Una sutil mirada sobre aquel ideario de cambiar el mundo

Daniel Bruhl. Es el actor protagonista de un filme que reinstala preguntas mal contestadas por la historia. Foto: AGENCIA EFE. 

Juan Carlos Arch

La coherencia, de pensamiento y acto, es una de las virtudes más difíciles de conseguir. Las frases hechas que justifican su ausencia están entre los varios lugares comunes que pueblan esta estupenda película. Aquélla de "todos somos revolucionarios antes de los 30, porque pensamos con el corazón, luego lo hacemos con el cerebro", o aquella otra "primero compras un auto, luego lo cambias por uno mejor y sin darte cuenta acabas votando a los conservadores". Ambas, como otros conceptos parecidos, están en boca de un acaudalado empresario secuestrado involuntariamente y por una inesperada situación por tres jóvenes, que se dedican, casi como por un juego, a importunar a los ricos entrando a sus casas, cambiando las cosas de lugar y hacerles ver que sus "bunker" tampoco son tan seguros.

Estos jóvenes, dos muchachos y una chica, son algunos de los resistentes de la Europa actual, que se niegan a aceptar la globalización y un sistema que creció con ellos pero fracasó muchos antes que la caída del muro si, de que el hombre encontrara la fórmula para repartir la riqueza, se trata. La ley del escorpión aparece una vez más, para justificar por "la naturaleza del hombre", todas las formas de actuar de este capitalismo salvaje. Ellos son también los que confrontan con su propio cuerpo, cuando la novia de uno se enamora del otro y esa suerte de "menage a trois" es contrapuesto a las aventuras del empresario, cuando joven líder estudiantil y capaz de andar haciendo esas cosas, las que recuerda ahora como "imprudencias juveniles".

En realidad, este hombre rico es acreedor de la muchacha, que en un accidente le arruinó su automóvil de cien mil euros y tiene que pagárselo, algo que le llevará los mejores años de su vida. Que termine secuestrado es simplemente porque la aventura para asustarlo terminó mal y ahora nuestros cuatro protagonistas tendrán tiempo de pulsar sus ideales y convicciones en una alejada casona de la campiña alemana. De esas charlas se deducen otros lugares comunes, de esos que congelan la historia hasta la próxima revolución, como constatar que este sistema se sostiene basado en la desconfianza en el hombre, "presa de su naturaleza", que será hipotéticamente culpable hasta que se pruebe lo contrario, pero también las opuestas, las que pugnan por aceptar esa naturaleza sin condicionarla con la ambición, el poder y el mal uso de la libertad.

Y, como siempre, aparece el sexo como motivador esencial en esta lucha, ya sea por su ausencia o por su ejercicio, que no tiene nada que ver con el amor libre, sino con la libertad del amor, sin reglas ni ataduras, que es algo muy distinto. Y también aparece el eje de la mirada del realizador Hans Weingartner, puesta en la relación que pueda encontrarse entre aquel mayo francés del 68, que enarboló otra frase: "La imaginación al poder" y el presente globalizado al que nuestros "héroes" bautizan como "Cada corazón es una célula revolucionaria", leyenda que pintan en las paredes.

Así, entre citas y conceptos que la convención ya aceptó como "normales", Weingartner desarrolla su relato contraponiendo la experiencia que hacen sus personajes, de cómo la asumen y hasta dónde pueden aceptar cambios. Y allí está el nudo de esta cuestión, que hace al hombre y su condición de humano. Está también la acuciante pregunta de �cómo modificarnos?, qué hacer para que los lenguajes del corazón y del cerebro vayan medianamente parejos. En esa mezcla de convenciones y verdades se debate toda la Europa actual, cuya crisis también confronta su cultura milenaria con un presente que si algo exige es esa coherencia de vida que debería presidir toda acción.

Pero Weingartner se queda con la vida y, una vez más, aparece la sombra de ese filme emblema que fue "Jules et Jim". Aquí se llaman Jule y Jan y ponen el cuerpo como aquéllos. También sobrevuelan Godard y Resnais, que en aquel momento mostraban la ambigüedad de esta vida tratando de fijar un punto de mira. Esa mirada, tan cargada de vida, de pulsiones y tensiones, es la que muestra este filme maestro, que reinstala tantas preguntas mal contestadas por la historia y reabsorbidas por esa maldita ley que nos obliga siempre a querer más. Estos "edukadores" juegan, tal vez sin creerlo demasiado, a que el mundo puede ser mejor. Es una invitación a la lejana utopía, a la que, través de una narración ágil, cargada de humor y calidez, el filme convoca a compartir.

"LOS EDUKADORES" ("Die Fetten Jahre sind vorbei",Alemania, 2004); Dirección:Hans Weingartner; guión: Katharina Held y H. Weingartner; fotografía: Daniela Knapp y Matthías Schellenberg; música: Andreas Wodraschke; montaje: Dirk Oetelshoven y Andreas Wodraschke; vestuario: Silvia Pernegger; intérpretes: Daniel Bruhl, Julia Jentsch, Stipe Erceg, Burghart Klaubner, Peer Martiny, Laura Schmidt y Sylvia HaIder; duración: 126 min. Presentada por Alfa en el América.