Riesgos del repertorio populista

El tono adquirido por la campaña electoral genera en la opinión pública sorpresa, comentarios y una previsible preocupación. Es verdad que el país puede mostrar indicadores de recuperación económica y que distintas perspectivas permiten alentar cierto optimismo; pero no es menos cierto que la delicada situación general en la que quedó sumida la Argentina después de la ruptura de la Convertibilidad y de la declaración del default reclama a la dirigencia política fuertes dosis de madurez, seriedad y responsabilidad.

Desde el punto de vista jurídico, la tradición republicana es la principal afectada por numerosas prácticas de corte populista que contradicen la lógica de las instituciones. Lo más grave, empero, es que la sociedad comience a habituarse a las irregularidades y éstas, tarde o temprano, terminarán por dominar la escena política.

De acuerdo con la Constitución, el mandato conferido al presidente lo obliga a gobernar para todos los argentinos. Por ese motivo, su marcado protagonismo de campaña en un sector interno del oficialismo desdibuja los contornos del molde presidencial, máxime cuando la candidata de esa agrupación es su propia esposa.

No obstante, el fenómeno del parentesco vuelve con fuerza, a tal punto que un significativo número de candidaturas exhibe vínculos directos con funcionarios y dirigentes políticos.

En otros tiempos, esta licencia habría sido inadmisible. Basta recordar, al respecto, la renuncia histórica de Roque Sáenz Peña a la presidencia en 1892, para no competir con su padre; o la actitud de Julio Roca (h), que declinó participar en política mientras su padre permaneciera en actividad; o el caso de Amadeo Sabattini, quien no permitió, mientras fuera gobernador de la provincia de Córdoba, que su hermano se desempeñase como funcionario.

La confusión del partido con el Estado tiene una clara filiación populista. El líder o el jefe gobierna sobre la base de considerar que el apoyo popular le otorga una legitimidad en la que todo, o casi todo, le está permitido. Las instituciones pueden o no ser respetadas, pero en todos los casos son funcionales al interés de un segmento y no al del conjunto de la sociedad. Los liderazgos, casi siempre, se ejercen por encima de las instituciones y, en los hechos, ellas quedan sometidas a ese liderazgo.

La lógica del poder populista reclama en todo momento la existencia de enemigos que permitan orientar la disconformidad popular. Los enemigos pueden ser reales o ficticios, pero siempre son necesarios porque así se justifica la presencia del líder que defiende al pueblo y, en su nombre, se disculpan las propias violaciones al sistema.

En la Argentina, el estado de derecho presenta insoslayables anomalías en la faz práctica, aunque, en general, las libertades son respetadas. En este sentido, preocupa más el futuro que el presente, ya que será en el mediano plazo cuando aparezcan los resultados de los actuales deslices, errores y desvíos. Por eso, parodiando a Alberdi, se podría decir que por este camino se corre el riesgo cierto de convertir al populismo posible en populismo verdadero.