Mitos y leyendas
Una mirada fantástica sobre el universo
El relato mítico, relegado por el pensamiento racionalista al ámbito de la superstición, ha perdido su fuerza y sentido; sin embargo, puede ser recuperado como una forma de conocimiento para ser utilizado en las aulas y despertar el interés por las raíces culturales de una sociedad.

El folclore y la magia, la historia y el mito, lo arraigado y lo trascendente, se unen en las leyendas para dar sentido e interpretar el universo. Para recordarle al hombre su capacidad de asombrarse ante lo cotidiano.

En la actualidad, el relato legendario ha perdido su función explicativa de la realidad. No por eso los orígenes fantásticos de las flores, de los ríos, del universo incluso, se han acallado. Por el contrario, siguen resonando en las aulas y en los libros para, a partir de allí, cumplir una función educativa.

Las leyendas al aula

Las leyendas no sólo son capaces de comunicar el legado cultural de un pueblo, sino que también se presentan como una herramienta a utilizar en el ámbito educativo. A través de ellas se pueden presentar pasajes de la historia, especies de la flora y fauna local, las costumbres de una sociedad y hasta sus valores religiosos y morales. Acerca de esta función, la escritora Zunilda Ceresole de Espinaco, autora del libro "Santa Fe y sus leyendas", nos cuenta por qué y cómo una leyenda se transforma en instrumento educativo.

"Las leyendas y los mitos tienen una función formativa muy importante en la escuela. En primer lugar, es el tipo de narrativa más antiguo y el que ostentan todas las culturas; hasta los pueblos ágrafos tienen leyendas, o sea que hay una coincidencia universal", señala Zunilda.

Por otro lado, se presenta a los niños el leiv motiv de estos relatos. "Siempre dejan una enseñanza, donde se premia el bien y se castiga el mal, incluso cuando hablan del origen de las especies de animales y vegetales. Son muy comunes las metamorfosis zoomorfas, fitomorfas, geomorfas, de las geografías cuando se relata -por ejemplo- el origen de una montaña, de una bahía, de una quebrada; también hay hidromorfas, que hablan sobre los ríos, los lagos, los arroyos... Se puede comenzar una clase con una leyenda para hablar -por caso- del río Salado, y los chicos se entusiasman mucho más".

Además, este tipo de relato sirve para despertar inquietudes en los alumnos. "Vemos la leyenda del quebracho colorado, `�quién por su barrio no vio un quebracho?', y después vamos a investigar a la biblioteca. Por ejemplo, el porqué de que el cóndor no tiene plumas en el cuello y cualquier característica animal se puede explicar a través de la fantasía -ejemplifica Zunilda-. En fin, las leyendas y los mitos nos brindan una serie de elementos y posibilitan que, a través de la narrativa, se puedan abarcar distintas ciencias".

La riqueza histórica de un mito

"Las leyendas y los mitos son apasionantes, incluso porque a veces la leyenda supera la parte histórica. Un ejemplo es Drácula, una novela basada en un personaje histórico al que Bram Stoker le incorporó mucho de todas las leyendas que circulaban por Europa Central, principalmente en Transilvania, y todas las creencias del pueblo. �Qué perduró más: la historia o la leyenda? El libro del irlandés sigue siendo editado y atrapa la atención; se proyectó en otros cuentos, se proyectó en el cine, en el teatro, en el arte mismo, en la pintura...", detalla la escritora.

Como valor agregado, las leyendas desentrañan características de determinado pueblo, su idiosincrasia, su cosmogonía, su manera de vivir y de muchos hechos que la historia oficial no logra mostrar. "En un relato, se pueden ver ciertas formas de vida que subyacen en él. En cambio, el hecho histórico es más puntual y no está todo lo de alrededor que lo influye", puntualiza Zunilda. Y agrega que, "necesariamente, si se recrea una `leyenda etnográfica', como le llamo yo, de los indios del sur o de la Patagonia, no podemos poner que habitaban una casa como la de los guaraníes; hay que ubicarse en todo el espíritu de un pueblo: lo que pensaban, sus hábitos, sus modos de vida".

