Simplemente, gracias, por poco que parezca
Eduardo Paradot (*)
Hace años, en este mismo periódico, publiqué una nota sobre una muestra excepcional de la obra cubista de Pablo Picasso que se hizo en Barcelona. Las modestas consideraciones que hice estaban matizadas, por un lado, de disculpas y advertencias porque no quería que se entendiese que en el discurso hablaba un "experto", pero, por otra parte, tampoco aspiraba que se leyese a un ingenuo, sino a alguien que "tenía una idea aproximada y respetable" de lo que estaba viendo.
Hay en esto que digo dos cuestiones a destacar que se repetirán. La primera es que la nota se la dediqué al profesor Ricardo Ahumada. Y la segunda es que la frase entrecomillada se la debo a él. En los años '70, la Facultad de Letras estaba ubicada en dos modestas casas de alquiler, una en calle 9 de Julio y la otra, a la vuelta, en 1� de Mayo. Quienes estudiábamos allí nos pasamos unos cuantos años dando la vuelta a la manzana con lluvias torrenciales, ese sol tan nuestro de verano y esa humedad tan especial de invierno: "era el tiempo en que todos estaban vivos y yo festejaba mi cumpleaños" -diría un poema de Pessoa-.
La mano del escultor y la del músico saben que de un volumen informe o de unas dispersas notas salen una escultura y una melodía; el cineasta sabe que del ojo que mira saldrá una toma y luego un plano y el buen lector sabrá que la relación entre lectura y escritura son un sólo acto porque, como dijera Borges, "cada vez que leemos un texto ese texto se modifica, se enriquece por la mirada ajena y ya jamás volverá a ser el mismo. Es la función de lectura pero también la obligación del lector".
Tres profesores. Sólo tres profesores marcaron en esa época el eje del conocimiento literario a nivel universitario basado no sólo en el libro como objeto de culto, sino en modos de lectura que abarcaban desde lo ideológico-político hasta el arte por el arte mismo.
Ricardo Ahumada, Dina San Emeterio y Hugo Gola. Ellos constituyeron no sólo un modelo particular de docente, sino también el descubrimiento del placer y de la forma de encarar un texto. Ricardo daba tres asignaturas: Literatura alemana -que era su pasión-, Historia Social de la Literatura y el Arte, y Problemática de las Artes Actuales. Un día le pregunté a Ricardo por qué "Problemática ...". Él, siempre en su estilo de riguroso gentleman, ajustándose los negros anteojos con marco de carey, esbozando la mejor y la más nerviosa de las sonrisas y -ícómo no!- secándose el sudor de la frente con el pañuelo inmaculado, me contestó: "Mire usted, si no hubiera problemática estaríamos en la época de las cavernas. El arte es la función de lo que no tiene función, pero será mejor que veamos los cómo y los porqué y poco a poco".
Situaciones como ésta hay un montón para recordar, aunque será mejor puntualizar. Fue Ricardo Ahumada quien introdujo en los estudios universitarios el discurso semiológico de los estructuralistas franceses. Roland Barthes, Greimas, Todorov, Kristeva salieron a la palestra, pero no sin antes dejar claro que la "Morfología del cuento popular" de Propp había tenido mucho que ver en Greimas y que Barthes tenía sus deudas con Saussure, aunque ese hecho no tuviera nada que ver con la pesadez inaudita con que la estudiábamos. De Luckás no hizo grandes menciones, si bien lo utilizó en su momento.
Pero el profesor Ahumada no abrió un abanico y nos dejó anonadados o perdidos. Fuimos poco a poco. En Literatura Alemana, aparte de los textos de lectura obligatoria, aplicamos Luckás (Tesis-Antítesis-Síntesis) al análisis de las lecturas. En Historia Social de la Literatura y el Arte, seguimos los pasos de su autor Arnold Hauser "porque -según el criterio del Prof. Ahumada- Hauser tenía la virtud de que se podía leer con comodidad, aunque más de una de las razones que daba fueran harto rebatibles"; y en Problemática... a los estructuralistas.
El aprendizaje, �fue de lo más fácil a lo más difícil?, �de lo más simple a lo complejo? Todo aprendizaje recorre un camino similar, la cuestión es quién te acompaña, quién te guía. Uno tenía, escuchando dar clases a Ricardo, la impresión de que hablaba dudando, pues introducía una serie de pausas, de silencios que daban la sensación de desmayo, de agotamiento o cansancio. Y no, nada más lejos de eso.
De una memoria prodigiosa y una capacidad de reflexión y pensamiento demasiado veloces, lo que el Prof. Ahumada estaba haciendo -cosas que muy pocos pueden- era hablar, enseñar y reflexionar sobre su propio discurso en el momento de exponerlo. De allí sus pausas y sus silencios.
Afectuoso, tímido, amable, paciente son adjetivos que lo definen, pero si hay algo que lo acerca más a su imagen fue su recurso (macedoniano) para darle a uno siempre la razón, hacerle sentir que había hecho una pregunta vital e inteligente y, luego, introducir, cortésmente, variantes que podían ser opuestas y lejanas a lo que uno había preguntado sin que el interlocutor advirtiera no sólo que se había equivocado, sino que había preguntado un disparate.
