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Los nenes no lloran
Ni mejores ni peores. Diferentes. Psicólogos, antropólogos, sociólogos, biólogos, intentan, desde hace siglos, hallar una respuesta que explique por qué hombres y mujeres somos tan diferentes. Cuanto mejor comprendamos cuáles son esas diferencias, más cosas podremos lograr juntos, aunando y sumando nuestras fuerzas, en vez de resaltar nuestras debilidades.

Todo hombre lleva dentro suyo un superman oculto. Les cuesta reconocer un error, o admitir cuando no tienen razón. Para encontrar la respuesta a esta conducta, deberemos echar un vistazo al pasado. Tal como tantas otras veces, encontraremos el porqué de las diferencias entre los sexos, en el armado de la estructura mental que se formó de manera tan contundente en tiempos de las cavernas, donde hombres y mujeres tenían obligaciones y tareas tan diferentes entre sí.

Imaginemos juntos la siguiente escena:

La familia de los cavernícolas se encuentra reunida alrededor del fuego. Todos, menos papá. El hombre está sentado junto al orificio de entrada a la cueva y mira atentamente hacia afuera. Intenta descubrir algún movimiento en la lejanía del paisaje. Desde hace días la tormenta no le ha permitido salir de cacería, y su familia está hambrienta. En cuanto el tiempo mejore saldrá en búsqueda de alimento y no regresará hasta haberlo conseguido. Esa es su tarea. Su familia depende de él. Su familia confía en él. Y él lo sabe. Escucha el llanto de los niños y sabe que tienen hambre. Él mismo ya se siente algo débil por la falta de alimento, y mientras mira hacia el horizonte, se pregunta: �Lograré mantener a mis hijos con vida? �Tendré fuerzas suficientes para entablar una lucha con un animal? �U otros hombres se llevarán mi presa a causa de mi debilidad? Pero, desde luego, no le muestra a su familia ni sus dudas ni su desesperación, para no angustiarlos más aún.

Debe permanecer fuerte a los ojos de los demás. Si admitiera su error de cálculo en la cantidad de alimento que aún les quedaba en la cueva y sobre la duración de la tempestad, se vería a él mismo como un perdedor.

El miedo a ser un perdedor, que el hombre lleva consigo desde hace millones de años, parece estar profundamente anclado en el cerebro del hombre moderno. El hombre que conocemos hoy.

Buscando el rincón

Un claro ejemplo de esas actitudes masculinas se observa objetivamente en lo que vivió mi amiga Mercedes, cuando por fin decidió venir a visitarme a Santa Fe. Salió desde Buenos Aires y tomó la Panamericana. Ella manejó sin pausa hasta Baradero. El resto del camino condujo Eduardo, su marido, quien hasta ese momento sólo había hecho de copiloto y cebador de amargos.

Todo estuvo bien, según mis indicaciones. Llegaron a la cancha de Unión, tomaron el bulevar, luego cruzaron los elevadores y disfrutaron de la preciosa vista del viejo Puente Colgante y las dos costaneras. Un viaje hermoso para quien llega de la Capital Federal con los ojos cargados de cemento y el olfato saturado de smog.

Continuaron por la ruta nacional 168 y, tal como les indiqué, cuando el camino dobla hacia la derecha, en dirección a Paraná, tomaron el desvío subiendo el puente donde nace la ruta provincial 1. Cruzaron los gigantescos lomos de burro que acaban de construir, y debieron tener algo de paciencia con los otros que siguieron, hasta llegar a la entrada del pueblo de San Jose del Rincón, donde vivo desde hace casi 2 años.

Todo hubiera estado bien si algún cartel les hubiera anunciado la llegada al pueblo, o al menos les señalara dónde estaba la bendita entrada. Como esos indicadores jamás aparecieron, mis amigos porteños continuaron viaje hasta que vieron uno que decía: "Bienvenidos a Arroyo Leyes".

Seguramente, los rinconeros creen que todo el mundo conoce dónde queda ese hermosísimo pueblo lleno de historia y bellezas naturales, y cómo se llega hasta allí.

Fue entonces que mi amiga Mercedes, con tono apaciguado, tratando de contener la situación, atinó a preguntar:

-Mi amor, �estamos perdidos? �Por qué no parás y preguntás a alguien?

Eduardo, con voz de trueno y ojos de relámpagos, parafraseando a María Elena Walsh, de pronto respondió:

-Sé perfectamente lo que estoy haciendo, y si éste no es el camino, yo encontraré cómo llegar. Y si no te gusta como lo hago, cambiamos y manejás vos.

La verdad de esta historia es que él sabía que se habían perdido, y no podía admitirlo. Pero �por qué? Si fuese ella quien se hubiese desorientado, simplemente se habría bajado para preguntar por el camino correcto para llegar a San José del Rincón. Generalmente, a las mujeres no les cuesta tanto admitir un error. O bien mostrar un defecto o una debilidad. Sienten que eso las hace más calidas, más vulnerables.

Es de imaginar que a muchos matrimonios le resultará conocida esta escena. Y lo que las mujeres jamás logramos comprender es cómo es que ese hombre dulce y complaciente, que siempre tiene paciencia y calma, de pronto se convierta en una tormenta de furia y no logre entrar en razones.

Una marca grabada a fuego

Es muy posible que si un hombre se encuentra solo en su auto y pierde el camino, bajará para preguntar a algún baqueano que lo pueda orientar otra vez. Pero estando su mujer sentada a su lado, jamás querrá quedar como el perdedor que no pudo llevarla a destino sin ayuda ajena.

Cuando una mujer dice: �Por qué no detenés el auto y preguntás?, el escucha: eres un incapaz, ni siquiera puedes conducir sin equivocar el camino.

