¿Niño Dios o Papá Noel?
Por Raúl Nessier (*)

A medida que nos vamos acercando a la Navidad, nos vemos invadidos por nostálgicas imágenes que traemos desde nuestra más tierna niñez.

¿Quién no recuerda cómo latía su corazón a medida que con sus deditos contaba cuántos días faltaban para que llegase el Niño Dios? Era todo un ambiente especial el que preparaba la llegada del nuevo cumpleaños de Jesús.

Después fuimos creciendo, pero la tierna imagen del niñito que nacía en un establo se nos quedó muy metida allá en el alma, junto al inolvidable recuerdo de papá y mamá, de los abuelos, tal vez de tíos o padrinos, que trataban de mantener "en secreto" el origen de los regalitos, que en la Nochebuena nos traería el Niño Dios y que ansiosos descubríamos al amanecer del día de Navidad. Todo un misterio de amor y ternura.

Vemos que este Niño Dios está cada vez más desdibujado en nuestros días y ha perdido terreno, cediendo ante la invasión de la bonachona figura regordeta de Papá Noel, que viene en la noche de Navidad, surcando los cielos santafesinos con un trineo tirado por renos y una enorme y repleta bolsa de juguetes para repartir entre los niños de nuestra zona.

La leyenda del norte (del cual no conocemos a ciencia cierta su origen) y que en su versión más piadosa se asocia a Santa Claus (o San Nicolás de Bari), no colma las necesidades de nuestra cultura religiosa, desentona con nuestra realidad social y económica. Sin embargo, se ha establecido entre nosotros, y estos símbolos navideños que deberían ser sólo adornos periféricos y externos, muchas veces con su "mágico encanto de leyenda" ocultan o eclipsan el verdadero acontecimiento histórico, el gran evento de la historia de la humanidad: Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros (Jn 1,14).

La Profecía del Emmanuel (Dios con nosotros), se hace realidad en el pequeño niño que siendo Dios nace de una "dulce Virgencita" en un remoto pueblo de Judea. Este evento no es de hecho uno más, porque entre todos los hombres de la historia, este nacimiento "parte en dos la historia de los hombres": un antes y un después de Cristo.

La venida del Niño Dios es historia, la historia que debemos vivir con un corazón redimensionado y abierto a la realidad de nuestros días, realidad que no condice por cierto con un Papá Noel, enfundado en un traje atípico para nuestra zona y pintado con los colores de una bandera extranjera.

¿Cómo explicarle al niño que empuja un carrito por nuestras calles juntando desperdicios, o al que se crió arriba de un carro de cirujeo tirado por un caballo viejo y enfermo, lo que es un reno o un trineo?

¿Cómo no ver el contraste entre la figura gorda de Papá Noel y la debilidad de los cuerpitos desnutridos de tantos niños que ocupan las camitas de nuestros hospitales o casas cunas?

¿Cómo aceptar al simpático personaje de rojo y relucientes botas, que entra por la chimenea y deja sus hermosos regalos en calcetines multicolores, si nuestros chicos andan descalzos o con zapatillas rotas?

¿Cómo decirles que "la bolsa repleta de juguetes" no es para todos y que muchos sólo deberán contentarse con algún autito roto o una "media pelota" o una muñeca sin brazos o sin piernas que otro niño tiró y que ellos encontraron en un basural, o en una bolsa de residuos?

¿Cómo armonizar tanta triste realidad nuestra con tanta cultura foránea? ¿Por qué no rescatar al Niño Dios de nuestra niñez?

El que nace desnudo y tiritando de frío en la helada cueva de Belén. El que no encuentra para entrar en este mundo mejor albergue que un pesebre donde pasaban la noche los animales. El que no es recibido ni siquiera por los suyos, "un verdadero marginado". El que sólo tiene por abrigo los brazos de su madre (la santísima Virgen María) y el poncho de su padre (San José). El que es sólo reconocido al principio por los pobres y humildes pastorcitos de las comarcas vecinas.

Él sí puede traer un mensaje aceptable a los niños de nuestra patria.

Seguramente en la próxima Navidad un Papá Noel extranjero traerá alegría a pocos niños argentinos, tal vez a muy pocos.

Sin embargo todos, sí, todos recibirán al Niño Dios, porque Él no trae bolsas de regalos caros e importados, Él sólo trae el "don de la paz, de la alegría verdadera, de la esperanza, de la fe y del amor".

En esa Nochebuena, Dios nacerá nuevamente en el corazón de todos los niños del mundo sin distinciones ni discriminaciones, y "hasta los chicos de la calle", y los "pequeños artistas de semáforos", tendrán un cielo plagado de estrellas que brillarán con mayor intensidad (tal vez recordando la estrella de Belén), y aun hasta en el más pobre ranchito en donde no haya arbolitos de Navidad adornado con borlas, guirnaldas y luces policromáticas, aun allí el verano santafesino colgará montones de luciérnagas que iluminarán de a trechos la Nochebuena de nuestros chicos.

Muchos pequeños abandonados tendrán el amor de madres y familias sustitutas y gozarán del calor de "un hogar prestado". Como la familia de Nazareth en "aquella noche". En fin, para todos ellos, al menos por una noche o por un día habrá llegado el Niño Dios.

(*) Médico pediatra.