Tehuelches: los gigantes pintados de rojo
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"Los españoles admiran sobre todo los enormes pies de ese monstruo humano, y en consideración de esos grandes pies, denominan a los nativos patagones y a la región Patagonia. Pero pronto se desvanece el temor producido por el hijo del desierto, pues ese ser envuelto en pieles abre continuamente los brazos riendo con toda la boca, baila y canta y espolvorea sin interrupción arena sobre su cabeza. Magallanes, quien así los describe, interpreta este signo acertadamente como deseo de acercamiento amistoso, y ordena a uno de los marineros que dance de la misma manera y esparza también arena sobre su cabeza. Ante la algazara de los marineros fatigados y rendidos, el salvaje entiende esa pantomima realmente como salutación y se acerca con toda mansedumbre. Entre el gigantón y los marineros se establece cordial simpatía y cuando Magallanes luego de haberle ofrecido alimento, le regala unos cuantos cascabeles, el monstruo se va en busca de otros gigantes y de varias gigantas.
"Pero esta despreocupación resulta fatal a los ingenuos hijos de la naturaleza. Magallanes, lo mismo que Colón y todos los demás conquistadores, tiene orden precisa de la Casa de Contratación de llevar unos cuantos ejemplares, no solamente de todas las plantas y de todos los metales sino también de todo nuevo espécimen humano que descubran en el viaje. Al principio los marineros creen que no es peligroso cazar vivo a uno de esos gigantes a mano limpia. Rondan tímidamente a los patagones dispuestos a sujetarlos, pero en el último momento los abandona el valor. Por fin imaginan una treta vulgar. Entregan a dos gigantes tal cantidad de regalos, que necesitan ambas manos para retener su botín. Enseguida, enseñan a los dos hombres que ríen encantados, un objeto que produce un ruido particularmente cautivador, es decir, un par de grilletes, y les preguntan si quisieran llevarlos en los pies. Los pobres patagones ríen con toda la cara y asienten entusiastas con la cabeza. Se imaginan embobados que aquellos objetos sonoros tintinearán a cada paso que den. Apretando convulsivamente sus regalos, miran cómo les ajustan las cadenas a los tobillos, pero de pronto quedan aprisionados por esos hermosos aros fríos que producen tan alegre sonido. Ahora, los tripulantes pueden caer sin temor sobre los gigantes, como sobre bolsas de arena; encadenados han dejado de ser peligrosos. En vano gritan, se retuercen y gesticulan los engañados nativos, invocando el nombre de su dios mágico. El emperador quiere curiosidades. Son arrastrados como bueyes sacrificados hasta los buques, donde perecerán miserablemente por falta de alimentos. Este pérfido ataque de la cultura cristiana ha anulado de golpe el buen entendimiento". Fragmento extraído de "Magallanes: La aventura más audaz de la humanidad", de Stefan Zweig .
Se trataba de un grupo de cazadores recolectores, que desde tiempos inmemoriales habitaba el sur de la Patagonia Continental. Un cuadrilátero que enmarca por el norte el río Santa Cruz, la cordillera por el oeste y el Atlántico por el este. Un territorio que abarca 60.000 km2, solar histórico de la etnia que a lo largo de varios milenios, cuyos orígenes son desconocidos, logró afincarse en las planicies esteparias, barridas por los vientos y desarrollar una cultura bastante superior a la de los pueblos vecinos.
Esta etnia data del décimo milenio, descendiente tal vez de los primeros hombres descritos por Junius Bird, como "Hombres de Fell". Es insuficiente aún la información que se posee, para conocer su vigencia y extensión a lo largo de los siglos, sin que en ellos hubiera una expresión marítima. Los trabajos de Joseph Emperaire, Annette Laming, Junius Laming, Junius Bird y más tarde Luis Felipe Batte, Omar Ortiz, Julieta Gómez y Alfredo Prieto, además de los recientes trabajos de Massone, permiten una visión parcial que puede suponerse principal y que demuestran un prolongado poblamiento que haría referencia directa con los restos encontrados en la Patagonia Sur y Central (Chile Chico, Río Pedregoso, Alero Entrada Baker, Cueva de las Manos, Río Pinturas y Cueva de los Toldos). Por otra parte, autores como Gradín, Ashero y Gómez Otero han postulado dos horizontes culturales independientes, al norte y al sur del río Santa Cruz.
Su rasgo físico particular se caracterizaba por una gran estatura, con un promedio que sobrepasaba 1,80 m, en los hombres, y 1,70 m, en las mujeres. De piel oscura debido al viento y a el sol de la pampa, y rojiza debido a la costumbre de untarse la cara con aceite animal y arcilla roja. Usaban cabellos largos aunque eran poco velludos. Vestían con pieles que cubrían casi todo su cuerpo incluso en los pies llevaban tamangos (calzado de cueros) y portaban siempre sus armas.
