Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Cada año Navidad nos convoca con su renovado mensaje de amor y de paz. Navidad es la certeza de la cercanía de Dios que no abandona a su pueblo. Ya no nos sentimos solos, Dios ha venido en su hijo, que nace en Belén, para caminar junto a nosotros y mostrarnos con su presencia la certeza y la esperanza de un camino. Por ello, desde Navidad es posible pensar un mundo nuevo, que ya no viva bajo las sombras de la mentira y el egoísmo, de la corrupción y la violencia, sino bajo la luz de la vida y el amor, de la verdad y la paz. Este mundo nuevo necesita de nosotros. Hay algo que nos corresponde, y es, en primer lugar, la decisión de nuestra libertad para abrir nuestros corazones. Dios cuenta con nuestra libertad para iniciar este camino de transformación, que es el comienzo de una nueva creación. Sin hombres nuevos no hay un mundo nuevo. Un pretendido cambio personal que no tenga una expresión visible en nuestra actitud frente a los demás, sería incompleto y no tendría horizontes. Por ello en Navidad tiene que darse junto a ese aspecto personal de encuentro con Dios, el deseo y el compromiso de vivir y trasmitir este mensaje de amor y de paz en nuestras familias y en nuestras relaciones.
Por fidelidad al Niño de Belén, que nació pobre en un pesebre, debemos tener presente en estos días a aquellos hermanos nuestros que se encuentran en situaciones difíciles, pienso en los enfermos y en los que sufren cualquier dolencia sea material o espiritual, ellos necesitan de nuestra presencia, de nuestra palabra y de nuestro afecto. Deseo elevar mi voz, además, por quienes viven situaciones de pobreza y marginalidad, ellos necesitan y esperan una sociedad justa y solidaria, que tenga como objetivo primero la equidad y la inclusión social, que es un derecho que hace a su dignidad. También quiero elevar mi voz frente al flagelo de la droga, que avanza y destruye el presente y el futuro de nuestros adolescentes y jóvenes. No podemos acostumbrarnos a convivir con estas realidades que ofenden y matan.>
Queridos amigos, al acercarnos al pesebre y contemplar ese misterio del amor de Dios que se ha hecho camino y mensaje para nosotros, pidamos al señor que nos acompañe con su palabra y su gracia, para ser testigos y protagonistas de un mundo nuevo, que necesita la luz de la verdad, la fortaleza de la justicia y la plenitud del amor. Reciban de su obispo en estas fiestas la seguridad de mi afecto y de mis oraciones junto a mi bendición.>