CON EL REGRESO DEL INDIO SOLARI

El rock, un hecho cultural

Solista. El creador ratificó que es el heredero natural de la mitología ricotera. Foto: AGENCIA TÉLAM. 

Sergio Arboleya-Télam

La vuelta del Indio Solari a escena tras más de cuatro años de ausencia resultó una fiesta compartida por alrededor de 50 mil personas que colmaron el Estadio énico de la ciudad de La Plata y que volvieron a instalar al rock como un hecho cultural de masas que, signado por la leyenda de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota, sirvió para mostrar en sociedad el debut solista del artista con "El tesoro de los inocentes (bingo fuel)".

El creador, de 56 años, ratificó que es el heredero natural de la mitología ricotera y colocó de nuevo al rock como un espacio mágico donde la energía fue un vehículo para la expresión, las emociones y el reencuentro.

"Me gusta practicar la fidelidad y eso lo veo más como una perversión que como una virtud. Yo les agradezco esta noche el grado de perversión que han tenido conmigo", saludó Solari tras el empañado inicio del show, con algunos problemas de sonido en "Nike es la cultura".

Al ironizar agudamente sobre el vínculo con los seguidores de Los Redondos, el poeta y compositor puso sobre el tapete de la bella noche platense que la relación entre el artista y el público en el universo del rock es un asunto más complejo y delicado que la pasión con visos futboleros, que un rabioso riff de guitarra o que una lírica ingeniosa.

Solari exhibió con solvencia que el enérgico magnetismo del rock es una cuestión manejada por el anfitrión que les sirvió a sus invitados un menú riguroso e inquietante en que la comunión resultó fruto de una gama de recursos estéticos y no la motivación y el fin último de un recital.

Por eso, el Indio regaló varios clásicos de Los Redondos, pero también versionó una docena de los flamantes temas que creó para su lanzamiento en solitario y que constituyen un repertorio que esquiva la rima permanente y el estribillo repetitivo para empujar, en cambio, la generación de un discurso que encanta desde lo inspirado y lo riguroso.

LOS TEMAS

Por orden de aparición en vivo y a lo largo de tres apariciones, entregó "Amnesia", "Tomasito podés oírme? Tomasito podés verme?", "La piba del Blockbuster" (para el que se sumó la voz de Déborah Dixon y en donde también se padeció un cierto bache sonoro), "Mi caramel machiato", "El tesoro de los inocentes", "Tsunami", "Ciudad Baigón", "To Beer Or Not To Beef!", "Pabellón séptimo (Relato de Horacio)" y "El Charro Chino".

En cada uno de esos temas, el vocalista (que usó tres camisas: una naranja, otra bordó y luego una azul) lució sus impecables dones interpretativos capaces de desenvolverse en distintos planos y, a pesar de que varias veces lamentó no estar bien de "la gola", con su desempeño dejó en ridículo a la manada de limitados imitadores que pululan como cantantes de bandas de rock chabón.

El lucimiento personal fue estupendamente secundado por Baltasar Comotto y Gaspar Benegas (guitarras), Marcelo Torres (bajo), Hernán Aramberri (batería) y Pablo Sbaraglia (teclados y samplers), a los que alternadamente se sumaron Ervin Stutz (trompeta) y Alejo Von Der Pahlen (saxos).

Esa afiatada y poderosa formación también fue capaz de rozar el mito al versionar reclamados clásicos de Los Redondos que salpicaron el repertorio a partir de "Un ángel para tu soledad" (del disco "Lobo suelto", de 1993) y durante el cual la multitud encendió un par de las pocas bengalas que se apreciaron en cerca de tres horas de ceremonia.

Otras gemas de la banda formada en 1976 que alcanzó la estatura de fenómeno popular, fueron "Fuegos de Oktubre" ("Oktubre", 1986), "Ropa sucia" y "Héroe del whisky" (ambos de "íBang! íBang! Estás liquidado", 1989), "Shopping-Disco-Zen", "Susanita" y "El lobo caído" (los tres de "Lobo suelto", 1993), "Tarea fina", "Nueva Roma", "El pibe de los astilleros" y "Un poco de amor francés" (los cuatro de "La mosca y la sopa", 1991) y "Juguetes perdidos" ("Luzbelito", 1996).

Sin incidentes

La celebración sin incidentes que dejó ayuno de noticias a la prensa amarilla, que soñaba con desmanes de proporciones, culminó con "Ji, Ji, Ji" donde el pogo, el canto colectivo y la fiesta alcanzaron su punto máximo y sintetizaron el concepto de fiesta que de Los Redondos al presente se encarnó en la figura de quien fuera el líder de esa propuesta.