos con alegría. A la Virgen María confío todo con alegría".

Resuenan frescas en mi corazón estas palabras proferidas en la conciencia de la presencia del Destino Bueno del hombre. En sus últimos momentos, en total y anticipada sintonía existencial con Juan Pablo II, también repetía Don Giussani esta síntesis de la vida: "En la simplicidad de mi corazón, te he dado todo con alegría". ¿A quién se refiere esa total oferta de sí mismo que hace pleno al hombre? Esta expresión de ternura lúcida y decidida, propia de una conciencia total, está referida a la Madre del Redentor del hombre, a la Misericordia liberadora hecha carne gracias a Ella, que permanecerá presente, siempre renovada, en la historia del mundo a través del cuerpo de Cristo continuado: la Iglesia.

¿Hacia quién desborda esta sobreabundancia excepcional de humanidad de este Papa? Desborda ante todo sobre el futuro presente, que son los jóvenes. Desde los más diversos paisajes culturales del globo, incansablemente peregrinado por el Papa, ellos han salido a su encuentro, en muchos casos, sin saber nada de cristianismo, porque la cultura dominante se lo niega, pero deseosos de humanidad verdadera, que es lo que el cristianismo ofrece. Ellos se sentían atraídos por la jovialidad profunda de este anciano desbordante de certeza viva, de paz, de abrazo a cada uno en su búsqueda del Destino Bueno de la existencia. ¿Qué les proponía el Papa con su humanidad gozosa y espontánea, inteligente y sufriente? Les proponía el apego a la positividad profunda de la realidad, a lo que en la propia vida no caduca, abrazando todo lo humano, sin censurar nada, ni siquiera el sufrimiento que escandaliza a la mentalidad mundana.

Les proponía el camino a lo verdadero como experiencia de esa liberación en la que se manifiesta y realiza el hombre nuevo. Lo que sólo es posible a partir del énico Hombre de la historia del mundo, ya nuevo. El mismo Papa atraía a los jóvenes, no sólo cuando atlético y expresivo, sino también, y más aún, cuando desfigurado por la enfermedad. ¿Por qué? ¿Por virtud de sus dotes psicológicas? ¿Por que era un demagogo que le proponía un arreglo facilista al corazón ardiente de los jóvenes, como hacen los prepotentes mundanos para imponerles sus proyectos de dominación? íNo, amigos! Su persona misma era una propuesta total, exigente, dirigida, por tanto, a la libertad y a la razón total de los jóvenes, es decir, a su deseo de felicidad, experimentable como inicio ya hoy, aquí, abajo.

Sin esfuerzos artificiosos, con toda "gracia", Juan Pablo II ejercitaba ante todo la autoridad existencial de ser-signo. Afloraba en él el ser-testimonio personal de Cristo Presente, "centro del cosmos y de la historia", como lo dijo desde el inicio de su Pontificado. Porque este Papa sabía mucho de mundo. Su pasión por la libertad y la justicia emergían en él como experiencia antes que como teoría. Como quien ha probado con inteligencia, ante todo, la expresividad inconmensurable y pluriforme de lo humano, a través de su participación creativa en los más precisos campos de la cultura, de la amistad sin fronteras y de la vida social. También, como experiencia del poder nefasto y destructivo de las pretenciosas ilusiones de los hombres y de los Estados. Éstos, librados a su propia soledad, censuran y desvían el deseo del verdadero Otro, entregan la imborrable y positiva exigencia humana de totalidad, de felicidad, de liberación a la propia imaginación repetitiva y de corto alcance.

Caen, así, en la creencia de poder fabricar por sí mismos la felicidad, patinan en la pretensión de autoliberarse, que siempre de algún modo se cumple, pero en la violencia, alienándose y esclavizando. Porque se presume que el hombre nuevo es producto del poder y no de la gracia acontecida en la historia. Jesucristo es, ante todo, un hecho histórico. En El, el Significado se hizo Carne y permanece presente entre nosotros. Por eso puede ser visto y reconocido, pedido como compañía humana que se ofrece, y ser recibido y verificado en poder liberador.

Karol Wojtyla propuso al hombre concreto, a los jóvenes, preferentemente, no dejarse atrapar por la superficialidad mentirosa de las ilusiones liberacionistas prefabricadas, que se degradan en las diversas formas de la violencia contra la vida, contra el hombre. Tuve la suerte de estar algunas veces con él, de que nuestros dos hijos menores fuesen confirmados en la experiencia cristiana por él. Hoy le pido a él su intercesión para que su vida y la de todos los amigos que fueron dados crezcan en este flujo de experiencia humana excepcional.

Juan Pablo II testimonió ante el mundo y le pidió al mundo lo más grande que tiene el hombre: la apertura al infinito de su deseo-de-ser, que ya el corazón racional de todo hombre pide. Sólo la apertura, la libertad que rompe el cerco de los prejuicios, puede recibir todo y mucho más de lo que desea, sin suprimir la responsabilidad y el sacrificio como oferta. Con su último suspiro Karol le comunicó al mundo esta apertura, expresándola en hebreo. Su última palabra fue: Amén.