En una tarde gris y lluviosa porteña, una noticia recorrió todo el país: "Lo mataron a Ringo, lo mataron de un balazo en el corazón en Reno, Nevada".
El disparo del rifle Winchester calibre 30-30 accionado por Willard Ross Brymer, matón a sueldo de un gánster llamado Joe Conforte, el dueño del prostíbulo Mustang Ranch de la ciudad de Reno, en el Estado de Nevada, Estados Unidos, apagó un corazón que a partir de allí se alojaría para siempre en la memoria de todo un pueblo.
"Ringo" vivía en una casa rodante cercana al Mustang Ranch, un burdel situado en las afueras de Reno, propiedad del matrimonio Joe y Sally Conforte. La mujer era manager de la ya declinante campaña boxística de Bonavena.
Las relaciones entre el boxeador argentino y la señora Sally no eran del agrado del mafioso Joe, quien junto al sheriff del lugar, Robert De Carlo, le había "sugerido" a "Ringo" que se alejara del Mustang para evitar mayores complicaciones a la ya deteriorada relación de los esposos Conforte.
Bonavena era un ídolo con todas la letras, grande de cuerpo, de voz finita, aprendiz de cantor, bueno con los amigos y de noble de corazón. Cuando su estrella se iba apagando se fue a los Estados Unidos, camino a su ocaso boxístico.
Entre sus 67 peleas -con 57 triunfos, nueve reveses y un empate-, quedará en el recuerdo la noche del 7 de diciembre de 1970, en el Madison Square Garden de Nueva York, donde cayó en el 14to. round ante el gran Muhammad Alí, pero llegó a tenerlo a su merced en el décimo round a quien hasta se dio el gusto de llamarlo "gallina" antes del combate.
Las 150 mil personas que despidieron a "Ringo" una semana más tarde de su muerte, poblando las inmediaciones de un Luna Park que jamás se vio tan triste, ratificaron el cariño hacia el hombre que irritó al mismísimo Muhammad Alí y que inmortalizó las ravioladas televisadas del domingo junto con su madre, doña Dominga.
El 4 de setiembre de 1965, "Ringo" Bonavena le arrebataba la corona argentina de los pesados al sanjuanino Gregorio "Goyo" Peralta, en una noche inolvidable para la historia del boxeo argentino, en la cual 25.236 espectadores marcaron un récord inigualable de concurrencia hasta el momento para el legendario Luna Park.
Bonavena venía masticando bronca contra el ya consagrado Peralta, quien cuando tenía que pelear por el título mundial ante Willie Pastrano, un año antes en Nueva York. el sanjuanino le había rechazado a "Ringo" una propuesta para trabajar como sparring para la preparación previa de ese combate.
Peralta, en esa oportunidad -dicen algunos-, habría manifestado: "Ése quiere hacerse famoso a costilla mía, que vaya a laburar".
Por eso, de allí en más, Bonavena juró vengarse en el ring el supuesto desplante del sanjuanino, y lo hizo con un triunfo legítimo por puntos sin dejar dudas.
"Si no gano, me tengo que exililar", había dicho Bonavena al llegar al estadio y contemplar una verdadera multitud que en su mayoría aclamaba a Peralta, quien era el favorito natural para quedarse con el combate.
El inefable "Ringo" no se achicó ante esa responsabilidad y, ya en los camarines, irrumpió en el vestuario de Peralta, dándole un empujón a la puerta y gritarle al sorprendido "Goyo": "íBuuuh! Ahora vas a pelear contra el cuco, te voy a arrancar la cabeza!".
Ahora "Ringo"" y su duende habitan en el Parque de los Patricios. Un rústico monumento de granito que fue inaugurado hace tres años por sus familiares y amigos frente a la sede de su Huracán querido, recuerda al "Titi" de doña Dominga.
