Las aventuras del "tío Mario"
Con el viento en la sangre
Todo pueblo o ciudad tiene un personaje, un loco lindo, que alimenta su historia. Santa Fe lo tuvo en los años '20 del siglo pasado. Se llamaba Mario Galiano, y quienes lo conocieron lograron disfrutar de sus bohemias incursiones por tierra y aire.

Ésta es la historia de Mario Galiano, conocido como el "tío Mario", no sólo por sus sobrinos y sobrinos nietos, sino por todos los que disfrutaron de su amistad. "El de los aviones y autos de carrera", para los vecinos del entonces incipiente barrio de Barranquitas y Piquete, donde inmigrantes italianos y españoles vieron nacer la fábrica de cerveza Schneider, surgida de manos de alemanes radicados a orillas del Salado.

Precisamente allí, en las nacientes del río que baña la costa oeste de la capital santafesina, está el escenario de las aventuras aladas del tío Mario. Porque él transformaría ese lugar en la inmensa pista de sus andanzas.

Seguramente esta crónica de vida no va a contemplar todas las aristas de Galiano y quedarán cosas en el tintero, porque sus hijos ya no están y sus nietos poco y nada recuerdan. Sólo el contador Hugo O. Galiano, sobrino y alumno predilecto de su tío, mantiene viva su memoria a través de viejas fotos que guardó durante años en el arcón de los recuerdos y que convalida con su relato.

Mario Galiano nació allá por 1902, vivía frente al cementerio Israelita, y fue uno de los integrantes de una numerosa familia compuesta por 13 hermanos. Sus abuelos, italianos, habían fundado una familia de cinco hijos, dos nacidos en el Piemonte y tres en Argentina. Ya desde chico se sintió atraído por la mecánica y los aviones. La vieja radio a galena y los periódicos de la época, le daban las noticias de los aventureros del aire.

Pasión por los motores

Cuando era chico ya hablaba de los hermanos Wright, de Bleriot, de nuestro Jorge Newbery y de otros pioneros que alimentaban sus permanentes ansias de volar. También lo entusiasmaban las andanzas de Amalia Figueredo, rosarina, que nacida unos pocos años antes que él y volando un Farman, se había convertido en la primera mujer aviadora argentina. Y en 1920, ya lo hacía con la memoria fresca de la Primera Gran Guerra Mundial y las historias del admirado Barón Rojo en su Fokker Triplano. Antes aún que Antoine Saint Exupery surcara los aires de nuestro sur argentino.

Tío Mario funda con unos amigos el Aeroclub de Santa Fe, a orillas del Salado, poco metros al sur del cementerio municipal y de espaldas a la curtiembre que funcionó durante décadas pegada a la actual avenida Presidente Perón.

Él vivía con su madre, viuda ya en esos años, a escasos 400 metros al norte de su hangar. Solía hacer oídos sordos a las súplicas de ella, que sentía el corazón en la boca cada vez que su hijo pasaba rugiendo sobre los techos de la casa.

Los años pasaron y Mario amaba cada vez más los aviones, tanto como a los autos de carrera. La costanera capitalina y pueblos de colonias vecinas, lo vieron varias veces vencedor al mando de su Ford biplaza, pero el aire en el rostro y el bramar de los cilindros, eran una necesidad permanente para su intrépido espíritu.

Tiempo después, por las inundaciones del río Salado, el club se tuvo que mudar, y la alternativa era usar como pista el centro del terreno del hipódromo de Las Flores, lugar donde se solían realizar los primeros festivales aéreos y donde Mario trabó una inolvidable amistad con la famosa Carola Lorenzini.

Acróbatas del aire

Con la Segunda Guerra Mundial como fondo histórico, Mario y sus amigos ensayaban aterrizajes nocturnos en las playas del Salado, guiándose por una senda de tachos de aceite de 20 litros con kerosene que, prendidos fuego, oficiaban de balizas.

Pero la historia no termina aquí, continúa con el club al otro lado de la ciudad, sobre la ruta nacional 19, cuatro kilómetros al oeste de la todavía pequeña Santo Tomé. Fueron años de progreso y crecimiento, y Mario ya se perfeccionaba con aviones de la Fuerza Aérea, como el Northrop, en la base aérea de Paraná.

