%sPor Luis de Tejeda
(Córdoba, 1604-1680)
I
Jesús - Madre, esta pura sangre que me diste
cuando me concebiste y me criaste,
que hoy por el hombre se derrame y gaste
es justo, pues para eso me pariste.
María - Hijo, aún paso yo tu pasión triste
dentro del alma mía que criaste;
¿por qué también de ese sangriento engaste
a mi cuerpo partícipe no hiciste?
Jesús - Porque si cuando yo tanto me humillo
al dolor, a la afrenta y al tormento
tu cuerpo en mi pasión me acompañara,
no hiriera tu alma tan cruel cuchillo
que es el mayor dolor que ahora siento,
y ese dolor a mi pasión faltara.
II
Del corazón de ésta tu indigna esclava
la sangre fue la carne a que te uniste,
y un valor infinito así le diste
que fue el remedio de la culpa brava.
Y ésta que ahora el cruel azote acaba
de derramar en sacrificio triste,
primero en estos pechos la pusiste
que en apoyos blanquísimos te daba.
Y así, Hijo mío, en este sacrosanto
sacrificio también la parte ofrezco
que me hizo tan dichosa entre mujeres;
en él ofreces tú lo mismo que eres
y yo lo que me diste y no merezco,
de amor deshecha y convertida en llanto.
III
Nace en provincia verde y espinosa
tierno cogollo; apenas engendrado
entre las Rosas (soles ya del Prado)
crepúsculo de olor; rayo de rosa.
De los llantos del alba apenas goza
cuando es del dueño singular cuidado
temiendo se lo tronche rudo arado
o se lo aje mano artificiosa.
Más ya que del cairel desaprisiona
la virgen hoja, previniendo engaños
la corta y pone en su guirnalda o zona.
Así esta virgen tierna en verdes años
cortó su Autor y puso en su corona
íOh, bien anticipados desengaños!
Por Juan Cruz Varela
(Buenos Aires, 1794 - Montevideo, Uruguay, 1839)I
Dile un beso a mi adorada:
Y me miró con sonrojos,
Dile dos; cerró los ojos
íY se cayó desmayada!
Corrí exclamando: íJesús!
Cuando la misma, enojada,
Me gritó: Calla Juan Cruz,
¿No vez la puerta cerrada?
¿O no entiendes avestruz
Lo que es estar desmayada?
II
Con setenta años Vicente
Ayer lo tentó el demonio,
Y contrajo matrimonio
Con una joven de veinte:
Y ya hoy, en el espejo
Mira atenta su cabeza,
Pues siente algo que le pesa...
íPobre viejo! ípobre viejo!
III
íEres un cohete, mujer!
Le dijo a Pepa fray Diego
¿Sí? Dijo ésta... Señor lego,
Si soy cohete, ¿cómo ayer
A pesar de vuestro fuego
No me pudiste encender?
* * *
No acertando un buen casado
Con algún nombre bonito,
Que poner a un angelito
Que su mujer le había dado;
Ella le dijo: "querido,
Lo del nombre es poca cosa,
La empresa dificultosa
Es dar con el apellido".
* * *
Un soldado bravo y fiel,
Cayendo de la metralla,
Exclamó: "mi coronel,
Digan en algún papel
Que yo he muerto en la batalla"
"¿Quién ha de hablar de un soldado?
(Respondió el jefe altanero).
Yo sí seré celebrado,
Que una bala me ha pasado
Por las plumas del sombrero".
* * *
Todo, todo es corrupción,
(Dijo airado un litigante):
El escribano es ladrón,
Mi abogado es un bribón,
Vendido a mi contrincante:
El juez enseña al testigo
Lo que ha de hablar: un cadalso
No basta para castigo.
íY yo no encuentro un amigo
Que quiera jurar en falso!
* * *
Blas en un corro decía:
"No hay mujer tan apegada,
Tan fiel, tan enamorada,
Tan tierna como la mía".
Un su amigo que le oyó,
Me dijo: "más la alabara,
Si entre él y la tal pasara
Lo que pasa entre ella y yo".
* * *
Hablando de una batalla,
En que cierto militar,
Furibundo en el hablar,
Se escondió como canalla,
Un chusco le preguntó:
"¿Y en tan sangriento embolismo
Usted a cuántos mató?"
El guapetón respondió:
"Yo no me alabo a mí mismo".
%sPor José Mármol
(Buenos Aires, 1817-1871)
Sonó en la vecina iglesia
La campana del reloj,
Diciendo: "Pasó una hora
Y a la eternidad cayó".
Eco lúgubre del tiempo
Que con fatídico son
Nos manda que repitamos
En cada momento: íAdiós!
