| |
El matrimonio es complicado desde el vamos: pretende establecer un contrato -y de hecho lo es: una de las partes ya es dueña del cincuenta por ciento aunque no haya puesto un sope- racional sobre la más inestable y hermosa irracionalidad, el amor o incluso su antecesora, la simple y advenediza calentura. Pero el matrimonio (puede más que una yunta de bueyes, �no?) mueve montañas y las niñas, cuando entran en "edad de merecer" (las frases hechas de entonces son espantosas, lo sé), se ilusionan con el matrimonio y por ese territorio de promesas que incluye príncipes más o menos azules.
Felizmente, las chicas hoy son un poco más prosaicas pero realistas y de última manotean al Felipe, de acá a la vuelta, que no tiene sangre azul alguna, es chueco, tiene busardita a consolidar, pero es real, tangible, abrazable, está a mano...
Antes, cuando las mujeres de la casa empezaban a postularse públicamente para el matrimonio, elaboraban al mismo tiempo el ajuar, que no era una tarea sencilla: se cosía a mano, se compraban géneros, se trabajaba en forma pía y constante, temerosas de dios y de las lenguas viperinas que nunca faltan y así se iban completando todos los elementos que el futuro hogar debía tener y que, como siempre, no iba ni va aportar el pelafustán de marido elegido.
Hay otro error desde el vamos con el ajuar. Es una palabra que los árabes dejaron instalada en España: proviene de assiwar o assuwar (la máquina no contiene las grafías árabes correctas, espero sepan disculpar) y éstas directamente del árabe sawar o siwar. Si son árabes, ustedes harán todos los ajuares que quieran, pero nosotros estamos habilitados entonces para tener más de una mujer. O sea que con los ajuares, traemos la semilla de la disolución incorporada.
Pero supongamos que somos occidentales, cristianos, monogámicos y fieles como los caballitos de mar (una reverenda estupidez cuando toda la naturaleza completa la pasa bárbaro cambiando pareja a cada rato), y entonces el ajuar tiene el delicado sentido que le damos, el del conjunto de muebles, enseres y ropas de uso común en una casa. Y que de verdad, con amor y ilusión, las niñas se dedican a armarlo pacientemente como entonces. Muchas no completaban el circuito, y quedaban "para vestir santos", un ajuar más espiritual, si se quiere.
Ahora, las casas de regalerías y artículos para el hogar reemplazaron la dedicación de las niñas. Ya nadie se llama Penélope (y me parece bárbaro: mirá que van a tejer y coser para esperarte a vos, bagre) y las listas de casamiento te arman el ajuar enseguida. Además, lo que antes era propiedad exclusiva de las mujeres, es ahora una tarea de conjunto, pues los vagos, felizmente, eligen toallas, sábanas u ollas como la más exigente mujer.
Así es que hubo un desplazamiento témporo-espacial importante en el ajuar. Témporo, porque no conozco a ninguna piba de hoy que arranque después de los quince y por las dudas a coser y bordar (es más: saben que aguja es un corte de carne económico y nada más) y espacial porque ya no el ajuar no se hace en una casta pieza del hogar paterno, sino en los negocios del centro.
También hay un desplazamiento subjetivo y genérico: ya no es sólo la mujer, sino también el hombre; y desplazamiento de número: ya no es la piba sola, sino un conjunto heterogéneo de personas que arma el ajuar, desde los interesados directos, las familias de ambos, los amigos que hacen una vaquita hasta el encargado de ventas del negocio que maneja la lista de casamiento, pues gana cuanto más vende. Y hasta hay una postergación real de la concreción del ajuar. Muchos pibes se conocen y fabrican primero al bebé y después salen de apuro a completar los dos ajuares, el propio y el de la criatura.
Yo, modestamente, creo que ajuar no viene nada del árabe, sino de nuestros gringos: cuando te sorprendían detrás del pajar con la Rosa, pasabas de pajar a pa'ajuar, sobre todo porque el padre y los hermanos de la Rosa (hectáreas de carne, todos juntos, y carne enojada, encima) te rodeaban con las horquillas y la escopeta cargada. Y podía suceder que se tratara de un "pajuerano", listo entonces pal ajuar. Te lo digo en árabe, en inglés y en criollo: sonaste, hermano.
Texto: Néstor Fenoglio[email protected]: Luis [email protected]