Alguien especializado en el tema puede hacer, entonces, una doble lectura. "A veces, me encuentro con casos de escritores que han confundido los dioses de una parcialidad aborigen con los de otra; o los hábitos de vida con los de otra", cuenta Zunilda.

El litoral y sus relatos

Puesto que todos los relatos legendarios vienen a revelar características de una cultura, los que son propios de nuestra zona tienen señas particulares que los diferencian de los de otras regiones. Las leyendas del litoral se caracterizan por el entorno que presentan. "Podemos ver que hay muchas asociadas a las especies vegetales, animales, a las aguas de esta región. En cambio, si vas al noroeste verás otro tipo de descripciones, como por ejemplo de cactus, cerros, socavones... Al cambiar las culturas, cambian también las creencias y los espíritus mitológicos a los que aluden", dice la autora.

"Las influencias en nuestra provincia parten de los guaraníes y de las tribus que dependían de ellos, como los colastiné; también los chanaes, timbúes y mepenes. La región norte es guaranítica, y más al sur está la pampa gringa -como se le dice- donde hay otra idiosincrasia. Las creencias, las devociones e incluso el vocabulario, están condicionados por estas herencias".

Zunilda conoce las leyendas santafesinas, las que recopiló en doce libros inéditos que, como cuenta, incluyen relatos "no sólo de mi provincia, de mi país y América, sino del mundo. Veo que Santa Fe es rica en leyendas y sin embargo siempre figuran las mismas".

El proceso de escribir un libro de estas características implica todo un trabajo de búsqueda. "La investigación la hice trotando mundo, metiéndome en los ranchos, hablando con los viejos y también revisando bibliografía", cuenta Zunilda. Así surgió "Santa Fe y sus leyendas", que la autora publicó con la colaboración del Departamento de Literatura de la Provincia y que tuvo mucho éxito: a poco de editarse ya estaba agotado.

Zunilda asegura que las leyendas crean un lazo entre un pueblo y su tierra; transforma las miradas llenándolas de sensibilidad y respeto. Es así como para alguna persona desprevenida, las flores del ceibo pueden pasar desapercibidas. Pero hay quienes conocen la leyenda y saben que sus pétalos rojos están impregnados de la sangre de una reina india llamada Anahí, que un día murió en la hoguera por defender su libertad.

La caaycobé

En la selva misionera, vivía una tribu guaraní gobernada por un cacique respetado y amado por su pueblo. Éste tenía una hija muy sensible y tímida, que pasaba las horas realizando tejidos, recolectando frutos o fabricando utensilios de barro. Nunca hablaba con los hombres, parecía temerles.

Llegó la época en que debía casarse y varios fueron los que la pidieron al cacique, impresionados por su belleza y femineidad.

Pero ella, luego de cada pedido, lloraba y rogaba tanto a su padre para que no la casara, que éste, conmovido, la negaba a sus pretendientes.

Una vez se presentó un joven de gran belleza varonil y de bien ganado prestigio como cazador, quien convenció al cacique para que le otorgara a la princesa como esposa.

En esta oportunidad, fueron inútiles los ruegos y las súplicas. Se fijó que nueve lunas posteriores, tendría lugar la realización de la boda.

En vísperas de la misma, la muchacha, aterrorizada, se internó en la selva y pidió ayuda a Yasí, la luna, quien desde el cielo arrojó un rayo de fría luz que la envolvió completamente, dándole una sensación de paz y tranquilidad.

Cuando se iba a realizar la boda, salió la muchacha de su choza ricamente adornada con joyas de plata. Un murmullo de admiración brotó espontáneamente: parecía una diosa.

En el momento en el que comenzaron los ritos nupciales, la novia se fue transformando en una planta desconocida que se llenó de flores. Al tocar el novio una de ellas, ésta se sonrojó, encogió y se marchitó en apariencia, para recuperar sus hermosos colores cuando la mano fue retirada.

Yasí no había desoído sus ruegos y la protegió convirtiéndola en la planta llamada caaycobé, cuyas flores no soportan el contacto de ningún ser humano.

