Baal-Moloch y el filicidio

Luis Guillermo Blanco

Los fenicios sacrificaban niños al dios Baal, ceremonia sangrienta que pasó a su colonia de Cartago (donde también se lo llamó Moloch, estando representado por un coloso de bronce). Cuando la ciudad se veía amenazada de un grave peligro, se creía que el dios estaba irritado y que era necesario un gran sacrificio para calmar su cólera. Entonces los padres llevaban a sus primogénitos al pie de la estatua. El sacerdote recibía al niño, le cortaba su garganta con un cuchillo y lo colocaba, todavía vivo, sobre la palma del ídolo (que era hueco), desde donde resbalaba hacia el metálico vientre abierto: un horno de fuego. Mientras los ayudantes de los sacerdotes ejecutaban un ruido ensordecedor con sus tambores y flautas para evitar que el posible llanto de alguna madre perturbase esta cruel ofrenda y para ahogar los gritos de los niños ultimados. Practicado por los hebreos, este rito -llamado Tophet- fue prohibido por la ley mosaica bajo pena de muerte (Levítico 18:21, 20:2-5; Deuteronomio 12:31, 18:10), pero se lo continuó celebrando (2 Reyes 16:3, 17:16-17, 21:6, 23:10; 2 Crónicas 28:3, 33:6; Jeremías 7:31, 19:5, 32:35; Ezequiel 16:20-21, 26). Puede decirse que era la barbarie sacroinfanticida de esa época.

En cambio, como se sabe -la información pública y especializada es abundante-, actualmente nos encontramos con recién nacidos y lactantes que son muertos por sus padres por exceso o reiteración de golpes o por ser sacudidos contra una pared, por asfixia (amordazados, ya que "lloraban mucho") y con niños que llegan para ser atendidos en la guardia del Hospital, presentando hematomas, contusiones o fracturas, marcas de quemaduras (de cigarrillo, de una cuchara que había sido previamente calentada en agua hirviendo, etc.), de pellizcos o mordeduras (de la medida de un adulto), cuyo origen obviamente no se debe a algún "accidente doméstico" ni puede ser explicado razonablemente por sus padres y/o adultos a cargo. Y también con niños que son azotados (cinturón, látigo, rebenque), encerrados y/o atados -vg., a la pata de una cama o al lavatorio del baño- y aun privados de alimento y/o bebida durante su confinamiento. Puede decirse que es la secular barbarie filicida actual, que en ocasiones linda con la tortura. Fenómeno que se denomina maltrato físico infantil intrafamiliar (El Litoral 30/11/05) y que sólo fue contemporáneamente identificado, definido y explorado científicamente en sus manifestaciones más complejas, habilitándose las instancias judiciales tutelares y represivas.

Entre el Tophet y dicho maltrato, la diferencia es de siglos, no de resultados. Pues ni Baal-Moloch detenía las catástrofes, ni los castigos atroces "disciplinan" al niño, que resulta muerto o gravemente lesionado. Estos últimos hechos -explica Eva Giberti- adquieren el valor de lo inesperado porque se parte de una creencia popularizada: "los padres aman a sus hijos", y este amor sería una garantía de cuidado y protección de los niños. Pero padre y madre "son personas que en oportunidades no han construido una capacidad de amor suficiente como para cuidar a su prole, ya que los seres humanos no contamos con un instinto que garantice el cuidado hacia ella. Más aún, tanto la muerte de los hijos cuanto los maltratos a los que suelen ser sometidos evidencian que los llantos, las quejas o los reclamos de los chicos les resultan intolerables a muchos padres; algunos golpean a sus niños hasta matarlos. La comunidad horrorizada suele afirmar que quienes así proceden solo pueden ser personas enfermas o delincuentes. Salvada alguna excepción, no es así: las investigaciones en nuestro país aportan resultados explícitos: los malos tratos contra niños y niñas en sus hogares, algunos crueles, son frecuentes y también habituales", siendo una constante en innumerables familias.

Cuando algunos padres cuentan el por qué de sus procedimientos violentos, suelen decir: "A mí me criaron así y no salí mal" (pero sí "salió mal", pues reitera con sus hijos atrocidades similares a las que lo sometieron). Sino: "Tiene que obedecerme". La disciplina se asocia con el despotismo paterno, con la sumisión infantil y con el castigo brutal. Maltratan porque se sienten con derecho a hacerlo: ellos, en tanto adultos, se constituyen en referentes y argumento para golpear, aun porque el chico "lo puso nervioso". A sabiendas que esa práctica no mejorará a los niños y que el daño previsible que se les causa puede evitarse, siendo que la conducta violenta es de exclusiva responsabilidad de quien la ejerce: no existe "provocación" por parte del niño (un pseudoargumento que se emplea para intentar justificar el abuso y eludir responsabilidades, tendiendo a culpabilizar a la víctima) que justifique un puñetazo en la cabeza o una patada. Pero alivia en tanto y cuanto genera la satisfacción que el ejercicio del poder suscita. O sea que, mediante el abuso de poder contra quienes no pueden defenderse y son vulnerables de toda vulnerabilidad, se castiga a los niños por el bienestar del adulto. Y si a ello se le suma la perversidad (placer por dañar, aquí encontrado al golpear), parece claro que hoy Baal-Moloch continúa teniendo adeptos.