En la primera viñeta de Sin City, la bella y voluptuosa Goldie comienza a desvestir a Marv, un grandulón recio y feo, pasmado de su suerte. Luego sigue una coreografía sexual, generosamente desarrollada en las siguientes páginas, con "tomas" desde diversos ángulos. La sorpresa llegará pocos cuadros después. Y, con ella, los lectores -guiados por el relato de Marv, un poco más ducho en los códigos de este mundo monocromático-, descubrirán cómo en la ciudad del pecado el sexo puede ser el único punto de contacto entre seres incompatibles, el lugar de alivio de una existencia sórdida y vacía, una forma de sometimiento, un desesperado pedido de auxilio, el punto de partida hacia una improbable redención o la puerta de ingreso a un vértigo de enigmas encadenados y violencia.
Los habitantes de Sin City viven en blanco y negro. Aunque en realidad nadie pueda ser considerado impoluto -en tal caso, probablemente no estaría allí-, su catadura moral está definida, en última instancia, por una clara línea divisoria. Y los "buenos" -aún cuando se trate de mercenarios, prostitutas o alcohólicos violentos- se verán forzados, en algún momento, a convertirse en héroes o mártires, como única alternativa para no cruzar esa línea.
El mundo de Sin City es agresivo, decadente, vicioso y brutal. Y los personajes que lo pueblan, por una curiosa elección o acaso forzados por las circunstancias, hacen juego con el entorno. Asesinos a sueldo, matones degradados, bailarinas voluptuosas, policías venales, inescrupulosos dueños del poder, femmes fatales y perdedores aferrados a sus reservas de dignidad, protagonizan historias cargadas de sexo, sangre y violencia, al cabo de las cuales acaban necesariamente maltrechos, con el corazón destrozado o, en muchos casos, muertos. Nadie puede aquí tirar la primera piedra, pero la batalla crucial es por definir quien estará en condiciones de tirar la última.
Frank Miller, consagrado en el cómic industrial por su tarea en Daredevil -incluyendo la creación del personaje de Elektra- y Batman -su futurista Dark Night Returns sirvió para redefinir el presente del personaje y la miniserie Año I se convirtió en su marca de origen-, se volcó en este caso a la vertiente alternativa, asumiendo, en su doble condición de guionista y dibujante, toda la responsabilidad artística de su nueva criatura.
Sin City (Ciudad del pecado) nació en 1991, con un nombre que apocopa el supuesto "Basin City" fundacional y opera como elocuente carta de presentación. Empezó con una historia de 208 páginas, publicada por entregas en la revista Dark Horse Presents, en Estados Unidos. Su concepción desafió todos los cánones industriales y culturales del momento: Miller no sólo optó por el blanco y negro -eventual y escasamente cortado por un rasgo de color-, sino que, como los habitantes de esa ciudad imaginaria, eliminó los grises de la ecuación. Así, el juego de figura y fondo recorta contornos bruscos, casi geométricos. Y la narración emula el tránsito de una larga noche, iluminada por flashes cegadores.
Miller también acudió a los olvidados tópicos del género negro y los sumergió en un espiral frenético de brutalidad y erotismo. Mujeres inolvidables y pérfidas hacen imposible (o posible) la vida a románticos idealistas, solitarios a su pesar, empecinados en seguir los dictados de su conciencia y su corazón en un ambiente que carece de ambos. Marginados duros e implacables, plantan cara a inescrupulosos representantes de las instituciones, sin medir las consecuencias y, generalmente, padeciéndolas. Pero haciendo que sus actos dejen huellas entre los sórdidos edificios y las enfermizas luces de neón.
Los climas y el ritmo de la historia, como en un buen policial negro, son otros aciertos del autor. Y los consigue, entre otras cosas, potenciando el recurso de la puesta en página. Cuadros abigarrados de texto se alternan con viñetas a página completa, acelerando o deteniendo la acción, soslayando o remarcando la psicología del personaje, según convenga a la narración y a las intenciones de Miller.
La crudeza de algunas escenas y los desnudos completan el menú de elementos infrecuentes en el cómic convencional, que contribuyeron a delinear la naturaleza de la obra, entre pistolas rugientes, humo de cigarrillos, espadas (í!) y estallidos de vidrios rotos. Elementos que, con inusitada fidelidad, fueron recogidos en la traslación fílmica.
"La Ciudad del Pecado", título que opta por la traducción literal del nombre de la ciudad -en lugar de mantener el original en inglés- es una película en blanco y negro, con acotados toques de color, en las mismas historias y de la misma manera que en el cómic.
Y es que Robert Rodríguez -El mariachi, Del crepúsculo al amanecer, Mini Espías- no quiso hacer una adaptación, sino un traslado literal. Un experimento basado en recursos digitales y de edición, para lograr una fidelidad absoluta, que seguramente sorprenderá a los lectores de la serie y probablemente desconcierte a quienes no la conocen.
La película se abre con la historia corta de "La novia vestía de rojo", poco importante para el desarrollo posterior, pero fundamental para la existencia del filme: con esa breve secuencia, Rodríguez convenció a Miller de que lo autorice a hacerlo. Y lo incorporó como co-director.
Después de eso, y de los créditos, siguen las tres historias principales. La de Marv, un peleador borrachín que enfrentará al poder más corrupto y al horror absoluto en honor a su adorada Goldie; la de Dwigth, un ex periodista involucrado en la verdadera guerra que se desata en las calles de la ciudad entre sus principales "instituciones" -las aguerridas prostitutas del Barrio Viejo, la mafia y la policía-; la de Hartigan, el último policía honesto de Sin City que, una hora antes de jubilarse, arriesga todo -su vida, su honor, su familia y su retiro- para cumplir con su deber, protegiendo a una niña del delirio homicida del hijo de un corrupto y poderoso senador.
El desarrollo de las historias asume una cronología temporal que, en el cómic, está desagregada en tomos diferentes, y que sólo queda de manifiesto por los cruces esporádicos entre personajes de distintas historias. Naturalmente, los cruces se repiten en la película.
Sin City se presentó este año en Cannes, se estrena en la primera semana de agosto en nuestro país y ya tiene en preparación una secuela, donde repiten varios de los actores de esta película.
Como curiosidad, en http://miller.iespana.es se puede interactuar con 32 personajes animados de la serie, recorriendo los escenarios en los cuales se desarrolla.
Mientras tanto, las tramas urdidas por Miller pueden seguirse en la edición argentina del cómic, que incluye sagas largas e historias breves (ver Guía de lectura). Y que, con altibajos y alguna reiteración de tópicos -que algunos juzgan repetitivas y otros consideran la marca de fábrica de la serie- permiten seguir el calvario de estos combatientes de causas perdidas, furiosamente vitales, desgraciados y a veces conmovedores. Conscientes de su condena, pero demasiado orgullosos para aceptar un poco de compasión.
Una de las historias de Sin City que forman parte de la película, estuvo en la base de una polémica que se desató hace algunos años en nuestro país, aunque muy pocos lo supieron. La piedra del escándalo fue una figura de colección -esos muñecos de personajes del cómic y el cine, tan detallistas como costosos, en los que algunos fanáticos invierten fortunas- que representa un momento crucial y emblemático de la serie, con una ejecución en la silla eléctrica. Esto incluía los movimiento convulsivos del cuerpo y la repetición de una frase, tomada del cómic. En aquél momento, los distribuidores debieron salir a aclarar que no se trataba de un juguete para chicos, sino de una pieza para coleccionistas. Aún así, tuvieron que sacarlo del mercado.
Emerio Agretti