Cartas a la Dirección
Manual de geriatría

Señores directores: Desde hace ya muchos años cultivo la placentera y saludable costumbre de reunirme con mis amigos en un café. Diariamente, promediando la mañana, me traslado hasta el centro y, pasito a paso, con el auxilio de uno o dos bastones, me aproximo al sitio habitual de reunión, contestando saludos de amistades veteranas y de pacientes aún sobrevivientes de otrora, amables y agradecidos, a los que me cuesta trabajo identificar dado el tiempo transcurrido y, especialmente, la fisonomía. "¿Se acuerda de mí, doctor?", es la pregunta habitual que me pone en apuros. "íSí, cómo no!", respondo mientras voy atando cabos para no meter la pata. "¿Cómo era tu nombre completo?", es el artilugio que me salva. A esta dificultad para identificar a mi interlocutor se suman mis cataratas, que sin ser del Iguazú, me limitan la visión. Viene luego el cuestionario: "¿Cuántos años tiene, doctor?", me preguntan. "Voy a cumplir 92", me jacto. "íNo puede ser! Parece mucho más joven", me halagan. "Parece que tuviera 90, ¿no es cierto?", acoto. "¿Y cómo se las arregló para llegar a esta edad conservando la lucidez?". "Con paciencia y esperando. Y con la suerte de pertenecer a una familia de longevos: la mayor parte paró las patas después de los 85". Es seguramente una cuestión de genes. Y de los sentidos común y del humor, no cometiendo excesos, gozando en su justa medida de lo bueno y placentero, ahuyentando a lo malo y perjudicial, practicando deportes, ayudando y confortando al enfermo y al necesitado, apreciando y amando a los amigos y familiares. He podido comprobar también algo que halaga mi vanidad: tengo una fiel y seguidora hinchada lectora que recorta y colecciona las notas que publico en el diario y me lo hacen saber presentándose por teléfono o personalmente. "¿Usted es el Niel que escribe en El Litoral? Siga, no me pierdo una nota, porque usted dice todo lo que yo hubiera querido decir". Prometo seguir haciéndolo mientras pueda, por lo menos en borrador y con letra cursiva e indescifrable de médico, ésa que sólo los farmacéuticos entienden, porque cada vez me cuesta más trabajo pasar mis garabatos en limpio con mi anciana máquina de escribir. Vivo rodeado por un papelerío impresionante, en un desorden ordenado de libros y publicaciones de todos los pelajes: artísticas, literarias, científicas, médicas, deportivas, políticas, históricas, humorísticas, geográficas, gramaticales, etcétera, que estoy tratando de clasificar; y nunca me falta algún familiar bien intencionado, como ocurrió con mi paciente y prolija cónyuge, que intentó, infructuosamente, hacerlo, embarullando el aparente desorden, dejándome a la postre desamparado y desorientado, buscando afanosamente lo que antes encontraba sin dificultad. Por suerte tengo una buena memoria y rara vez necesito consultar papeles esquivos.

Alberto Niel.>

Ciudad.>