Cuando el terremoto de Tangshan, el más mortífero del siglo XX, causó la muerte de 240.000 personas en 1976, China decidió ocultar la noticia al mundo; 30 años después, Pekín sigue recelosa hacia el exterior, y decidió prohibir a la prensa extranjera que asista al homenaje oficial.
La actual ciudad de Tangshan (Hebei, norte de China, a 150 kilómetros de Pekín), reconstruida de sus escombros, no se parece en nada a la que quedó destruida en la madrugada del 28 de julio de hace 30 años, pero se mantienen el secretismo y la censura.
Hace tres décadas, el gobierno chino ocultó el terremoto a sus propios ciudadanos, según los historiadores, para que no se interpretara como un "castigo divino" a Mao Zedong y su desastrosa Revolución Cultural (1966-76).
La cifra de muertos no se conoció hasta 1979, tres años después, y China, aislada y cerrada en 1976 como la actual Corea del Norte, rechazó las ofertas de ayuda internacional, lo que según muchos podría haber salvado miles de vidas.
La misma falta de información que hubo en Tangshan se repitió en los años '90, cuando el sida se extendía por China por medio de la compraventa de sangre ilegal, o en 2003, cuando se ocultó la expansión del Síndrome Respiratorio Agudo y Grave (SRAG), contribuyendo a su extensión por Asia Oriental.
Hoy, líderes comunistas se reunieron en el Hotel Tangshan para celebrar un homenaje a las víctimas del terremoto, un acto al que decenas de medios de comunicación extranjeros habían solicitado asistir, pero se les ha denegado la entrada y se les ocultó la hora de celebración.
El terremoto de Tangshan, de 8,2 grados y el tercero peor de la historia en número de víctimas, causó la muerte de la quinta parte de la población de la ciudad, 164.000 heridos y unos 1.200 millones de dólares (1.000 millones de euros) en pérdidas económicas.
Sólo superado por el terremoto de Shaanxi (China) de 1556, con 830.000 muertos, y por el tsunami del Océano Indico en 2004, con 288.000, el seísmo de Tangshan causó una enorme mortandad porque se produjo a las 3.42 de la mañana, cuando casi todo el mundo dormía.
A eso se añadió el hecho de que no hubo temblores antes del gran terremoto, lo que impidió que algunos los notaran y pudieran huir de sus casas.
Algunos sismólogos avisaron semanas antes de una intensa actividad geológica, pero las autoridades hicieron caso omiso, excepto las de un pueblo de las afueras de Tangshan, Qinglong, donde gracias a las medidas de prevención tomadas no falleció nadie.
La prensa oficial recuerda estos días el terremoto con noticias positivas, en las que resalta la reconstrucción de Tangshan de sus cenizas: la propaganda la llama "ciudad valiente" o "ciudad fénix", y resalta que hoy es una de las 50 más ricas del país.
Wang Tingting, una joven de 20 años en Tangshan que no sabe del terremoto más que por historias que le contaron, asegura con frialdad en una entrevista publicada por la prensa china: "Sin el terremoto, el desarrollo de la ciudad no habría sido tan rápido".
"Si las viejas casas no hubieran caído, los nuevos edificios no se habrían erigido. Fue malo en términos de pérdidas humanas, pero bueno para el desarrollo económico", asegura con descarado pragmatismo.
Mientras los medios propagandísticos dibujan historias de felices supervivientes y la moderna Tangshan, otros diarios más independientes, como "South China Morning Post", muestran escalofriantes testimonios de la época.
Uno de ellas es el de la tendera Zhang Zhiqin, que tenía 23 años cuando el terremoto le sorprendió, como a casi todos, durmiendo, y pasó horas o días -perdió la noción del tiempo- entre los escombros.
Zhang contó a los periodistas que, respirando polvo y tierra, se planteó la posibilidad de beber su propia orina para quitarse ese horrible sabor, y finalmente decidió reptar por los escombros, centímetro a centímetro, hasta que pudo encontrar un agujero por el que gritar y ser rescatada por los soldados.
Estos días, sin embargo, el hombre más popular es Li Yulin, uno de los cuatro vecinos de Tangshan que en julio de 1976 viajó con una ambulancia desde su ciudad a Pekín para avisar de lo sucedido, pues las comunicaciones estaban cortadas.
Li, que perdió 22 familiares en el terremoto, condujo por carreteras comarcales y puentes de madera, pues los de cemento y acero habían quedado destruidos por el seísmo, y se estima que su proeza salvó miles de vidas.
Los supervivientes de su familia, sin embargo, le reprocharon que "abandonara" a sus parientes fallecidos para ir a la capital, y no le hablaron en tres años: hoy en día, cobra una pensión estatal de apenas 90 euros, y en los últimos meses ha concedido 77 entrevistas.
Antonio Broto. (EFE)