Cuando el recordado relator de boxeo Osvaldo Caffarelli relataba por Radio Rivadavia, desde Sudáfrica, cómo otro grande del ring, Víctor Galíndez, combatía a todo coraje contra Ritchie Kates, defendiendo el título mundial medio pesado, de pronto se hizo un silencio en medio de la transmisión radial: "Tenemos que informar que Ringo Bonavena murió hoy en Nevada, estamos todos consternados, esperamos que haya más presiciones al respecto", dijo Caffarelli, con la voz entrecortada por la emoción.
Eran las 6.20 de la mañana en esa parte de Estados Unidos, cuando un disparo traicionero de un matón acertó al pecho de Oscar "Ringo" Bonavena, provocándole la muerte instantánea a los 33 años, "la edad de Cristo" según el decir de su madre, la inolvidable doña Dominga.
En la quizás más gloriosa pelea que un boxeador argentino animó por título del mundo a lo largo de la historia, el desaparecido Víctor Emilio Galíndez derrotaba hace 30 años al norteamericano Richie Kates y conservaba su corona de la división mediopesado.
Ocurrió el 22 de mayo de 1976 en la ciudad de Johannesburgo, Sudáfrica, cuando el natural de la localidad bonaerense de Vedia supo sobreponerse a un cúmulo de adversidades y le ganó por nocaut en el decimoquinto y último asalto a un adversario que lo había tenido a maltraer y que casi se queda con su cinturón ecuménico.
Pero más allá de la estrategia utilizada por el norteamericano para dominar las acciones, el brutal choque de cabezas en el tercer round se erigió en el principal adversario de un Galíndez que esa noche puso en evidencia que le sobraban argumentos anímicos para empezar a convertirse en ídolo de los aficionados argentinos al boxeo.
Es que la mayoría de los que presenciaron el pleito (no sólo los que estuvieron allí sino los que siguieron por Canal 13 el relato del puntilloso Roberto Maidana) no podrán olvidar la tremenda herida que lastimó la ceja derecha del argentino y amenazó con terminar la lucha.
El ya legendario árbitro sudafricano Stanley Christodoulou manchó de sangre su camisa blanca (hoy esa prenda descansa en el denominado Salón de la Fama) y hasta estuvo tentado de suspender el combate, tras el encontronazo. Y en tal sentido, a esa altura de la pelea, las tarjetas favorecían al moreno Kates.
Entonces, otro personaje vital en la historia del pugilismo argentino, el empresario y promotor Juan Carlos "Tito" Lectoure, hizo tallar toda su experiencia para diseñar un plan que le permitiría a Galíndez salir airoso del compromiso.
El ya fallecido Lectoure convenció al médico de la pelea de que el bonaerense estaba para seguir, de que veía con su ojo derecho (completamente cerrado por el hematoma) y de que el campeón del mundo, por su condición, "merece una chance más" que el resto.
Con esos atributos, Galíndez entendió que ésa era "su pelea". No se amedrentó jamás, continuó buscando a un rival huidizo que a medida que pasaron los rounds se fue desgastando y llegó al final con una ligera ventaja en las tarjetas.
Pero para hacer más épica la jornada, el "Negro" (que falleció en 1980 junto a Antonio Lizeviche como consecuencia de un accidente mientras participaba de una competencia de Turismo Carretera en 25 de Mayo) tenía que ganar en forma contundente.
Y así lo hizo. Porque un notable gancho al hígado puso en la lona al norteamericano Kates. Y entonces surgió espontáneo ese festejo de Galíndez, con la mano derecha hacia abajo y el tradicional gesto de fiereza que a algunos, es justo reconocerlo, les generaba antipatía.
Pero a partir de ese combate "bisagra" hubo unanimidad en el aficionado argentino: todos comenzaron a reconocer la "pasta" del campeón mundial semipesado, quien fue recibido como rey a su regreso a Buenos Aires, a punto tal que una autobomba lo paseó por el centro de la ciudad.
Aun cuando tuvo la sensación de que produjo su mejor combate, en el camarín ganador no hubo felicidad. Es que Galíndez lloró durante toda la noche, al enterarse de la muerte de su amigo y colega, Oscar "Ringo" Bonavena.