Sin embargo, la intención de ella era exactamente la contraria. Sólo quería estimularlo a que él actuara tal como lo haría ella ante la misma situación. Ese fue su único error.

Qué bueno sería que los hombres comprendieran que no deben temer si cometen algún error, si nos muestran un lado débil, frágil, si no son Superman o el Capitán Escarlata que tanto desean ser. Para nosotras, es tierno verlos admitir alguna flaqueza. Sentirlos usar nuestro hombro para llorar alguna pena, o alguna bronca. Y acariciar sus cabecitas para quitarles el estigma grabado en la infancia que dice: "Los nenes no lloran". íQue no van a llorar! Los hombres moquean, gimen, y cuando se relajan sobre nuestro pecho, y buscan nuestro apoyo, sacan del interior de la mujer la fuerza necesaria para complementar ese rayito de vulnerabilidad masculina, que los hace tan irresistibles. �O no?.

Los estudios científicos

Según Allan y Barbara Pease en su libro "Por qué los hombres no saben escuchar y las mujeres no saben estacionar", desde hace décadas se vienen realizando diversos estudios para ver las diferencias estructurales entre varones y mujeres, desde poco después del nacimiento. Y las que se encontraron son enormes.

Científicamente, se pudo comprobar que el cerebro de las mujeres está programado, desde su nacimiento, para enfocar su mirada en los rostros de los seres humanos. Por el contrario, el cerebro de los varones, se encuentra programado para reaccionar frente a las formas de los objetos que los rodean.

Los estudios realizados en bebés que tenían pocas horas de nacidos, demuestran claramente que a los varones les gustan los objetos; mientras que a las nenas, las personas, y pueden sostener la mirada en los ojos de quienes le son familiares entre 2 y 3 veces más que los varones.

Los nenes mostraron un mayor interés en el movimiento y las formas irregulares de un móvil colgante, que las nenas.

Alrededor de los 6 meses de vida, las niñas lograron distinguir los rostros de familiares en fotografías. En cambio, los varones pudieron encontrar con mucha más rapidez, un juguete perdido.

Estos ejemplos son clara muestra de las diferencias entre hombres y mujeres, y aparecen mucho antes de que la sociedad condicione sus conductas y personalidades.

Por más que los padres se esfuercen en educar de manera idéntica a varones que a mujeres, las diferencias saltan a la vista, y su inclinación por tal o cual cosa está predeterminada ya en su estructura mental, la cual arrastra desde tiempos inmemoriales.

El mismo mundo, con diferentes ojos

Los hombres observan sus relaciones, sentimientos y el mundo que los rodea, como si todo fuera un gigante rompecabezas armado. Ve el mundo con su capacidad innata de colocarlo en un espacio y un tiempo determinado.

Las mujeres, por el contrario, ven el mundo en una dimensión mucho más amplia. Y, al mismo tiempo, ve minúsculos detalles, que pasan desapercibidos para el hombre.

Ella es capaz de ver, no sólo cada pieza del rompecabezas, sino la relación que existe entre cada una de ellas. Eso es, para ella, mucho más importante que la ubicación del rompecabezas dentro de un espacio y tiempo.

Los hombres buscan proveer. Alcanzar resultados. Llegar a metas determinadas. Lograr un estatus y conseguir algún tipo de poder.

Para la generalidad de las mujeres, es más importante y más entretenido, buscar el contacto y la amistad de sus colegas de trabajo y lograr armonía y compañerismo.

Esta diferencia es tan grande que es casi un milagro que los hombres y las mujeres puedan, y mas aún, deseen, vivir juntos. �No será esa la verdadera magia que encierra el amor? Tal vez ésa sea la auténtica dinámica de una pareja. Lograr que dos opuestos trabajen por una relación, que a simple vista parece casi imposible, y lo intenten incansablemente, hasta lograr un estado de verdadera felicidad. Que hermoso desafío nos imponen las diferencias, �no? Hasta la semana que viene.

Una receta para dejarse mimar

El buen comer y el bien amar

Cuando tuve la oportunidad de leer el libro "Como agua para el chocolate", de Laura Esquivel -que luego fue llevado al cine- disfruté de una nueva experiencia como lectora. Descubrí una novela, narrada a través de la elaboración de platos especiales. Con el sutil aroma de las especias, de los colores cálidos de una cocina llena de historia, del viejo olor a madera de una mesa antigua, de los sonidos de ollas en ebullición y con el picor del ají verde y de las miradas de dos que se deseaban. Una novela que recomiendo a los amantes del buen comer y del bien amar.

Que les parece, entonces, si nos dejamos mimar por nuestro amorcito que -seguramente- luego de leer esta nota pondrá manos a la obra para deleitarnos con esta receta que será una fiesta para los sentidos, y para el corazón... Y escribamos juntos, así, una nueva novela romántica con sabores y aromas únicos. Así que tomen nota y dejen volar su propia imaginación:

Ingredientes: 4 endivias partidas a lo largo y deshojadas; 2 pechugas de pollo hervidas o salteadas; los gajos pelados de una naranja grande. Para la salsa: 4 cdas. de aceite de oliva, 4 cdas. de queso crema; media taza de yogurt natural sin azúcar; 2 cditas. de miel; 2 cdas. de vodka, 2 cdas. de vinagre de manzanas; media lata de morrones rojos; sal y pimienta.

Preparación: Colocar en una fuente o plato grande, las endivias y los gajos de naranja formando una estrella intercalando las endivias y las naranjas. Licuar el resto de los ingredientes y volcar la salsa sobre la ensalada. Decorar con tiritas de pimientos rojos o con florcitas del jardín... y íbuen provecho!