Chicos "de" y "en" la calle: realidades sin solución
¿Es posible que estos niños representen la crisis de una sociedad frustrada en sus ideales, que no encuentra modelos de identificación y que transforma sus ideales en lo contrario? Foto: AFP. 

Por Luis Guillermo Blanco

Eva Giberti nos comenta que se ha diferenciado entre "chicos de la calle" y "chicos en la calle". Los primeros serían aquellos que viven permanentemente en la calle y que la han convertido en su hábitat. Para ellos -dice Norberto Liwski- "el grupo de pares es su familia, brindadora de identidad. Esta sólida fratría, lugar de pertenencia del chico, le permite ser alguien en un mundo que lo mira como a un bicho despreciable pero amenazante", como si fuese "algo" muy difícil de asimilar.

En cambio, los "chicos en la calle" serían aquellos que, aunque busquen sus medios de subsistencia en ella, cuentan con alguna forma familiar (continente en algún grado, o no) y con su vivienda (por lo común, precaria).

Siendo así, es claro que, en más de un aspecto, la atención que los gobiernos (federal y provinciales) y/o las instituciones intermedias (ONG's, etc.) les puedan -o quieran- brindar ha de ser, por definición, distinta. Porque unos y otros chicos viven (o superviven) de diversa forma.

Ello sin perjuicio de que actualmente se prefiera emplear la laxa frase "chicos -o niños- en situación de calle", en el sentido de que su situación estaría enmarcada por su permanencia en la calle, señalándose que la voz "situación" no refiere a "pertenencia", pues -al decir de Ricardo Pato- "los chicos no son de la calle, son nuestros", y "a nosotros no nos compete ponerles emblemas identificatorios, que luego serán estigmatizantes y discriminatorios".

Esta última es la terminología adoptada por el gobierno santafesino, tal como puede leerse en su página web, en la cual se relata la atención que, en la ciudad de Santa Fe, se pretende brindar (los llamados "Servicios Educativo-asistenciales Integrados", etc.), en rigor y tal como surge a las claras de su texto, a los chicos "en" la calle, cuya situación fue recientemente descripta, con crudeza y realismo, por Rogelio Alaniz (El Litoral, 20/8/05). Todo lo cual puede ser lógico, pues los chicos "de" la calle pertenecen principalmente a las grandes urbes. Pero siempre advirtiendo que se trata de dos realidades distintas, siendo que las necesidades existenciales básicas insatisfechas de unos y otros niños presentan diferencias, y que, por ello, las estrategias para su debida atención no pueden ser idénticas.

Por supuesto, es muy fácil adjudicar el origen de ambos fenómenos a la pobreza. Pero aceptando que su incremento se debe a políticas económicas depredadoras, FMI mediante, y al creciente desempleo. En definitiva, a la pauperización de determinados sectores sociales, en términos de indigencia y desnutrición. Males que políticas de empleo y políticas alimentarias mal planteadas no pueden remediar.

Pero no cabe descartar -de acuerdo con Gerardo G. Wainer- que estos niños representen la crisis de una sociedad frustrada en sus ideales, que no encuentra modelos de identificación y que transforma sus ideales en lo contrario. Porque, por ejemplo, tras la circunstancia de que uno de estos niños pida unos centavos, guste o no, se esconde toda la miseria humana que permite situaciones como ésta. Corroborémoslo. Además de las ya indicadas, ¿cuáles son las condiciones de vida de estos niños? Desvinculación familiar; deprivación (Donald Winnicott); rechazo social; maltrato; explotación sexual, etc. Es decir, las más diversas formas del filicidio y de la sociopatía.

Pero, aun de ser así, ¿puede hacerse algo racional en pro de un cambio de la situación de estos chicos? Si las variables son elegidas en función del programa dirigido a intentar paliar tales situaciones y no en función del/los problema/s que se dice que se desea/n resolver, diremos que no.

Máxime siendo que tal/es problema/s no puede/n ser correctamente atendido/s si se omite considerar -entre otras características básicas suyas- que estos niños, en general, enfrentan a la cultura (social) con una contra-cultura (la suya), teniendo códigos de conducta propios que hay que conocer; que su libido está al servicio de la supervivencia, y que, aunque estudios y tests -destinados a niños de otra impronta sociocultural- digan lo contrario (pues no resultan hábiles a su respecto), poseen una adecuada inteligencia práctica, que puede ser bien encauzada. Requiriendo todos ellos, en lo sustancial, de atención especial y apoyo permanente, personalizado y dentro de un ambiente afectivo cálido y estable; instrucción acorde con sus necesidades vitales; capacitación laboral, práctica de deportes y actividades lúdicas.

¿Y las normas legales? Sin perjuicio de que algunas de ellas brinden una adecuada base programática (como la Convención sobre los Derechos del Niño), es obvio que sin políticas racionales y situadas, sin partidas presupuestarias decorosa y sin personal idóneo, son aquí pura lírica. Concluyamos con un ejemplo. El decreto 1046/98 del PEN declaró al 25 de marzo como el "Día del Niño por Nacer". Si algún hipotético decreto declarase el "Día del Niño por comer", ello no solucionaría la cuestión.