Los colegas de Orlandi
Por Marcelo Olmos

En este tiempo en que se conmemora el centenario del Teatro Municipal, muchos aspectos sobre el edificio son recordados, desmenuzados, puestos en relieve, entre ellos la figura del pintor que decoró la Sala Mayor del coliseo santafesino, Nazareno Orlandi. Este artista fue uno de los que aportó su creatividad para ornar los edificios que se levantaban en la Argentina floreciente del liberalismo de fines del siglo XIX y principios del XX. La arquitectura en el país alcanzaba entonces niveles de calidad y cantidad dignas de una de las naciones más ricas de la época, y los edificios significativos comenzaron a levantarse tanto en la Capital Federal, como en las ciudades del interior en palpable demostración del éxito del sistema vigente y de los nuevos requerimientos sociales. Templos y edificios gubernamentales, estaciones y hospitales, escuelas, bibliotecas y teatros. La arquitectura resaltaba y disponía la materialización para ello en compañía de otras artes, destacándose en la geografía urbana estos espacios de representación de la sociedad de su tiempo, que contaban con el despliegue de una decoración que acentuaba su calidad y potenciaba su rol simbólico.

Como un elemento en común, alguno de los más relevantes edificios institucionales levantados a principios del siglo XX contaban con la intervención de pintores especializados en la decoración de los mismos; de abrumadora mayoría italiana. Podemos citar como los más destacados de estos artistas a Guiseppe Carmignani, Rafael Barone, Mateo Casella, Decoroso Bonifanti, Carlos Barberis, Nazareno Orlandi, Marcel Jambon, y Francisco Pablo Parisi. Todos ellos poseían una sólida formación demostrada en sus numerosas intervenciones, también aportada a la formación de escuelas de arte, en donde fueron maestros de artistas de la talla de Alice, Cupertino del Campo, Emilia Bertolé y Augusto Schiavoni, entre muchos. En su patria de origen se formaron en una especialidad del arte que desde la segunda mitad del siglo XVI se desarrolló para cubrir al fresco las grandes superficies murales en el interior de iglesias, palacios y villas, intentando superar los límites de lo arquitectónico con el despliegue de técnicas ilusionistas. Con el barroco, las exigencias de representación del poder en el marco de las cortes europeas de todo rango, hace su aparición el gran fresco decorativo, donde la arquitectura es marco y sostén de estas construcciones pictóricas y que en Italia tienen sus exponentes más célebres, en autores como Pietro da Cortona y que se extendieron al norte de los Alpes alcanzando un gran protagonismo en la arquitectura de entonces, como en la residencia de Wuzburg, donde Tiépolo despliega su talento en el cielo raso de la gran escalera, convertido en uno de los ejemplos paradigmáticos de este tipo de obra. Los logros de los pintores italianos en el arte de la ilusión alcanzan entonces su esplendor, que continuará hasta entrado el siglo XX, en donde esta rica tradición permite a los artistas lograr trabajos que se integran a la arquitectura del liberalismo, exaltando símbolos y funciones.

La decoración del Teatro Municipal 1º de Mayo de Santa Fe se debe, como es ya ampliamente conocido, a Nazareno Orlandi, uno de estos artistas italianos que formó el grupo de pintores decoradores y escenógrafos nombrados y que viaja a Buenos Aires contratado por el gobierno argentino a instancias de Francisco Tamburini para incorporarlo al equipo de trabajo que estaba llevando a cabo las refacciones de la Casa de Gobierno en 1889. Desde entonces una prolífica obra decora edificios significativos en la capital y el interior. No sólo en Santa Fe, también en Rosario y en Córdoba, donde trabajó en la materialización de los bocetos que elaborara Caraffa nada menos que para los frescos que adornan la emblemática Catedral de la ciudad; en colaboración con Carlos Camilloni, y posiblemente interviniera en el Teatro Rivera Indarte acompañando a Tamburini en el emprendimiento y al pintor Gonzaga Coni en la decoración. En Rosario trabajó en el desaparecido Teatro Colón junto a Domingo Fontana, en el de la Opera; hoy Teatro El Círculo; colaborando con Carmignani. Fue también el autor de los cielo rasos de la antigua sede de la Bolsa de Comercio en calle San Lorenzo, hoy desaparecida. Allí, en Rosario, se asientan varios colegas de Orlandi, como el mencionado Guiseppe Carmignani, contratado para decorar los teatros Colón y de la Opera, pero que también realizó en la ciudad otros trabajos en la Catedral, el Palacio de Justicia, el hotel Italia y residencias particulares. En la mencionada ciudad también se afincaron otros peninsulares, como Rafael Barone y Mateo Casella, que contaba como antecedentes el haber trabajado en la decoración del Teatro de San Carlos de Nápoles y el Teatro Colón de Buenos Aires, donde realizó varias escenografías. Casella fue maestro de Emilia Bertolé y de Augusto Schiavoni en sus años mozos y uno de los iniciadores de la Escuela de Artes Plásticas de Rosario. Decoroso Bonifanti (1860/1941) también está ligado a nuestra ciudad: cincuenta y cuatro obras suyas se exponen en el Primer Salón Anual de Santa Fe, en 1922, en el flamante Museo Rosa Galisteo de Rodríguez. En el catálogo se lo presenta como "maestro de los mejores pintores argentinos. El maestro de los maestros". Este pintor, maestro de Alice, es al único que menciona Romualdo Brughetti en su obra "Nueva historia de la pintura y la escultura en la Argentina". En la vecina Paraná, el plafón que corona la sala del teatro local, fue obra de Italo Piccioli, autor de otras decoraciones en templos de la geografía provincial; como la catedral de Gualeguaychú; donde actuó también Rafael Tentor, otro pintor decorativo.

Las obras de estos pintores decoradores no fueron nunca estimadas en sí mismas, ya que constituían parte de los edificios que le servían de soporte. Por su finalidad decorativa parecían de rango inferior y clasificadas con un valor efímero y cambiante. Pagano y Lozano Moujan sólo mencionan en términos generales a los nombrados, pero le reconocen el papel de maestros de artistas que después destacarían en el arte argentino. Payró nombra a Orlandi, Bonifanti y Camilioni, quienes tuvieron presencia en Buenos Aires, al contrario de sus colegas actuantes en el interior. Consideración aparte tuvieron otros artistas para los que la intervención en un edificio era algo no corriente y en ello ponían su talento creativo, como José María Sert, el pintor catalán que decoró el palacio Pereda y algunas habitaciones del palacio Errázuriz, en Buenos Aires. Sert no vino a Buenos Aires, sus obras fueron realizadas en París y remitidas para su colocación, en la técnica del marouflage, común a todos estos artistas. Las obras de Sert tienen sin duda, un aliento superior que las diferencia de las de los pintores que tratamos. También Pío Collivadino fue en su momento un pintor que intervino en decoraciones, como en la catedral de Montevideo y en el teatro Solís. Pero su talento descolló por sobre su excelencia técnica, como Sert, diferenciándose de este grupo y alcanzando un lenguaje que lo alejó de lo decorativo. Otros pintores intervendrán en obras arquitectónicas, como Soldi, Norah Borges, Spilimbergo, Berni, pero el rango de sus propuestas las despega del soporte y adquieren entonces, por sí mismas, una entidad propia, que añaden valor al espacio, pero no como complemento de lo arquitectónico, sino que establecen un diálogo de igual a igual y en algunos casos lo subordinan.