Solidaridad y cariño por los más chicos
Hogar Atanasia Hernando de Durán:la oportunidad de comenzar de nuevo
Desde 1935, el hogar es el lugar donde muchos niños encuentran un poco de paz y atención. En una visita a la Casa Cuna, El Litoral conoció las historias de quienes dan todo por los más chicos.

Salomé Crespo

El hogar Atanasia Hernando de Durán funciona en una vieja casona de dos plantas, construida a principio de los años 30, que ocupa la esquina de calle San Juan y Primera Junta. La historia cuenta que el edificio fue donado por el entonces presbítero Alfonso Durán para que reciba desde 1935, a niños y mendigos desprotegidos; el nombre lo eligió en honor a su madre.

Hoy, al igual que hace más de siete décadas atrás, a sus pasillos y habitaciones los caminan pies pequeños y siguen su huella, otros más grandes que los custodian a sol y a sombra. Es que en el hogar viven 27 criaturas con historias de vida que sólo saben de golpes y abandono, pero que allí encontraron un merecido abrazo con amor infinito que les hizo sentir lo que es una caricia de mamá.>

El día a día con los chicos

Es casi mediodía, reina colosal el sol y agrega calor al que ya inunda el hogar. En el patio, descansan colgados de una soga siete sweters de varios colores, también hay juegos infantiles, un quincho con techo de paja. Todo es vigilado por una perra negra, obesa y castigada por el paso del tiempo.

Además de una capilla, la Casa Cuna tiene las dependencias de un hogar común, sólo que con otras dimensiones. Todos los ambientes, a pesar de ser una construcción antigua, están perfectamente mantenidos, decorados con dibujos de los chicos y juguetes. En la habitación de los más chiquitos de la casa, hay unas 15 cunas, al momento de la visita de El Litoral, estaba oscura, silenciosa, si se prestaba atención se podía escuchar la respiración de los bebes que dormían la siesta. Una escena que altera a cualquiera, verlos ahí tan chiquitos, inocentes e indefensos, pero a la vez saber que hay personas que se preocupan y ocupan de ellos causa una cierta paz.>

En la planta alta, nos recibe María Gabriela Rolón, Asistente Social que trabaja en el hogar hace 19 años, luego se suma Norma Ferreyra, directora de la institución desde 1987. El hogar Atanasia Hernando de Durán es una asociación sin fines de lucro que se mantiene con la colaboración de sus 6.000 socios, donaciones y un mínimo aporte del Estado. Hoy alberga a menores con conflictos familiares que van desde el año de vida hasta los ocho.>

"Mi trabajo acá fue cambiando con el paso del tiempo y con las políticas sociales. Desde aquí, siempre se apuntó a trabajar con el niño y su familia, la prioridad es que puedan volver a su hogar de origen", aclara María Gabriela sobre la labor diaria.>

Según explicaron, el maltrato infantil es la causa más frecuente por la que ingresan niños, "siempre hay un problema que emerge y a través del Comité del Maltrato Infantil del hospital de Niños, por ejemplo, detectan el inconveniente y lo derivan a los jueces de menores", señala María Gabriela. >

Una vez ingresado el menor, comienza el tratamiento del problema con la familia, si no se supera, se trabaja con la familia ampliada -tíos, abuelos, u otro familiar cercano- que pueda hacerse cargo. La última alternativa es la adopción.>

"Cuando el chico es declarado en estado de abandono por un juez de Menores, después de haber intentado superar los problemas familiares, tiene la posibilidad de tener familias adoptantes. "Un chico no puede permanecer en una institución toda su infancia ya que no es bueno para su desarrollo", explica Rolón.>

Una criatura con una estadía muy prolongada en un hogar, no tiene pautas ni modelos familiares que copiar, al contrario, tiene modelos, horarios y rigidez institucional que no es constructivo en su formación.>

Más que conmovedor es saber, según la experiencia de Rolón, que el niño siempre quiere volver con su familia de origen, "hasta el más golpeado y maltratado. En un primer momento se siente mal, pero a medida que se trabaja, el niño va perdonando, olvidando, piensa en su mamá o su papá y confía en la promesa de que no lo van golpear nunca más", afirma la asistente. Por eso, en un primer momento se evitan las visitas de los padres al hogar, para ver cómo el chico puede resolver esa situación de violencia, se revén los vínculos para que se puedan restablecer. >

Un nuevo comenzar

A veces, los lazos familiares del niño con sus padres son irrecuperables. Cuando esto ocurre, se comienza el acercamiento con una nueva familia y se trabaja con el apoyo de un grupo interdisciplinario para lograr la adaptación a esa nueva situación. Según Rolón, es un proceso lento, ya que depende de cada niño, de cómo esté preparado, de su realidad anterior.

"Primero se hacen visitas, juegos, se trabaja con la psicopedagoga porque hay períodos que respetar, eso es lo más importante", explicó. Es una "adopción mutua", es eso lo que demanda paciencia y esmero ya que se trata con personas, con chicos y futuros padres que buscan en Casa Cuna lo que la naturaleza les negó. "Lo que pedimos a los padres es que controlen la ansiedad, es todo nuevo para ambos. A veces, cuesta hacer entender que no es un trámite, con el sólo papel no alcanza", señaló Rolón sobre lo difícil de ese acto de amor, a veces incontrolable.>

Una vez que los niños son adoptados, desaparece todo vínculo con su familia biológica, lo que no quiere decir que el recuerdo no permanezca y se manifieste. "El niño debe elaborar su duelo. Ellos siguen hablando, cuentan a sus papas adoptivos de su familia pasada y del hogar porque forma parte de su vida", dice Norma Ferreyra y señala que es aquí donde se puede generar otro escollo en la relación. "A veces, los padres cuando se llevan los chicos no quieren ni pasar por la esquina del hogar como para que el chico no hable o no recuerde, lo mismo con su familia anterior y eso es imposible", explicó Ferreyra. >

Como se dijo antes, adoptar es un acto de amor infinito y no escapa a las situaciones conflictivas, inherentes a la condición humana.>

Custodias de angelitos

En el comedor, con los ojos fijos en un televisor, dos nenas y un nene ven dibujitos mientras Delia les pide que se pongan el guardapolvo porque "ya está por venir el transporte".

La señora que repite el pedido una y otra vez sin lograr respuesta favorable es una de las celadoras, hace 25 años que trabaja en el hogar y recorrió varias funciones en ese tiempo. >

Delia cuenta que al estar tanto con los chicos, sabe lo que les pasa, es testigo directo de los estados de ánimo y eso sirve, el aporte de su mirada es más que importante. >

"La llegada de un nuevo chico, puede ser dolorosa, tenés algunos que hacen berrinches, pero a mí me duele más el chico que llora en silencio, tiene la mirada perdida, está como volando; sus historias son muy fuertes", comenta Delia, ahora es ella la que aleja su mirada, no permite que las lágrimas le rueden por las mejillas, se toma un minuto y sigue "para ayudarlos tenés que darle mucho amor, le preguntás qué necesita, podés sentarte con él, acariciarlo para que sepa que está acompañado. Después que pasa un poco el tiempo, el chico mismo te busca y te adopta".>

La celadora asegura que Dios le pone esos chicos en su camino y que siempre el deseo para ellos es que consigan una familia o que vuelvan con la propia, pero que los tengan bien, que sean criados con cariño. "Mi vida es esta institución, pienso que lo que viví acá es maravilloso", confiesa Delia cuando logra que el último de sus tres pichones se prenda los botones mientras se escuchan las bocinas del transporte escolar. >

En la cocina estaba Norma, encargada de los movimientos de la cocina. Es una señora mayor, de modos suaves y prolija, hace 15 años que está en Casa Cuna y tiene mucho para contar. >

Explicó que siempre trata de hacer la comida que a los chicos más les gustan, conoce quién prefiere la mermelada, quién el dulce de leche, sabe que la comida preferida por todos es el pollo al horno con papas que hace los domingos y que todos mueren por los postres. >

Cocinar para una familia común no es fácil, para una más que numerosa, menos. "Compramos cajones de pollos, por comida se nos van 10 kilos de papa, cinco de milanesas, tres de arroz u ocho de carne", calcula. >

Norma sabe que llenar la panza de los chicos con sus delicias es su manera de demostrarles que los quiere, "panza llena, corazón contento", afirma el dicho. >

"Se vive de todo acá, tratamos de ser como una familia", responde Norma orgullosa de sus niños. >

Lo difícil de una separación

El trabajo en el hogar genera sensaciones y experiencias permanentemente, a veces pueden ser tan gratificantes como dolorosas.

Un caso de esos que más golpean es cuando se reciben hermanos que tiempo después deben ser separados. "A veces familias diferentes se llevan hermanos y la separación es dificultosa, siempre se trata de mantener el contacto, se visitan y los casos se siguen de cerca", comentó Rolón y recordó la historia de dos chicos discapacitados de seis y ocho años que aún están en el hogar, apartados de sus hermanos que fueron adoptados.

"Están esperando por una nueva familia, es durísimo explicarles que sus hermanos se fueron y ellos no, es como un golpe más que se suma a todos los que ya recibieron", señala Ferreyra.

Tanto la Directora como la Asistente Social, aseguran que a las familias adoptivas no se les puede pedir más, a veces no es fácil incluir a un nuevo integrante, menos a dos o tres juntos, pero reconocen que hay casos de adopciones múltiples.

Al hogar también se acercan padres voluntarios, que pasan con los chicos momentos especiales, por ejemplo, conviven un fin de semana, las fiestas, o simplemente abren las puertas de sus casas para pasar un buen momento. "Lo que hacen esos padres es impagable", define Rolón.

Los valores de una casa gigante

Calcular los costos de mantener 27 hijos puede descomponer a cualquier padre. Cubrir las necesidades de tantos chicos no es nada económico.

En Casa Cuna se gastan 60 pañales a diario, 700 pesos por mes en remedios; además, hay que sumar la ropa, la escuela, los alimentos, la recreación, los sueldos del todo el personal, mantener el edificio y, así, tantas otras cosas.

Sobre el aporte estatal al hogar, la directora cuenta que no alcanza a cubrir el 20 por ciento del total del costo de funcionamiento. "Estamos intentando lograr un mayor aporte; nosotros cubrimos una función que le corresponde al Estado. Pero creo que lo más importante para destacar es que sin los socios sería imposible mantener esto: siempre están cuando los necesitamos. También las donaciones de la comunidad son fundamentales; todo lo que ves acá adentro es donado", dijo Ferreyra, quien quiso agradecer tanta solidaridad.