Cartas a la dirección

Cacho, la plaza Pueyrredón y el 22

Señores directores: Para empezar a caminar por la plaza Pueyrredón se hacía necesario pagar un peaje simbólico: intercambiar un saludo con Cacho, esperar que nos diera las noticias del momento y asegurara que no había gente rara en el lugar. La voz de Cacho era una mixtura de huracán y granizo. Su andar, siempre estaba al borde el bamboleo propio de huesos insurrectos y los contradictorios efectos de reiterados tetras, que le daban a su cuerpo la necesaria combustión para seguir viviendo. Porque, y esto nos debe quedar claro: Cacho vivía. Y su vida transitaba sostenida por una elección que no puede ser entendida desde una mirada única. Optar por el cielo como techo, el banco de una plaza por todo colchón y la multitud de caminantes que circulaban por la Pueyrredón como familia elegida, no es fruto de una distracción o de algo que se le haya impuesto por mandato superior. Cacho eligió todo lo que lo acompañó en la vida: los baldes llenos de agua para lavar los fortuitos autos estacionados en calle Alberdi; el sandwich, por todo almuerzo o cena; la andanada de tabaco que saturaba su respiración; los artesanos del fin de semana, y también a nosotros, sus repetidos interlocutores.

Con gran orgullo y muerto de risa, manifestaba la propiedad de una bodega exclusiva. En un negocio cercano a la plaza, el último estante del enfriador de botellas mantenía, a salvo de toda contingencia climática, las cajitas de vino que Cacho necesitaba para fogonear su rutina. Las monedas que ganaba lavando autos hacían que pudiera regalarse más de dos por día. Después de dar cuenta de cada una, se atornillaba en su banco, flotando en un letargo inapelable y con pretensión de eternidad que, seguramente, los dioses resguardaban de toda interrupción. Muchas veces se esforzó para hacerme entender el significado oculto del número 22. "Es el número del Loco", me decía. Y se extendía en una larga argumentación, que nunca pude llegar a descifrar.

Semanas atrás Cacho cumplió 55 años. La siesta de agosto le concedía la plaza unas horas de sosiego. Alguien me contó que Cacho dejó su banco y avanzó algunos pasos camino al baño químico, cercano a la fuente central. Dicen que no llegó, porque un arrebato del destino, o los dioses custodios de su letargo, decidieron que su pasaje -sólo de ida- había caducado. Después supimos que tenía familia, que fue la que se ocupó de que sus restos cumplieran los rituales de la despedida.

El banco donde Cacho había construido su morada, apareció al día siguiente con algunas inscripciones: "Cacho no se murió", dicen algunas; "Cacho voló al cielo a tomarse unos vinos". Los artesanos, hermanos predilectos de Cacho, derramaron su tristeza en homenajes de papel y flores. El 22 de agosto, la plaza Pueyrredón perdió uno de sus habitantes. Pero, de algo estoy segura: un nuevo fantasma transita sus canteros. Creo que recién estoy entendiendo lo que Cacho quería decirme cuando me explicaba, que el 22 es el número del Loco. Pero eso no importa demasiado ahora. Porque Cacho no esta más en su banco. Y nosotros, ya hemos comenzado a extrañarlo.

Pilar Rodríguez

DNI: 5.699.825.