Uno aprende mucho de eso. Muchísimo. Con este(os) profesor(es) la bibliografía -esa cosa llamada ensayo y que a veces nos cuesta tanto- y el texto -ese placer solitario y fluido donde se es "uno y el universo"- adquirieron un ritmo acompasado de complementos necesarios, no excluyentes entre lo que se dice del texto y el texto en sí.
La metodología de análisis del discurso creada por el Prof. Ahumada, una excelente combinación de Barthes, Todorov y Greimas, permitió separar el tiempo del discurso del tiempo de la historia, advertir que las funciones nucleares son prietas y definitivas y las expansiones pueden durar una página o medio libro.
Dina era la pasión y el rigor de la Literatura Griega. Hugo Gola se sentaba frente a la clase y reflexionaba en voz alta. Más que profesor parecía un escritor de la oralidad. Era un escritor oral. Y Ricardo Ahumada, el análisis del discurso que teníamos frente al texto. No creo equivocarme demasiado si digo que con ellos -al menos quien escribe y seguro que más gente también- no sólo aprendió a analizar, sino también a leer y a pensar desde un texto cualquiera.
Son muchos los años y las cosas que han pasado de lo que recuerdo en esta nota. Por ejemplo, en marzo de 1976, todos supimos que "Fahrenheit 451" de Truffaut no fue una simple película de ciencia ficción donde en un futuro abominable se quemaban libros, sino también -como en el mismo filme- quienes sobrevivimos al incendio nos tuvimos que transformar secretamente en otros y cada uno de nosotros fue Homero, Barthes, Kafka, Pavese, Rulfo, porque lo leído, lo aprendido, lo deleitado con el placer del texto se quedó oculto y secreto en la memoria.
Y ésa fue una forma de reconocernos años después, cuando pudimos volver de ese país lejano que es el pasado, aunque los profesores y nosotros ya no estuviéramos dando la vuelta a la manzana. Hoy por hoy somos nosotros los que tenemos la edad de ellos -y más- en esos días.
De Dina recuerdo nuestras charlas y paseos por las orillas del Mediterráneo. De Ricardo Ahumada, una tarde cualquiera a mediados de los '90 en que un hombre tembloroso que apenas pude reconocer se acercó a la mesa donde yo estaba tomando un café y como en un susurro me dijo: "Sr. Paradot, �se acuerda de mí? -el tuteo no era su estilo-, soy yo, Ricardo Ahumada". Me volvió en un instante la memoria y de un salto puse de pie al pasado y al presente. Lo invité a sentarse, a un café, a todo me respondió que no podía "porque apenas salía". Entonces, sonrió con esa misma sonrisa nerviosa y lejana y me dijo: "Sólo quiero darle las gracias por la nota, creí que había dejado de ser un recuerdo para mis alumnos. Me ha hecho bien. Gracias, gracias, �eh?". Y junto con el frágil y casi evanescente apretón de manos dijo: "Adiós".
Como dijera Borges, "uno nunca sabe cuándo será la última vez que ve a alguien", pero, de algún modo, me quedó una sensación de para siempre en ese "Adiós" apenas pronunciado. Sé que el profesor Gola vive en alguna parte de México y jamás lo he vuelto a ver; de él sé de sus nostalgias -que comparto- por el lugar de donde somos: Santa Fe.
Mi intención inicial era recordar y homenajear al profesor Ahumada y sin proponérmelo han salido otros nombres. Sucede que las semblanzas unilaterales no son lo mío porque mis recuerdos tampoco lo son. Porque entre el inicio de un recuerdo se han ido colando otros. La memoria es selectiva y caprichosa y está claro que no podía hablar de uno sin hacer otro tanto con los otros. Porque, si bien es cierto que se trata de nombres que para muchos no dirán nada, lo contrario será para quienes sepan de quiénes hablo. Así terminaba aquella nota y así, casi del mismo modo, termina esta.
Nunca supe qué títulos tenía el profesor Ahumada. Tampoco se lo pregunté, ni me importa. �Sería uno capaz de preguntarle a Thomas Mann si había cursado Letras? �Sabían que T. S. Elliot trabajaba en un banco? �Y que hay quien asegura que Kafka fue, en efecto, viajante de comercio? Creo que Ricardo también trabajaba en la Municipalidad. �No es increíble? �Qué habrá hecho allí? �Tendrán algo que ver estas coincidencias?
Truffaut hizo decir a uno de sus personajes: "La vida son un montón de pedazos que jamás se juntan". Y tiene razón. Pero, por suerte, algunos de esos pedazos de vida -tres para ser exacto- permitieron a muchos de nosotros construir un pequeño espejo que hasta el día de hoy no sólo sirve para vernos, sino para recordar que esa imagen, por pequeña que sea, sigue teniendo la validez del ayer, del hoy y del siempre contenidos en lo dicho: Ricardo, Dina, Hugo, simplemente gracias por haberlos conocido.
(*)Desde Barcelona
Con Barthes ya fallecido y ahora con la llegada de Ricardo es de esperar que Dios no sólo aprenda algo de estructuralismo, sino -tal vez- a discutir algunas decisiones a favor de los que aún andamos por aquí. Y no se fíe Ud., Señor, de cuando el profesor Ahumada se seque el sudor; es un gesto que en él no se sabe si lo hace para contener las gotitas de la frente o para frenar las ideas.