Cien años del Teatro Municipal
La magia tras el telón
El próximo miércoles 5, el Teatro Municipal 1° de Mayo, de Santa Fe, cumple su primer centenario. Las obras de restauración intentan devolverle la fisonomía que tuvo en sus primeros años, cuando el coliseo ocupaba un espacio central en la vida de la ciudad.

La ansiedad de las miradas busca una abertura en el gran telón que se extiende en Juan de Garay y San Martín. Tras el lienzo negro, el antiguo edificio recupera lentamente la imagen que tuvo hace cien años.

Los andamios que se multiplican despiertan curiosidad. La sala parece desnuda, debatiéndose entre fantasmas, escombros y recuerdos que afloran en cada espacio. La realidad puja por instalarse... la magia no se rinde y cada pedazo es un rincón de historia.

En el interior no hay butacas, sólo destellos de aquellos primeros colores que añoran ser redescubiertos. Las protagonistas de este momento histórico son las manos que lo recuperan desde hace nueve meses. Buscan burlar al tiempo y revivir el esplendor oculto tras los años y las pinturas. Los restauradores circulan blancos y silenciosos. Concentrados, como enfermeras de nursery, esperan ver renacer su obra.

El 5 de octubre se acerca y, con él, el centenario... Mientras tanto, el teatro no se inmuta. Como si hubiese aprendido el oficio de tantos artistas que pisaron sus tablas, se deja maquillar para deslumbrar otros cien años.

Volver a las fuentes

A principios del siglo pasado, los grandes edificios gubernamentales representaban el progreso y eran el orgullo de las ciudades pujantes. Entre ellos, los teatros a la italiana de estilo francés ocupaban un sitio preferencial. Siguiendo este modelo, la arquitectura del Teatro Municipal Primero de Mayo, de Santa fe, refleja el más puro estilo Luis XV.

Su construcción fue iniciada el 3 de octubre de 1903, según planos del arquitecto Augusto Plou, quien planteó un teatro lírico con una acústica excepcional; imponentes ornamentaciones le dieron su cariz especial.

Casi cien años después de su inauguración, el Teatro Municipal está siendo redescubierto para volver a ser el original. Como cada intervención restauradora, ésta también tiene un espíritu definido en su época: busca raíces, recomponer una identidad. Los lineamientos de este trabajo fueron definidos por la Dirección de Estudios y Proyectos de la Municipalidad, con la colaboración y el asesoramiento de la Subsecretaría de Patrimonio.

La arquitecta Mirta Blazkow, quien dirige la obra, intenta descifrar las decisiones de Plou, tapadas por el paso del tiempo y las sucesivas intervenciones en el aspecto del edificio.

Mirta tiene 36 años y camina con la sonrisa de una adolescente. A pesar de ser joven, acredita experiencia en restauración de obras patrimoniales. Entre otras, se distingue la del Convento de San Francisco. Dice ser fanática del Teatro y está feliz de poder participar en esta etapa. No hace falta que lo diga: el brillo en sus ojos lo confirma.

Volver a las fuentes no fue tarea sencilla. Significó investigar, sumergirse en fotos de principios de siglo, descifrar indicios y componer la historia que dio luz al Teatro. "Para descubrir los colores originales de las ornamentaciones de la sala se utilizó el método de cateo -cuenta Blazkow-. Esto significó buscar con bisturí, raspar todas las capas de pintura hasta llegar a la primera. Luego de haber aplicado la técnica en varios sitios, la observación general da una idea de cómo estaba pintada la sala en su interior... Así fueron saliendo todos los colores".

En este retorno al inicio del teatro, el color original reemplazará al azul que la intervención de 1973 instauró en las butacas, el cortinado y el telón. "Tenemos un pedazo del telón de 1905, que era rojo. Por ello, decidimos volver a ese color y retapizar las butacas con su tono original", comenta Mirta.

Las huellas del tiempo

En el hall, el tiempo marcó algunas arrugas que necesitaron más inventiva que maquillaje. Cada uno de los pasos del público dejó con los años la huella del desgaste en el piso. Las baldosas rotas no se pueden reponer. Ya no hay nadie que fabrique esas rosas graníticas, rellenas manualmente con pequeñas piedras de colores de diferentes tonos. Según la arquitecta, "no pudo conseguirse quien lo hiciera, pero no nos rendimos. Conseguimos un piso similar, del mismo material y tono, pero liso. Nos jugamos por mantener el estilo y recuperar lo que se pueda".

Tras el velo que la cubre, la fachada espera pacientemente recobrar su expresión. Los restauradores a cargo de Mauro Fornari descascaran las esculturas que escoltan la entrada principal bajo dos milímetros de pintura. "Sucede que, por las diversas capas de pintura, las formas se van aplanando y perdiendo las redondeces. Al recuperar su morfología, serán pintadas con un material desarrollado específicamente para obras de restauración, que permite su permeabilidad".

La negra marquesina que cubría la entrada principal fue quitada para que la nueva corresponda, lo máximo posible, con la de principios del siglo XX.

La historia subyace al tiempo, y aquí es reparada para que pueda encandilar. Así, la araña de época, que perteneciera al Cabildo demolido, seguirá colgando en el hall, pero ya no tendrá fisuras. El entretejido de cristales de roca está siendo reparado por el personal de mantenimiento del teatro.

El piso de la sala tiene historia propia, ya que, bajo la vieja alfombra, se encontró un suelo de pinotea. Mirta explica que "esa madera se utilizó mucho a principios de siglo pasado, porque era el lastre con el que venían cargados los barcos. Éstos llegaban al puerto llenos con pinotea, que descargaban, y cuyo peso reemplazaban con cereales y otros productos. Sin embargo, ahora es muy difícil conseguir y, por tanto, reponer este tipo de madera".

