Anoche tuve una pesadilla espantosa: soñé que no podía más comer chocolates, que la sola mención de la palabra mágica me generaba una reacción en la piel fulminante y que no había más remedio que evitar la ingesta. No se le hace eso a la gente. Ni en sueños. Desperté gritando a las tres de la mañana, cosa que fue muy apreciada y agradecida en mi casa y en la de los vecinos.
Por estos días -basta con mirar alrededor o a uno mismo- muchísima gente padece alguna forma de alergia. Tengo la suerte de no tener alguna alergia marcada a algo (algunos malpensados sostienen que debería bañarme más, por ejemplo, pero yo les digo que su abuela también) pero sé de muchísima gente que no puede con su alma por estos días. Una alergia es algo terrible: no estás para la cama, podés y hasta debés ir al trabajo, técnicamente es hasta menos que un resfrío, pero vos tenés un malestar y una sensación de impotencia ingobernables.
La primera alergia -no me pidan cosas científicas, mis chiquitos, acá tocamos y nos vamos- considerada como tal está asociada a los primeros fríos. Hay gente que no se resfría: tiene alergia, una etapa de continuo estornudo, o peor, de sensación incompleta de estornudo. Es lo primero que llama la atención de estas porquerías de alergias: se quedan, de verdad, a media agua, no son ni chicha ni limonada, no estás tan mal para estar mal ni tan bien para estar bien, no podés pedir días en el laburo.
La alergia, si bien los médicos la suponen extremadamente específica -tanto que hay alergias de lo más variadas y hasta caprichosas-, es en realidad un híbrido, una indecisa: te vas a enfermar o te vas a quedar así, carajo. �Entrás o salís? Entre tanta enfermedad y salud rotundas, entre tanto blanco y negro, la alergia es una especie de grisecito aguachento.
Además de los mojadores de pañuelos, tenés los brotados, los que se erizan, los que se ponen rojos de pronto, sólo por usar lana, abrigarse el cuello.
Están las alergias sociales: gente que se pone mal en reuniones, por el olor a encerrado, a pucho o a perfume; gente que huye al agua de lluvia y a toda otra agua. Tenés los alérgicos al trabajo: en nuestro país y en nuestra ciudad hay muchos. Santa Fe misma, como ciudad, tiene cierta fácil alergia laboral.
Y tenés las alergias sofisticadas, por ejemplo, a la remolacha o a la arveja, a una marca determinada de apresto para el planchado, a cierta pintura de labios, a olores muy particulares, a los aerosoles y a los soles.
Tenemos el extraño caso de José, que se brota cuando corta el césped. El señor, que tiene un patio generoso, no puede cortar los pastos ni ver siquiera que su pobre esposa lo haga, porque se brota. Esas son alergias avivadas, oportunistas.
Tenés los alérgicos encubiertos: hay gente que tiene que ser refregada sistemáticamente con los más variados productos y elementos para descubrir a qué corno es alérgica.
Tenés el alérgico sicológico: no tiene ninguna predisposición física, pero en determinados contextos, bajo presión o no, le entra alergia a algo o alguien. No sabemos si necesita un dermatólogo, un alergista o un psicólogo.
Después están las tácticas para evitar o superar la alergia, desde la administración de dosis homeopáticas del producto cuestionado para lograr la inmunización progresiva, hasta la ingesta masiva y súbita: o reventás o superás el trauma.
A veces, una reacción alérgica es capaz de descubrir cosas: el inefable Fructuoso Gómez, comisario de Capibara Cué -personaje de Velmiro Ayala Gauna-, descubrió al violador de una chica, porque tuvo la idea de refregar la piel de la ofendida con ortiga. La niña brotó entera y el comisario pidió la aparición urgente de cualquiera que hubiera tenido contacto con esa persona, pues debía ser atendido rápidamente. Y así apareció el ladino.
El otro momento clave de las alergias es la primavera: hay mucha gente alérgica, al polen, al polvo (cada cual padece lo que quiere), a los ácaros, a los insectos, a los picnics (eso está bien: embarazan) y a tantas cosas que andan a las vueltas. Lo único que puedo dejarles a los alérgicos empedernidos es mi solidaridad, mi hombro solidario, hasta mi pañuelo, mi deseo de que se les pase pronto y de que apunten para otro lado. Y salud.
Néstor Fenoglio[email protected]