¿Acaso no matan a los caballos?

El título hace referencia a la novela de Horace McCoy publicada en 1935. En ella se narra la situación denigrante que viven cientos de parejas de bailarines que, por unas pocas monedas, danzan días completos con el objeto de ganar un concurso que les permita sobrevivir algún tiempo más en un país en plena depresión económica. Considerada una de las grandes obras de las novelas negras -con la singularidad de la ausencia de gangsters, pólvora y detectives, propios del género- McCoy se aleja de las sutilezas para pintar un cuadro desgarrador y amargo.

La obra de Horace McCoy dio lugar a versiones cinematográficas y hasta puestas teatrales en las que el espectador permite ver -ya no imaginar- los rostros desencajados, las lágrimas del dolor, el cansancio presente en cada músculo, los cuerpos que caen exánimes luego de horas y días de baile. El clima opresivo se completa con el conductor del concurso que fuerza hasta más allá del límite a los bailarines y los somete a una tortura que crea un clima opresivo e irrespirable.

Lejos del ambiente literario y de la ficción que imaginó McCoy se ubican los productos Bailando por un Sueño pero, peor aún, Patinando por un Sueño donde nuevamente un grupo de bailarines (¿?) y patinadores (¿¿??) disputan hasta el límite de golpearse, herirse, ser ninguneados por el jurado o por otros concursantes... y, sobre todo, llorar y llorar. Además todo enmarcado por el conductor del concurso que crea un clima opresivo donde abundan los chistes de poco valor, comentarios con doble y triple intención, lenguaje chabacano y la sensación de estar sometido al capricho de quien dice que hay que esforzarse hasta morir por el rating de Ibope.

El literato norteamericano nunca habrá imaginado semejante vuelta de tuerca a una novela que conmovió a generaciones, durante años, en el mundo entero.