Toco y me voy
La voz de las mujeres
Yo no tenía ni tengo la menor intención de escribir sobre este tema. Pero se impone: un estudio científico asegura que la voz de la mujer cansa e incluso harta al hombre. Eso explica muchas cosas, aunque empiecen a chillar. Se viene una nota de género. Degenerado.

"La ciencia", esa abstracción peligrosa, determinó que "la voz de mujer agota el cerebro del hombre". Pavada de afirmación. Puede cambiar la historia de la humanidad y obligar a una revisión apresurada de la parte ya escrita, al menos, la parte de tradición oral.

La especie fue publicada y explicada y todas esas cosas por un hombre, desde luego, Michael Hunter, en la revista "Neuroimage", de la Universidad de Sheffield, por lo que el matiz supuestamente científico está cubierto. Lo lamento, chicas.

Parece que los tonos femeninos, más agudos, toman toda el área auditiva del cerebro, mientras que la voz de otro hombre sólo requiere del área subtalámica.

Así, los machistas, que abundan tanto como sus principales promotoras -las que los crían, los moldean, los reclaman, los consumen-, están de parabienes, pues vendría a comprobarse, más o menos científicamente, que la voz femenina, ciertas voces femeninas, hinchan un poquito.

En rigor, la revelación nos obliga a los hombres a ser más cuidadosos y precisos con el lenguaje que utilizamos. Ya no podremos decir que la conversación interminable de la señora o señorita que nos acompaña te deje de romper de una buena vez un poquito los tímpanos (a veces, en lugar de tímpanos, se suele aludir a otras cosas). Ahora, con toda delicadeza y pertinencia idiomática y científica podemos sugerir que "me estás saturando el hipotálamo".

En tren de fantasear, los inventores no deberían dejar pasar esta oportunidad única de fabricar un sistema de medición similar al que sustentó la investigación científica -una suerte de resonancia magnética- y lanzar en el mercado un hartómetro, un charlómetro o como quieran llamar al medidor del supuesto compromiso y llenado del hipotálamo masculino a instancias de la llegada masiva de voz femenina. Cuando uno ve que la conversación unilateral no se termina, puede instalarse el objeto y medir, por ejemplo un grado ocho de inflamación del hipotálamo. Y eso, sin dudas, suena grave y hasta obligaría a tomar conciencia a la causante del preocupante fenómeno.

Una amiga de pensamiento y lengua veloces me dijo que, en realidad, le saturamos rápido el cerebro al hombre por una estricta cuestión de tamaño del objeto: el cerebro del hombre es pequeño, se llena fácil, me dijo, aguda.

Le dije, resentido, que lo que están cuestionando es precisamente la agudeza femenina y, entonces, mi amiga me puteó con una claridad y persistencia capaz de saturar quince hipotálamos al hilo.

Quiero aclarar, aun sin ver el resultado completo de la investigación ni de poder asegurar nada sobre sus alcances y veracidad, que no todas las voces femeninas son iguales.

Ahí tienen esas locutoras de radios FM que te venden un fungicida pero con una voz invariablemente al borde de un orgasmo. A uno le crecen ratones de todos los colores, que luego se reproducen, juegan al fútbol, arman colonias y hablan, hablan, hablan y te terminan dejando una palma de novela. Para mí son ratonas, en realidad.

Es que una buena voz de mujer, templada, levemente grave (es decir: cuando abandonan el pitido y se acercan hacia tonos masculinos), susurrada, puede hacer milagros en el hipo, y en el tálamo, ni qué hablar.

Conviene aquí ir al diccionario de la RAE que explica con paciencia y propiedad que tálamo era el lugar en que los novios celebraban sus bodas y recibían parabienes (dice eso: a mí no me jodan); que es por decantación la cama de los desposados y el lecho conyugal y que, también, es el extremo ensanchado del pedúnculo donde se asientan las flores, y ahí ya no pregunté ni busqué más en ninguna parte, por las dudas.

Pero, lo concreto es que la voz femenina, de una manera u otra, te acuesta. Ya puedo escuchar sus reacciones, sus quejas justificadas, su enojo, sus argumentos, pero, mis chiquitas, díganlo de manera breve y amable. Se me cansa el hipotálamo.

Texto: Néstor Fenoglio

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