Se alimentaban principalmente de la carne del guanaco y choique (el ñandú patagónico), además de animales menores propios de la estepa. Cazaban usando boleadoras, hondas, lanzas o flechas que ellos mismos confeccionaban con piedras y cueros. Otros informantes vieron a algunos alimentarse de raíces y vivir de la recolección. Las carnes era cocidas, y el fuego lo obtenían frotando dos palos.
Vivían errantes en las pampas transportando sus toldos, en busca de presas para cazar. Los toldos eran sus viviendas confeccionadas de pieles de guanacos (u otros animales) cosidas entre sí y sostenidas por un esqueleto de palos delgados. Estas especies de carpas, algunas de hasta cinco metros, albergaban una familia numerosa e incluso invitados.
Hoy no quedan descendientes directos, a excepción de las familias Saihueke (mestizas con mapuches y criollos chilenos) y los Quilchamal de Lago Blanco y El Chalía; las causas de su desaparición son muchas: van desde guerras con los mapuches hasta enfermedades venidas del viejo mundo; en fin, no todo lo bueno viene de Europa.
Las caras pintadas de rojo han desaparecido, dejaron un gran vacío en la tierra donde vivieron y siempre respetaron; creo que ella extraña a esos gigantes, los gigantes que siempre reían.
Dicen los tehuelches que la Patagonia era sólo hielo y nieve cuando el cisne la cruzó, volando por primera vez. Venía desde más allá del mar, de la isla divina donde Kóoch había creado la vida y donde había nacido Elal, a quien cargó en su blanco lomo para depositarlo sobre la cumbre del cerro Chaltén (el cerro Fitz Roy).
Dicen también que detrás del cisne volaron el resto de los pájaros, que los peces los siguieron por el agua y que los animales terrestres cruzaron el océano a bordo de unos y de otros. Así la nueva tierra se pobló de guanacos, de liebres y de zorros; los patos y los flamencos ocuparon las lagunas y surcaron, por primera vez, el desnudo cielo patagónico los chingolos, los chorlos y los cóndores.
Por eso, Elal no estuvo sólo en el Chaltén; los pájaros le trajeron alimentos y lo cobijaron entre sus plumas suaves. Durante tres días y tres noches permaneció en la cumbre, contemplando el desierto helado que su estirpe de héroe transformaría para siempre.
Cuando Elal comenzó a bajar por la ladera de la montaña le salieron al encuentro Kókeshke y Shie, el frío y la nieve. Los dos hermanos que hasta entonces dominaban la Patagonia lo atacaron furiosos, ayudados por el hielo y por Máip, el viento asesino. Pero Elal ahuyentó a todos golpeando entre sí dos piedras que se agachó a recoger, y ése fue su primer invento: el fuego.
Cuentan que Elal siempre fue sabio, que desde muy chiquito supo cazar animales con el arco y la flecha que él mismo había inventado. Que ahuyentó al mar con sus flechazos para agrandar la tierra, que creó las estaciones, amansó las fieras y ordenó la vida. Y que un día modelando estatuitas de barro, creó los hombres y las mujeres: los tehuelches. A ellos, los Chónek les confió los secretos de la caza; les enseñó a diferenciar las huellas de los animales, a seguirles el rastro y a ponerles el señuelo; a fabricar las armas y a encender el fuego. También a fabricar abrigados quillangos, a preparar el cuero para los toldos, hasta dejarlo liso e impermeable... y tantas, tantas otras cosas que tan solo el sabía.
Cuentan que hasta la luna y el sol están donde están por obra de Elal, que los echó de la tierra porque no querían darle a su hija por esposa. Que el mar crece con la luna nueva porque la muchacha, abandonada por el héroe en el océano, quiere acercarse al cielo, desde donde su madre la llama.
También que si no fuera porque una vez, hace muchísimo tiempo, cuando hombres y animales eran la misma cosa, Elal, castigó una pareja de lobos de mar, no existirían el deseo ni la muerte.
Finalmente Elal, el sabio, protector de los Tehuelches, dio por terminados sus trabajos.
Dicen que un día poco antes del amanecer, reunió a los chónek para despedirse de ellos y darles las últimas instrucciones. Les anunció que se iba, pidió que no le rindieran honores, pero que sí, transmitieran sus enseñanzas a sus hijos, y éstos a los suyos, y aquéllos a los propios, para que nunca murieran los secretos de los Tehuelches.
Y cuando el sol ya se asomaba en el horizonte Elal llamó al cisne, su viejo compañero. Se subió a su lomo y le indicó con un gesto el este ardiente. Entonces el cisne se alejó del acantilado, corrió un trecho y levantó vuelo por encima del mar.