Por esta razón, la arquitecta decidió recuperar la pinotea de los camarines -que será reemplazada por mosaicos- y colocarla en la sala. Así, también, los palcos y las plateas altas, que estaban alfombrados, volverán a los pisos de madera.

Un teatro para todos

Restaurar permite revisar, incorporar aquello que el pasado dejó de lado, pero que hoy requiere atención. En este marco, el nuevo teatro abrirá sus puertas para que las personas con capacidades diferentes se sientan cómodas y puedan disfrutar del espectáculo.

Hace unos años, el teatro sumó a sus equipos un amplificador de aro magnético, que produce en la superficie del lugar un campo magnético, copiando la señal audible y transmitiendo directamente el sonido a los audífonos, sin los efectos adversos de la distancia o del ruido de fondo. En la restauración, el amplificador es puesto a punto para lograr un óptimo servicio a los hipoacúsicos.

También se ubicarán señales y se cambiará la rampa de acceso principal por una más larga, donde las personas en sillas de ruedas puedan valerse por sí mismas. La rampa será de menor pendiente y extenderá la línea de edificación a la del resto de los edificios de la cuadra.

El viejo teatro se adapta para ser disfrutado por todos. Por esta razón, se previó la incorporación de las personas que acuden en sillas de ruedas a la línea de butacas de la sala mayor. Hasta el momento, debían permanecer en el pasillo. "Lo que hicimos fue averiguar de qué modo se implementaban estas mejoras en otros teatros del mundo -cuenta la arquitecta-. Por ello, decidimos sacar cuatro butacas y dejar el espacio para que lo ocupen quienes vengan en sillas de ruedas. Por cuestiones de seguridad, este espacio se encontrará en la última fila, donde tienen buen acceso a la salida y también buena vista del escenario".

Sin embargo, el cambio estructural más significativo es, en este sentido, la incorporación de un ascensor que facilite el acceso a la sala Marechal, en el primer piso.

Una fecha simbólica

El 5 de octubre de 1905, la sociedad santafesina se vistió de gala para inaugurar su teatro. El acto fue presidido por el intendente Manuel Irigoyen y el gobernador Rodolfo Freyre, junto a otras personalidades de renombre. A cien años de aquel acontecimiento, las obras de restauración del coliseo no han terminado en el plazo previsto.

Para Graciela Grillo, directora de Programación del teatro, "la restauración de una obra patrimonial como ésta demanda sus propios tiempos. Hay plazos de obra, que tienen todo un andamiaje de licitaciones e infinidad de variables que concurren al tiempo. El próximo 5 de octubre es para nosotros la fecha emblemática, pero la celebración no conlleva solamente un día, sino todo un año. Se trabaja a conciencia para devolver a la ciudadanía un teatro que dure cien años más. Con tecnología, instalaciones nuevas, integración de la discapacidad, y muchos otros factores que cien años atrás no se tenían en cuenta".

Blazkow, por su parte, opina que, "en las obras, los tiempos siempre se dilatan. Sin embargo, hay que ver más allá y valorar que sea posible su realización. La intención es trabajar bien y terminar el hall, la sala, los pisos y escenarios. Faltarán los niveles superiores, la capilla, carpintería, cielorrasos y revoques, que estarán listos para fin de año".

La magia del teatro ha obrado una vez más. La restauración se ha vuelto un espectáculo en sí misma. �Qué verá, cada uno, cuando baje el telón negro que cubre la fachada?

Las historias se entretejen, crece la expectativa y la fecha se acerca... Será cuestión de dejarse llevar por el hechizo y volver a un 1905 redescubierto tras cien años de historia.

Recuerdos, fantasmas y escombros

En la mística del Teatro Municipal conviven cien años de anécdotas, leyendas, fantasmas y ruidos extraños que el personal dice escuchar. Néstor Horacio Godoy tiene 57 años y más de cuarenta trabajando en el teatro. Recuerda anécdotas y las escribe antes de que el polvo del tiempo las sepulte en el olvido, imágenes de lápiz que el fantasma más antiguo supo escribir.

Nolly cuenta las leyendas de la planchadora y el sofista que perdieron su vida en el teatro. Recuerda cuando el estadio del Club Colón se inundó, hace ya más de veinte años, y sus jugadores entrenaban en las escalinatas y jugaban picaditos en el escenario... Cómo escuchaba sonidos de pasos y cadenas, en la sala plena de oscuridad.

"La primera noche solo, de sereno, fue difícil. Tenía 18 años y no estaba acostumbrado a los ruidos del teatro. Cuando los escuché, me asusté, porque estaba solo, no sabía quién los causaba... Con el tiempo, descubrí que es el viento, que mueve decorados colgantes y azota puertas, y que los pasos que se escuchan son los de calle San Martín que resuenan en la sala".

Nolly no cree en los fantasmas, pero, sin darse cuenta, se convirtió en el único de carne y hueso que recorre los pasillos llenándolos de magia. Según dice, en el teatro "la magia existe. Lo digo yo, que trabajaba en la parrilla y miraba, desde arriba, a los magos... pero nunca pude descubrir un truco. En el teatro hay magia. Se produce al sentir las paredes. Para quienes trabajamos aquí, es imposible de contar. Es un don, un misterio. Hace falta vivirlo para entenderlo".

Según Graciela Grillo, Nolly tiene razón. "Los fantasmas están acá, presentes en aquellos que nos precedieron. Son espíritus del arte, musas inspiradoras ligadas a la música, la actuación y la poesía".

Tal vez ambos tengan razón. Tal vez el teatro tenga fantasmas que conjuran magia para hacernos vivir momentos inolvidables. Para emocionarnos, llorar o reír a carcajadas cada vez que se corre el telón.

María Florencia ArriFotos: