Inseguridad vial y conciencia moral

La alta tasa de accidentes de tránsito en nuestra ciudad y en las rutas de nuestra provincia parece que ha comenzado a generar una fuerte reacción en la sociedad y en los estamentos gubernamentales, tal como lo ha puesto de manifiesto la convocatoria realizada por la Mesa del Diálogo santafesino y las reuniones de las autoridades políticas del Gran Santa Fe.

Hace ya un año, desde las páginas de El Litoral y retomando una nota de nuestra autoría publicada en el extinto periódico El Pueblo, de la Pastoral del Trabajo arquidiocesana en el año 1994, reflexionábamos sobre este tema desde la perspectiva moral, lo cual hoy queremos volver a recordar y profundizar.>

El fenómeno del tránsito no es algo nuevo aunque en las últimas décadas se haya aumentado con el crecimiento del parque automotor particular y el de los servicios públicos urbanos de corta, media y larga distancia, lo cual ha generado una serie de respuestas que han demostrado ser inadecuadas ya que no sólo no lograron "ordenarlo" sino que tampoco pudieron evitar la violencia que genera.>

En aquella ocasión, señalábamos que sin dudas la prevención de los accidentes o, mejor, de la violencia que se produce a través del transito urbano y en las rutas implicaba una verdadera política de Estado, por lo cual la responsabilidad de los gobiernos es insoslayable ya que toca a éstos asegurar buenas vías de circulación y la correspondiente señalización de las mismas, el dictado de leyes acordes y actualizadas, la exigencia a la hora de entregar los carnés de conductor y para la habilitación de los rodados, la implementación de penas que realmente sancionen al infractor y el cumplimiento efectivo de las mismas cuando la Justicia determina actos criminales.>

Pero a la par, afirmábamos que nos quedaríamos a mitad de camino si pensásemos que esto bastaría para solucionar el problema ya que el mismo trasciende lo técnico o legal y adquiere dimensiones moral y social inéditas y hace no sólo a las políticas gubernamentales que sí o sí deben ser implementadas de una buena vez, sino también a la conciencia personal a cuya formación habrá que apuntar especialmente, mas si tenemos en cuenta que nuestra sociedad no es propensa al cumplimiento de la ley o al menos no la respeta en la forma debida o como se lee en el Documento episcopal "Dios, el hombre y la conciencia", del año 1983: "un marcado menosprecio de la ley es una de las características negativas de nuestro comportamiento social" (N° 6).>

Los fríos datos estadísticos y las atroces imágenes fotográficas o televisivas nos muestran las graves consecuencias que para la propia vida de los conductores de vehículos, para sus acompañantes, para otros conductores u otras personas que aciertan a estar en el lugar del accidente, tienen la imprudencia, la irresponsabilidad y la impericia.>

Ya el Concilio Vaticano II, cuando en "Gaudium et Spes" alertaba sobre aquellas personas que en la práctica vivían como absolutamente desentendidos de las necesidades de la sociedad, precisaba: "Otros descuidan ciertas normas de la vida social, por ejemplo, las medidas higiénicas, o las normas establecidas por el código de circulación, no dándose cuenta de que, con su negligencia, ponen en peligro la propia vida y la de los demás. Sea, pues, sagrado para todos considerar y observar todas las obligaciones sociales como uno de los deberes principales del hombre de hoy" (N° 30).>

¿Qué decir de nuestra querida Santa Fe y de tantas otras ciudades sobre esta triste realidad?>

En este sentido, no queremos volver a repetir lo que señalábamos hace un año, que cualquiera que recorra las calles a pie, en auto u ómnibus, lea las páginas del diario o mire la televisión conoce, que se ha llegado a que nuestra ¿querida? ciudad y las vías de comunicación, que deberían ser ámbito de la comunión, el respeto y la solidaridad entre los hombres que la habitan y transitan se hayan convertido en el escenario de un nuevo conflicto donde nos convertimos en feroces competidores, enemigos y porque no, homicidas.>

Todo esto nos plantea a los ciudadanos -especialmente si nos consideramos creyentes o éticos (buenas personas como se dice vulgarmente)- graves responsabilidades ya que la violación de las normas de tránsito no es por lo general una simple "picardía, descuido o falla humana" sino una concreta violación de la ley divina y la ley natural que nos exige el cuidado de la propia vida y el amor al prójimo, dos aspectos que se han desvalorizado en esta cultura del desorden y el "sálvese quien pueda" de nuestras calles y rutas.>

A los gobernantes les toca dictar leyes de tránsito y vigilar su efectivo cumplimiento, mas aún consideramos que debe darse una verdadera política de Estado al respecto, pero a nosotros nos toca no sólo el cumplimiento de las mismas -que en sí es un deber sagrado como recordábamos más arriba- sino también la adquisición de hábitos y virtudes que nos permitan afrontar este desafío que nos toca vivir.>

Es imprescindible tomar conciencia de que las faltas en el tránsito son uno de los pecados de nuestro tiempo, y por lo tanto, además de transgredir la ley positiva, se oponen al Plan de Dios y por lo tanto implican de parte de quien las comete, su reconocimiento y reparación.>

No es casualidad que el Catecismo de la Iglesia Católica, al desarrollar el Quinto Mandamiento ("No matarás"), señala en el N° 2290: "Quienes en estado de embriaguez, o por afición inmoderada de velocidad, ponen en peligro la seguridad de los demás y la suya propia en las carreteras (...), se hacen gravemente culpables".>

En este sentido, no deja de llamarnos la atención que en la interesante propuesta hecha conocer días atrás por la Mesa del Diálogo santafesina, (constituida por personas e instituciones de profundas convicciones religiosas y/o éticas), no aparezca ninguna referencia a la problemática moral que encierra la inseguridad vial.>

El problema del tránsito, o si queremos mejor de la violencia en el tránsito, no se arregla tan sólo con el dictado de leyes más punitivas o una mayor presencia de inspectores en la calle o una mejor capacitación de los mismos, con calles en buen estado o bien señalizadas, ni siquiera con campañas de educación vial, sino sobre todo con una seria formación de la conciencia humana ya desde la niñez en el hogar, la escuela, la catequesis y el club, entre otros, (Cfr. Catecismo, Nro. 1784), que abandonando todo relativismo moral ayude a descubrir la maldad de todo aquello que atenta contra Dios -fuente de toda razón y justicia como afirma el texto constitucional que nos abarca a todos los argentinos cualesquiera sea nuestro pensamiento o convicción religiosa- y la necesidad de obrar con justicia, prudencia, templanza, respeto, responsabilidad y caridad.>

Edgar Gabriel Stoffel[email protected]