No hay caso, siempre pasa algo contra estos tipos. Como diría mi vieja, estamos "engualichados" o como asegura un amigo nos "meó un dinosaurio" con la banda roja en el pecho, de uno de esos grandotes que hizo resucitar Spielberg en el Jurassic Park.
No digo que Colón haya desparramado fútbol y talento -ni nada parecido-, pero al menos podría haber ligado algo en recompensa a la transpiración y el esfuerzo. Vi jugadores tirarse al piso como si fueran de rugby y encima enfrente un River tibio, muy tibio.
Pero tan fresco como "suertudo", por no usar la palabra correcta que deriva de ojal. Los choborras del tablón (y los abstemios también) lo pedían a Ameli, exigían que esas gallinas pongan "huevos" de una vez, que suden un poquito. A Mostaza se le estaba despintando el pelo de tanto pasarse la mano, gritaba, (ronqueaba en realidad) al lado de la cancha, tiraba cuernitos para todos lados y ponía delanteros adentro de la cancha para ver si reaccionaban.
A pesar de lo que hizo Píccoli (de eso ya se ocupó Tombolini), estaban todos los condimentos para ganar de una vez por todas allá: dos a cero en el segundo tiempo, con un golazo bostero de Cángele incluido y en las narices de los hinchas de River, los borrachos sedientos, Mostaza casi mudo, Gerlo y Talamonti dispuestos a seguir colaborando con los delanteros sabaleros, Farías sin puntería y Gallardo que empezaba a fastidiarse con el resto.
Pero enfrente estaba Colón...,que esperaba con el crucifijo y el rosario en la mano para ver si esta vez se quebraba el maleficio. Pero parece que los rezos no alcanzan y habrá que pensar en una procesión a Guadalupe o jugar bajo la promesa de volver caminando desde Buenos Aires.
Jugada intrascendente, al lado del palito del córner, Tavio lo dejó pasar a Oberman sin cobrarle peaje (le habrá visto mucha cara de nene), tocó para atrás y Santana tiró al arco desde lejos, como un basquetbolista que lanza un triple porque está por sonar la chicharra y metió al lado del palo una pelota que si la pateaba un botín sabalero, seguro terminaba en la tribuna.
Y quien alguna vez vio un partido de fútbol sabe que estos cachetazos suelen despertar al que está dormido. River que hasta ese momento era un novato actor de reparto, pasó a ser el galán principal de la novela, por el que se pelean Pampita y Julieta Prandi. Y a esa altura los morochos del centenario ya estaban demasiado despeinados y desprolijos como para pretender competir.
Y si algo faltaba para comprobar que el poderoso orín es demasiado efectivo todavía, llegó el segundo casi como una copia del anterior. Gallardo la agarró afuera de la zona, tiró de tres y... encestó.
Listo, no hacía falta decir nada, contra ciertas cosas no se puede. Pero todavía quedaban algunas gotitas del dinosaurio, las de la sacudida. Por eso llegó volando un bochazo al área, dos cabezas coloradas de Colón para despejar, una la peina, descoloca a los otros y �dónde podía caer la pelota? Sí, en los pies de un jugador con camiseta de River.
Mirar el reloj a esa altura era un estúpida ilusión, después de haberlo relojeado todo el segundo tiempo. Y enseguida llegó el final y otra vez la misma historia.
Debo confesar que fui con la esperanza de ser testigo de "la primera vez", y en algún momento sentí que lo tenía en la mano. No me arrepiento de la ilusión, que es lo que nos mantiene vivos, aunque ahora tenga que escribir estas líneas
de parado.