Pero el mundo sólo mira
Porvenir en el reloj;
De la una y desespera
Alguien que espera las dos...
Las doce espera del día
El pobre trabajador,
Y las doce de la noche
El amante corazón.
Las horas que van pasando
No se cuentan al reloj,
Cuenta el hombre las que faltan,
Mas nunca las que pasó;
Así al sonar la campana
Suele en secreto decir:
"Las que ha de marcar espero,
Porque esperar es vivir".
Es, pues, entonces, en el mundo mío
Indiferente para mí el reloj:
Pasen las horas a su antojo, pasen,
Tráenme lo mismo que las diez, las dos.
Yo nada espero, mi cansada vida
Ni llorar puede ni sentir amor
Del llanto mío se agotó la fuente,
La llama activa del amor murió.
Ya con el mundo los estrechos lazos
Mi descontento corazón rasgó;
Lo mismo el día de mañana espero
Que ayer las horas esperé de hoy.
Activo foco de pasiones mi alma
A los incendios del amor cedió,
Y grande placa de cristal mi mente
Vida y verdades transparentes vio.
Sé que si escucho de mujer querida
Latiendo el alma su amorosa voz,
O ella se engaña al pronunciar te amo,
O a mí me miente con doblez mayor.
Sé que si el seno de los hombres busco
Y por acaso el corazón les doy,
Luego que expriman de mi ser la esencia
Con risa amarga me dirán: íAdiós!
Y sé que es hoy lo que será mañana
El mundo, el hombre, la mujer y el sol;
Y pues que todo lo que viene he visto
Tráenme lo mismo que las diez, las dos.
Yo nada espero, ni dolor ni risa
En la indolencia que mi ser cayó,
Si hoy tengo hastío lo tendré mañana
Es mueble inútil para mí el reloj.
Recuerdos
Por Olegario Víctor Andrade
(Gualeguaychú, 1841- Buenos Aires, 1882)Todo está como era entonces:
La casa, la calle, el río,
Los árboles con sus hojas
íY las ramas con sus nidos!
Todo está, nada ha cambiado:
El horizonte es el mismo;
Lo que dicen esas brisas
íYa, otras veces me lo han dicho!
íOndas, aves y murmullos
Son mis viejos conocidos,
Confidentes del secreto
De mis primeros suspiros!
Bajo aquel sauce que moja
Su cabellera en el río,
íLargas horas he pasado
A solas con mis delirios!
íLas hojas de esas achiras
Eran el tosco abanico,
Que refrescaba mi frente
y humedecía mis rizos!
Un viejo tronco de ceibo
Me daba sombra y abrigo,
íUn ceibo que desgajaron
Los huracanes de estío!
Piadosa, una enredadera
De perfumados racimos.
Lo adornaba con sus flores
De pétalos amarillos.
El ceibo estaba orgulloso
Con su brillante atavío,
íEra un collar de topacios
Ceñido al cuello de un indio!
Todos, aquí, me confiaban
Sus penas y sus delirios:
Con sus suspiros las hojas,
Con sus murmullos el río.
íQué triste estaba la tarde
La última vez que nos vimos!
Tan sólo cantaba un ave
En el ramaje florido.
Era un zorzal que entonaba
Sus más dulcísimos himnos,
íPobre zorzal que venía
A despedir a un amigo!
Era el cantor de las selvas,
La imagen de mi destino,
íViajero de los espacios,
Siempre amante y fugitivo!
íAdiós! parecían decirme
Sus melancólicos trinos;
íAdiós, hermano en los sueños!
íAdiós, inocente niño!
íYo estaba triste, muy triste!,
El cielo oscuro y sombrío;
Los juncos y las achiras
Se quejaban al oírlo.
Han pasado muchos años
Desde aquel día tristísimo;
íMuchos sauces han tronchado
Los huracanes bravíos!
íHoy vuelve el niño, hecho hombre,
No ya contento y tranquilo,
Con arrugas en la frente
Y el cabello emblanquecido!
íAquella alma limpia y pura
como un raudal cristalino
Es una tumba que tiene
La lobreguez del abismo!
Aquel corazón tan noble,
Tan ardoroso y altivo,
Que hallaba el mundo pequeño
A sus gigantes designios;
íEs hoy un hueco poblado
De sombras que no hacen ruido!
íSombras de sueños dispersos,
Como neblina de estío!
íAh! Todo está como entonces,
Los sauces, el cielo, el río,
Las olas, hojas de plata
Del árbol del infinito;
Sólo el niño se ha vuelto hombre.
íY el hombre tanto ha sufrido
Que apenas trae en el alma
La soledad del vacío!