P. Rubén Roque Strina
Cuando decidí escribir estas líneas, me di cuenta de que no tenía casi ningún dato biográfico concreto sobre la persona a la que pretendía evocar: no sé cuándo nació, ni dónde, ni cuál fue su proceso vocacional, ni la fecha de su ingreso a la congregación, ni siquiera datos precisos de cómo fueron sus últimos días. No era difícil conseguir semejante información, pero me di cuenta de que no era necesaria; más aún, creo que ese misterio corresponde más a la imagen que tengo de ella. Me refiero a la hermana Benjamina Galeano, religiosa josefina, que acaba de morir en Buenos Aires.
Para Santa Fe y especialmente para los vecinos del barrio Santa Rosa de Lima, no es necesario perder tiempo en presentaciones de su obra. La religiosa hace tiempo ya que se había convertido en una leyenda viva para su gente, y ahora al morir, se completa el mito de su existencia. Hace tiempo que la Hna. Galeano había dejado lugar a la Benja, a secas, y su prestigio flotaba sobre todo el territorio de su influencia: el centro comunitario Corazón de María, en la parroquia Santa Rosa de Lima. La Benja nunca entendió muy bien cuando los medios hablaban de la Zona Oeste, Zona Roja, Zona de alto riesgo, al referirse al lugar donde estaba su centro comunitario. Para ella, ese entorno era de su gente, los chicos que había visto crecer, donde había atendido el comedor y que frecuentemente presentaba serios problemas, incluso con riesgo de sus vidas.
Una simple anécdota pinta cómo vivía estas situaciones la Benja. Una mañana de domingo -teníamos misa a las 9 en la capilla del centro comunitario-, antes del oficio, comenzó una balacera impresionante entre dos grupos de jóvenes menores de edad, con intervención de la policía, el conflicto terminó con un herido y varios detenidos. Yo comenté: "íQué barbaridad! �íCuándo dejarán de matarse entre ellos?! íSon unos inconscientes!". Ella sólo me dijo: "íPero, padre, pobrecitos, son unas criaturas!". Entonces pensé: "Esta monja ingenua no entiende nada".
Reconozco que al tiempo, y con esfuerzo, debí admitir que esa monja ingenua -como la había llamado- me había dado el diagnóstico más ajustado de la realidad marginal, mientras me mostraba el único camino eficaz para solucionar el problema entre los menores en riesgo: "Son chicos que necesitan amor comprensivo". Ella hacía tiempo que había advertido el sufrimiento en esos chicos y que la violencia era el modo de expresar su bronca reprimida, y que lo hacían con lo que tenían a mano, que generalmente era un arma.
La Benja no era ingenua, no apañaba malandras, no admitía el crimen, no justificaba la violencia, no ignoraba el riesgo, simplemente había descubierto la verdad profunda de lo que estaba sucediendo a su alrededor. Descubrió el camino, sólo visible para los que aman con generosidad, que conduce a cambios profundos y reales en el mundo. Y lo vio porque era Madre. En su corazón, no había prontuarios, sino historias de dolor y abandono que ella comprendía y pretendía sanar. La empresa era absolutamente desproporcionada a sus fuerzas, y si se animó a acometerla, fue porque su esperanza estaba puesta en Dios.
Se la podía ver en sus últimos años, protestando contra su propio cuerpo que se negaba a secundar a su espíritu juvenil. Sus ojos cansados y los oídos torpes; sus huesos debilitados y sus articulaciones frágiles parecían pedirle tregua, pero la Benja era implacable. Seguía generando proyectos y entusiasmando gente para socorrer a los pobres, a sus pobres, a los pobres de Cristo.
La Benja ya no está. No es un ejemplo a seguir al pie de la letra. Con su muerte se rompió el molde y cualquier copia parecería una caricatura. Los zapatos de la Benja le quedan grandes a cualquiera. Pero es y seguirá siendo un referente, tanto como mujer, como consagrada; como argentina y como cristiana. Si alguien quiere trabajar en serio entre los pobres, no deje de consultar la vida de la Benja, es uno de los mejores manuales teórico-prácticos, escrito desde el amor y la entrega, que hay por la zona. Para Santa Rosa de Lima, para la congregación de las Hermanas Josefinas y para la iglesia santafesina, fue un regalo de Dios, un paso de su Misericordia que dejó huellas.
Gracias, Dios, por darnos a la Benja. Gracias, Benja, por mostrarnos a Dios.
El dato
Cáritas Santa Fe también la recuerda: "Fiel, perseverante, ninguna adversidad la detenía. El servicio al prójimo era su cometido y lo lograba a pesar de todo y contra todo; su edad, su salud y sus limitaciones. Veinticinco años de vida ofrecida a la comunidad de Santa Rosa de Lima trabajando la dura realidad de la pobreza con profunda esperanza. Cáritas la tiene presente en medio de la lucha diaria, caminando con cada hermano que necesita apoyo, acompañamiento y ayuda".