| |
Sin dudas, María Callas fue la última gran diva del s. XX. Fue protagonista y prima donna de su propia vida, cargada de acontecimientos que en forma permanente alimentaron las columnas de chismes del mundo entero. Fue amada y odiada con pasión por hombres y mujeres. Brilló con la intensidad de un meteorito gigantesco, pero así también se extinguió en su propio fuego.
La carrera de la Callas fue brillante y estridente. De carácter inestable y antojadizo, los empresarios la llamaban "La tigresa", por sus arranques de furia. Intolerante y caprichosa, fue sin embargo una profesional excesivamente rigurosa y aplicada. Mantuvo una competencia enfermiza con otra gran diva del momento, Renata Tebaldi, pero la Callas se erigió en el paradigma de la prima donna.
Nació un día de diciembre de 1923, en Nueva York y fue bautizada como María Ana Cecilia Sofía Kalogeropoulos. Sus padres eran inmigrantes griegos con muchos problemas económicos. Al poco tiempo, cambiaron su apellido por Callas, mucho más accesible para los americanos. María siempre fue el patito feo de la familia. Su rostro estaba marcado por una nariz demasiado pronunciada y su exceso de peso se agravó en la pubertad.
Pero tenía una voz maravillosa, que hizo que su madre volviese a Atenas y anotase a la joven en el conservatorio de música. María tenía 16 años, medía 1,75 y pesaba 85 kilos. En Atenas estudió canto con la soprano española Elvira Hidalgo, que adivinó en ella las cualidades que la convertirían en lo que luego fue. Cuando debutó en el Festival de Ópera de Verona, el público la ovacionó. María tenía 24 años y apareció en su vida el hombre que la amaría para siempre. Era un millonario fabricante de ladrillos, Giovanni Battista Meneghini. Tenía 28 años más que ella y a partir de ese momento le dedicó su vida.
Meneghini manejó su vida profesional, tratando de conseguir los contratos más convenientes, le enseñó a vestirse, la cubrió de joyas y la relacionó con el gran mundo.
En 1949, María se convirtió en la Signora Meneghini; pero su exceso de peso siguió siendo su preocupación, a tal punto que rechazó papeles importantes por sentirse ridícula sobre el escenario.
Todo cambió repentinamente en 1953, según lo relató Meneghini en su libro "Mi mujer María Callas". Al parecer, estando en un hotel en Milán, María expulsó una lombriz solitaria. Atendida por el médico, le recetó una medicina para eliminarla del todo. Estaba finalmente curada. En un año perdió 30 kilos y por primera vez se vio dueña de un cuerpo de modelo.
Entre 1949 y 1959, María se convirtió en una "primadonna absoluta". La Scala de Milán es como su segundo hogar. En ese momento es la cantante mejor pagada del mundo. Su voz, de registro excepcional, sus grandes dotes de soprano dramática, enloquecían al público que seguía atento sus actuaciones en escena como sus temperamentales arranques que hacían las delicias de las columnas de chismes.
Pero su genio era innegable. Inauguró una forma de interpretar que nunca antes había sido vista en un escenario. Hacía propias las historias que representaba. Seducía, enamoraba, amaba, sufría: Violeta, Norma, Medea, Lucía, Aída, Floria transformaban su figura y su rostro brillaba con la fuerza abrasadora de sus enormes ojos y su voz que ella manejaba en forma increíble de una coloratura de spinto a los graves de soprano dramática.
En la cúspide de su carrera, el matrimonio Meneghini-Callas fue invitado por el armador griego Aristóteles Onassis para un crucero en su famoso yate Cristina. María, sin sospechar siquiera que comenzaba su caída, se entregó al amor de ese hombre egoísta y acostumbrado a tomar lo que quería sin medir las consecuencias. Para ella, era su primer amor apasionado. Para él una aventura más para mostrar al mundo. Cuando el Cristina volvió a puerto, el matrimonio ya estaba deshecho.
María ilusionada creyó que Onassis formalizaría su relación. Pero no fue así. Para el griego era sólo una nueva conquista que muy pronto abandonaría para casarse con Jackie Kennedy. María creyó enloquecer de dolor. Nunca nadie la había humillado tanto. El mundo entero conoció su dolor. La prensa no tuvo consideración. La diva se sentía traicionada, pero la mujer estaba devastada.
En 1965, después de 13 años de actuación permanente en los escenarios del mundo, de interpretar 47 desgastantes papeles, su maravillosa voz se quebró en el primer acto de Tosca en Nueva York. Había llegado el momento de retirarse. Apenas dio unas pocas funciones más y se dedicó a dar clases en la Universidad Juilliard en Nueva York.
Los últimos años los pasó casi recluida, sola en su departamento en París. Su muerte, ocurrida el 16 de setiembre de 1977, está plagada de misterios. Su ama de llaves dijo que había pedido un jugo de naranjas después de levantarse. "Luego la vi tirada en el baño". Muerte súbita fue el diagnóstico. Enterado Meneghini no llegó a tiempo para evitar que incineraran su cuerpo en el cementerio PÉre-Lachaise. Tampoco pudo evitar que sus cenizas fueran arrojadas al mar Egeo. "Ahora nada resta de María", declaró desolado.
Su presencia como diva y su genio dramático siguen vivos. La Callas fue la combinación de una voz majestuosa, una personalidad tempestuosa sobre y fuera del escenario y un carisma único. Todo no bastó para que la soledad más atroz fuese su única compañía los últimos años de su vida.
ANA MARÍA ZANCADA