Mabel González (*)
La localidad serrana de Unquillo, distante a 24 km de la ciudad capital, ha sido cuna y albergue de dos grandes artistas que trascienden la plástica nacional, como el maestro Lino Enea Spilimbergo y su discípulo y amigo Carlos Alonso.
La vivienda que, por muchos años y hasta su muerte, fuera residencia y espacio de trabajo del pintor primeramente citado, es desde 1970 Museo Municipal. Antiguo hospedaje y despensa, conserva su nombre descubierto en una restauración, "Descanso del pasajero" en el frente y tras una suave capa de pintura. Un amplio jardín precede y rodea la construcción que guarda el dibujo de un rostro femenino, en uno de sus muros -otrora parte exterior- además de unos pocos muebles que debieran ser rescatados del paso del tiempo. Muchas fotografías, pinturas que fundamentalmente remiten al paisaje de la zona, con elevados puntos de vista que recuerdan el enfoque de sus "Terrazas" y algunas esculturas del maestro, "Maternidades", que muestran una faceta poco conocida de su producción.
Su director -licenciado Eduardo Quintana- desearía contar con la ayuda de autoridades, amigos del arte y admiradores de Spilimbergo, para devolver a esa casa de descanso y creación artística, el aspecto original de los tiempos del pintor. Sólo se conservan como parte de sus pertenencias, cuatro sillas Thonet, las que acompañaban a una cama del mismo estilo de mobiliario según muestra una toma fotográfica del lugar y que sería valioso recuperar.
El encuentro con este sitio de importancia en la vida del artista da pie a un breve acercamiento a la obra pictórica del maestro. Ésta puede enmarcarse como figurativa, que se entiende como "forma exterior de un cuerpo por la cual se lo distingue de otro" es decir, que el contenido de una obra tiene un primer nivel de visibilidad leíble; su valor expresivo queda confiado a lo reconocible. Su iconografía es básicamente decodificada y recodificada atendiendo a la asimilación de sus formas y comparación con elementos existentes y comprensibles, dentro de la realidad cotidiana. Conforme a lo antedicho, la obra de Spilimbergo se encuentra dentro de lo real; pero lo trasciende al rearmar los elementos en espacios irreales, sobre todo en sus particulares "Terrazas".
En sus pinturas, especialmente en sus paisajes, parece darse una lucha interior. Bellas formas que se desarrollan en un espacio apenas pisado por el hombre, resueltos con abundancia de colores en los que sin embargo, se percibe una soledad que parece inmovilizada en un instante particular. Puede establecerse una diferencia entre los realizados en Europa y los concretados en el país, los que tienen una luminosidad atmosférica distinta, mayor. Un realismo naturalista que no es mímesis y descubre una capacidad simbolizante que a través del color, pone velos ante su oscuro mundo de soledades y angustias.
Spilimbergo pertenece a una familia italiana, con roles bien asumidos, con un funcionamiento típico de clan -respaldándose en las diferentes empresas que cada uno decidiera encarar- y con una condición social familiar capaz de solventar un estudio para sus hijos. Así, Spilimbergo adquiere en Europa una primera formación académica. Pero en su regreso al país, esta otra realidad, lo encuentra casado, con un pequeño empleo administrativo en la provincia de San Juan. Sus esfuerzos por vincularse con la Capital -cuya distancia siempre es muy grande y los aires de provincia siempre más pobres, lo impulsan a partir, a escapar del medio que lo rodea.
El tropiezo con una realidad nacional opuesta a la parisina, provocan el replanteo de su temática de paisajes bucólicos y lo comprometen con el drama social y la denuncia, muy reveladores tanto en la serie de grabados "Breve historia de la vida de Emma", como en los que manda al mexicano Diego Ribera "Muerte en la trinchera", entre otros. El contacto con otro de los grandes mexicanos, David Alfaro Siqueiros, aporta a sus figuras una geometría volumétrica, observable en sus numerosas "Figuras" y "Retratos". Son el arsenal de su refugio, desde el que proyecta lo portentoso de su arte, la lucha entre lo intelectual y lo visceral, la que sostendrá hasta su muerte. Camino en el que el abismo de la bebida lo devora y paraliza sus manos.
Se ha dicho que su dibujo predomina sobre el color, que hay en ellos una acentuación romántica, que sus figuras son pétreas, que es un constructor de formas, que su color es planimétrico y que es un realista crítico. Pero lo que sí es innegable es que estuvo atento al tiempo y a la sociedad en la que le tocó vivir. Nada le fue ajeno, estudio, trabajo, docencia, amistad, amor, soledad. Recorrió la geografía del país y multiplicó sus búsquedas. Como creador, puso en sus telas su razón y su corazón. Allá donde no le fue posible resistir heroico como muchas de sus figuras, refinadas unas, populares otras, colocó sus valores más oscuros para simbolizar la negrura que nos envuelve, pero sus más cálidos y luminosos colores como portadores de esperanza. Fue un constructor de bellezas trágicas.