Por entonces, nuestro personaje se hizo muy amigo de Ciro Comi, famoso "escritor del aire", que recorría con sus letras de humo blanco los cielos del país. Por él adquirió un Piper cub de entrenamiento usado en la Segunda Guerra. Mario lo buscó en Buenos Aires, y pintado con cal para tapar el camuflaje americano, arribó a Santa Fe.

Sus sabias manos -las mismas que repararon emergencias de los primeros DC-3 en el novísimo aeropuerto de Sauce Viejo-, revisaron ese motor pieza por pieza, y un entelado nuevo bajo las capas de dope hicieron nacer un renovado Piper, pintado de un plateado que haría historia.

Mario Galiano era piloto e instructor. Muchos alumnos recibieron sus consejos y enseñanzas y los comandos de Fleet, Fokker, Puthmoth, Miller, Stinson, Auster "Saltamontes", Bonanza y otros, lo tuvieron como piloto, y siempre llegaron a destino.

Mario era uno de los ejemplos de la capacidad de los pilotos santafesinos en pruebas que eran estándar en países más avanzados, y que en aquellos años Argentina seguía de muy cerca, tanto que pocos años después seríamos el quinto país del mundo en tener un avión a reacción de diseño propio.

Pasaron los años, y los vuelos de Mario llevaron pasajeros a remotos lugares de la selva chaqueña, siguiendo alguna carrera de los Gálvez en el TC o como correo para el desaparecido diario Democracia.

Testimonio del alumno predilecto

El contador Hugo O. Galiano, sobrino de Mario Galiano, quien nació en la casona de su abuela Teresa, frente al cementerio israelita hace 80 años, es un fiel testigo de las andanzas de este querido personaje apasionado por los aviones y autos de carrera. En ese hogar vivió su querido tío Mario. "Para mí era casi como un padre, porque me quedé huérfano a los dos años", contó a Nosotros.Y recordó, con algunas pinceladas de su memoria, cómo era la ciudad entonces.

-�Sus abuelos eran italianos?

-Solamente mi abuela era italiana, mi abuelo Alfredo era argentino. Eran seis hermanos (5 varones y una mujer), y los dos mayores sí eran italianos, como su padre y madre, que arribaron a Santa Fe allá por 1875.

-�Cuando usted nació, Mario ya era aviador?

-Sí, claro, por 1922 ya volaba. En Barranquitas había casas y casitas que se desparramaban en medio de quintas, llenas de familias predominantemente de inmigrantes italianos. No había pavimento, sólo el empedrado desde el centro hasta las puertas del cementerio municipal -que tenía muy pocos años en ese entonces-, y hasta allí llegaban las líneas 3 y 5 del tranvía.

-�Y desde el cementerio...?

-Seguía el terraplén de tierra, hasta lo que es hoy la curva de Roces, pasando por enfrente del hipódromo, cuyo terreno fue propiedad de la familia Galiano antes de 1900.

-�Y también de la cervecería...?

-La cervecería se instaló unos años más tarde, tras la llegada de don Otto Schneider, y dio trabajo a mucha gente del barrio durante años. Recuerdo que al costado norte del cementerio israelita corría un zanjón profundo hasta el Salado, que servía para desaguar lluvias desde "La redonda" del Ferrocarril Santa Fe, hoy el Parque Federal.

-�Cómo se abastecía el barrio de lo necesario para vivir?

-El agua era de pozo, el panadero y el lechero repartían en carro sus productos todos los días, aun lloviendo y en el barro. La carne la buscábamos sobre López y Planes -que entonces era de adoquines- a la altura de calle Perú. Desde el cementerio al norte seguían las vías de la línea 5 que llegaba hasta el matadero Municipal, que estaba a la altura del ex Liceo Militar General Belgrano, pero sobre las márgenes del Salado.

Era característico ver pasar a la "zorra de la carne", un tranvía abierto con dos vagones grandes, que llevaban las medias reses hasta los mercados Norte (esquina plaza Constituyentes), Progreso (plaza Pueyrredón), Central (hoy plaza del Soldado, y Sur (en 4 de Enero y General López), manejada siempre por un señor de apellido Ringa.

