Entre los máximos exponentes de la patrística cristiana, San Agustín (Tagaste, 354- Hipona, 430) es quizás el más entrañable. De su fecunda obra, Bertrand Russell destacaba tres aspectos esenciales: su filosofía pura; su filosofía de la historia -en De civitate Dei-, y su teoría de la salvación, propugnada contra los pelagianos (seguidores del eclesiástico galés Morgan, que desestimaba la teoría del pecado original y pensaba que el esfuerzo moral por actuar virtuosamente bastase para salvar al hombre, a lo que Agustín contrapone la imprescindible existencia de la gracia de Dios).
Las Confesiones se abren con el más célebre Salmo de agradecimiento: "Grande eres, Señor, y digno de toda alabanza; grande es tu poder y tu sabiduría no tiene término" (Sal.144, 3). En este libro San Agustín narra su vida, y sobre todo la experiencia de su conversión y religiosidad. Fueron escritas entre el 397 y el 401, plenas de introspección, de análisis psicológico, de agudeza autobiográfica, aunque los últimos tres libros son de exclusivo carácter teórico-teológico sobre el Génesis.
Muchos son los intereses que el lector de hoy puede encontrar en este libro, a más de quince siglos de distancia de su escritura: su estilo literario, de un latín preciso y dúctil, ligero y profundo al mismo tiempo; la intimidad con que nos revela -nos "confiesa"- su experiencia del pecado y del rescate, de la desesperación y del amor; la capacidad de un autoanálisis que no se deja engañar por ningún atenuante. Justamente célebres los fragmentos dedicados a la memoria y al tiempo.
La oportunidad para entrar o revisar a esta obra maestra del pensamiento universal llega ahora con una nueva y precisa traducción de la profesora argentina Silvia Magnavacca, a la que se acompaña un estudio preliminar e iluminadoras notas. Publicó Losada.