La doncella de la laguna Iberá

En una noche de luna llena, un joven cacique guaraní estaba contemplando ensimismado, los extraños dibujos de espuma que realizaba el viento en las aguas de la laguna Iberá (*), como si atisbara un extraño mundo de magia en aguas resplandecientes.

Su fino oído percibió trinos extraños de aves desconocidas, que agudizaron su sensibilidad. Atraído por los mismos, caminó por el borde de la laguna y de pronto se topó con una bellísima joven que, sentada sobre el agua, lo llamaba con voz persuasiva, tan dulcemente que conmovió su corazón llenándolo de azules presencias.

El cacique se arrojó al agua para alcanzarla, pero cada vez que estaba a punto de lograrlo, ella se alejaba un poco más.

Totalmente inconsciente del peligro que corría, nadó infructuosamente tras la hermosa aparición, internándose cada vez más en la laguna, hasta caer jadeante y cubierto de sangre por las heridas que le habían producido los juncos y las cortaderas que pueblan la orilla.

Desapareció de la superficie, no sin antes mirar por última vez a la hermosa doncella, que esbozaba en esta ocasión, una sonrisa burlona.

Igual suerte que la del desdichado cacique, corren todos los que intentan violar el secreto de la laguna, atraídos por el canto de las aves invisibles que anuncian la aparición de la doncella de la laguna Iberá, que reaparece siempre en pos de nuevas víctimas.

(*) Iberá: aguas resplandecientes en guaraní

El quebracho colorado

En medio de un monte, un árbol corpulento y de ramaje altivo, brindaba refugio a las aves que por centenares poblaban su follaje.

Un puma, cuya fiereza lo proclamaba amo del lugar, acostumbraba descansar en la horqueta de este árbol y no dañaba a los pájaros que en él moraban.

La vida transcurría normalmente. El árbol agradecía al puma por haberlo librado de los roedores que destrozaban sus raíces, y permitir que sus ramas se vieran alegradas por el canto de los pájaros y adornados por las multicolores plumas de los alados habitantes.

Una sequía intensa asoló el lugar. La tierra resquebrajada mostraba grietas que, como venas abiertas, tatuaban los espacios que otrora reverdecían. La sed azotó con su cruel castigo a las plantas y a los animales; de las primeras sobrevivieron las más fuertes y los segundos emigraron en busca de sustento, entre ellos, el puma, que con un rugido triste se despidió de su amigo silencioso: el árbol.

Sólo algunos pájaros quedaron y el árbol se consoló con ellos mitigando la pena que le produjo la partida del puma.

Pasó el tiempo y una mañana calurosa apareció un jaguar. Sus ojos malignos escudriñaron en derredor, y al fijarse en la copa del árbol, descubrió a los pájaros que en él moraban.

Trepó al árbol y, zarpazo a zarpazo, los mató para saciar su hambre.

Cada zarpazo significó pérdida de hojas, ramas destrozadas y aves muertas.

El árbol inmóvil no pudo defenderse ni defender a las aves amigas. Quedaron sus ramas destruidas, su copa deshojada y los nidos vacíos.

El puma regresó y al ver al usurpador se trenzó en feroz lucha con él. El jaguar lo superaba en musculatura y peso, por lo que pudo interponerse. El puma en un esfuerzo titánico alcanzó a herirlo en el lomo, pero no pudo evitar que su enemigo lo hiriera de muerte con un zarpazo que le perforó la garganta. El jaguar, herido, huyó y el puma, como en los viejos tiempos, se echó al pie del árbol amigo; sólo que esta vez lo hizo para morir.

El tiempo continuó su eterna marcha y años después el árbol vio cómo hombres extrañamente vestidos, descubrían su presencia y se acercaban a él.

De improviso comenzaron a hacharlo, pero su madera dura rompía las hachas y ellos lo llamaron "quiebra hachas".

Comprendió el árbol, que la sangre de su amigo el puma, absorbida por sus raíces, le había dado a su madera color rojo y reciedumbre. Agradecido, valoró el beneficio de aquella amistad que perduró aún después de la muerte.

Marina ZavalaFotos: El Litoral