Diversión para todos

-�Cómo era un domingo de aquella época?

-La gente iba a la misa de Piquete (Virgen del Tránsito) y a la capilla de la quinta de Los Jesuitas. La fiesta del 15 de agosto de la Virgen del Tránsito y la del 16 de agosto de San Roque, se juntaban y eran famosas.

Tío Mario tiraba flores sobre las procesiones con su biplano y entre la gente que recorría decenas de kioscos que se armaban para vender artículos de bazar, comidas, bebidas, kermeses, el palo enjabonado, carrera de embolsados y campeonato de bochas.

-�Por allí vivían Mario y su familia?

-Enfrente, entre el límite del cementerio municipal y el frente del cementerio Israelita. Ahí se fundó el almacén del abuelo Alfredo (padre de Mario), donde además funcionaba la ferretería y la venta de ladrillos que hacían en los hornos que la familia tenía contra las vías del ferrocarril. Todavía hay vestigios de esa casa, donde hasta hace pocos años funcionaba el Almacén de Queco.

-�Y Mario, de qué se ocupaba?

-Tenía el único surtidor de combustible de la zona (nafta Energina, hoy Shell), y el taller mecánico que ostentaba la representación de la firma Citr�en. Allí arreglaba también los motores de sus aviones, al tiempo que comenzaba a preparar autos de carreras.

-�Eran tiempos de piruetas con el avión?

-Sí, solía caminar sobre las alas mientras otro piloteaba, para disgusto de la abuela Teresa. Pero también tiraba papelitos o pelotas de propaganda sobre las canchas de Colón o Unión en los clásicos.

-�Y cuándo empieza a correr en auto?

-Ya a fines del '30, siendo avezado aviador y mecánico, comienza a participar de algunas carreras con un Ford A (era fanático de esa marca). Una de las más recordadas es cuando gana la Vuelta de las Colonias con su voituré Ford A N� 5, de 4 cilindros, contra los rivales de Chevrolet, motores de 6 cilindros. La llegada era en San Jerónimo Norte.

-�Qué recuerda de aquella época?

-Yo hice la primaria en la escuela Falucho, y tenía que ir a clase de gimnasia en el club Unión. Cuando volvía a mi casa, pasaba un ratito por el taller de tío Mario y allí estaba, en medio de los fierros, con su soplete, con las copas ganadas que tenía en una vitrina y sus hélices colgadas en alguna pared, que me fascinaban. Sabía que los sábados y domingos salía a volar.

El tiempo fue cambiando la fisonomía de Barranquitas, y el taller de Mario, el que tenía las alas y el viento en la sangre, fue desapareciendo, pero dejaría un recuerdo imborrable en un pedazo de historia de la ciudad de Santa Fe.

César BenítezMás información: www.aeropuertosarg.com.ar

Un maestro

(Por Hugo Galiano *).- Un domingo de 1963, se juntaron las pasiones. Yo tenía 10 años y fuimos al circuito Los Toboganes de Esperanza a ver Mecánica Argentina Fórmula 1. Era una fiesta de gente y autos, y al costado del circuito, en un campito, la improvisada pista, donde una docena de aviones acompañaba el espectáculo. Y allí estaba el Piper amarillo que por entonces volaba Tío Mario; ya no corría, pero estaba siempre presente junto a los fierros y haciendo algunos vuelitos de bautismo. De la carrera vi poco, esperaba ansioso que terminara para que mi papá le pidiera dar "una vueltita". Y llegó el momento. Tío Mario me puso la mano en el hombro y paternalmente me dijo: "Me quedé sin frenos, y no quisiera que pasara algo feo, te la debo para la próxima". Ahí quedé con la bronca de la frustración, recibiendo el viento de la hélice del PA-11 en la cara, en el inicio de su carreteo para el despegue en medio de la polvareda. íMalditos frenos!

Tiempo después, una cruel enfermedad se lo llevó y nos dejó la amargura de perder a un maestro, a un compañero de aventuras aladas. Pero su recuerdo se hace presente cada vez que sentimos el bramar de un pájaro de tela, madera o acero en el aire.

(*) Contador, autor de esta semblanza del intrépido tío Mario