DE RAÍCES Y ABUELOS
La `terra promessa' de los piamonteses
Inmigración singular. Etnicidad, dialecto y religiosidad son las claves del aporte de los inmigrantes piamonteses cuando llegaron a nuestras tierras. El Pbro. Edgar Stoffel aportó su investigación sobre el tema. textos de Edgar Stoffel

No podemos dejar de recordar la importancia que ha tenido la emigración de la población piemontesa hacia nuestro país entre 1876 y 1915. Se convirtió en el destino por excelencia de esta población, al menos hasta comienzos del siglo XX.

Las razones que están en la base de este fenómeno enraizan en la tradición migrante de la región y en la crisis que -debido a diversos factores- vive el Piemonte, especialmente en el ámbito agrario entre 1880 y 1894, que lo convierten en un área marginal de la economía y política italiana.

A esto debemos agregar la fuerza atractiva de la `terra promessa' que genera en los piemonteses la esperanza de lograr en ella mejores condiciones de vida, incrementada por las informaciones que los emigrados remiten al `paese', la propaganda de las empresas marítimas, y la rápida consolidación de una comunidad de pertenencia fuertemente étnica.

De las provincias con la que contaba esta región, las mayores expulsoras fueron Cúneo (76,47%) y Alessandría (66,47%), siguiéndole a razonable distancia Torino (54,45%) y Novara (50,90%). Estos porcentajes están en íntima relación con el tipo de tierras dedicadas a la agricultura y la atomización de la propiedad.

De hecho, las zonas de las que provienen la mayor parte de los inmigrantes se corresponden con los sitios mas montañosos donde la tierra es poco fértil y donde se cuenta un propietario cada 4 has. En palabras de Beppe Fenoglio, una verdadera `tierra della malora'.

Llegados a nuestro país -tras un viaje que duraba alrededor de un mes- se distribuyeron por todo el país y se dedicaron a las más variadas actividades. En su gran mayoría se abocaron al trabajo agrícola para el que sus rudimentarias técnicas y la colaboración del grupo familiar (con lo que se reproducía la práctica laboral de los `paese' de origen) le eran harto suficientes.

Construir un mundo propio

Santa Fe y Córdoba (cuyas tierras feraces se destinaron a la agricultura) fueron las que más se vieron favorecidas por la presencia piemonteses. Tras una breve experiencia laboral como medieros o peones en las colonias más antiguas, la colonización del oeste santafesino y -a posteriori- el este cordobés fue la oportunidad para que ellos generaran su propio `mundo', experiencia que elevarán a la categoría de gesta o epopeya y que quedará reflejada en las obras de Lermo R. Balbi en Los nombres de la tierra y Continuidad de la Gracia y 'Nui, la Pampa Gringa (Nosotros, la Pampa Gringa). 1887-1910, de Norma G. de Minardi.

Comentando las primeras, Osvaldo Valli señala que "sobre bases logradas a través de minuciosos rastreos en documentos y crónicas y especialmente de la tradición oral de la comunidad, Balbi reelabora utilizando el esquema mítico del viaje, el periplo iniciado por los piamonteses en búsqueda de la tierra prometida, logrando hacer de la gesta piamontesa el paradigma de todas las gestas, de todos los hechos protagonizados por el hombre".

El ámbito espacial de este verdadero hiterland abarca el departamento Castellanos, el oeste de Las Colonias, buena parte de San Martín y San Jerónimo y el oeste de San Cristóbal, en Santa Fe, y el este del departamento San Justo, en Córdoba.

Un recorrido por las colonias de la zona no deja lugar a dudas sobre la identidad piemontesa tal como sucede -por citar algunos ejemplos- en Saguier, donde el 91,3% de las familias era de ese origen, San Francisco (80%), Rafaela (76,5%), Pte. Roca (73,3%) y Susana (54,9%). También podemos decir lo mismo de Gessler, Lehmann, Vila, Marcos Juárez y Freyre.

Nuevas multitudes

Esta masividad de los piemonteses ya queda registrada en 1884 por E. De Amicis, quien al visitar la colonia San Carlos -cuyos orígenes fundacionales estaban ligados a otras corrientes migratorias- registra: "Un enjambre de jovenzuelos y de niños se llamaban por sus nombres entre la multitud, con los diminutivos acostumbrados de los piamonteses, y reconocí la pronunciación del Alejandrino, del de Pinerolo, del de la provincia de Cuneo y de otros lugares, cuya acentuación era tan clara como la de la misma madre patria".

Y continúa: "Algunos, llamados por mis compañeros, empezaron a acercarse; a los pocos momentos me vi en derredor una multitud que me hurtaba por todas partes. No tuve necesidad de preguntar a nadie, me dirigieron en seguida la palabra ellos con avidez. Me relataron todos de que país eran. Yo soy de Caluso. Yo soy de Gallanico. Yo de San Segundo. Yo de Dromero. Muchos eran de los alrededores de Pinerolo. �Cómo va por allá? Me preguntaban. Algunos me pidieron noticias de sus parientes como si fuese natural que yo los conociera. Otros se quedan admirados y reían de contento entre ellos mismos, oyéndose citar el nombre del antiguo alcalde o el del secretario del Ayuntamiento de su pueblo".

En 1895, ya avanzado el proceso de colonización, Giorgio Racca escribe a sus padres: "No demoren mucho tiempo si tienen ganas, ahora no es más como una vez, venir a América ahora es lo mismo como ir a Pinerolo, hay más italianos aquí que allá".

En el nuevo mundo

Ya en el nuevo mundo y al igual que en la actividad agrícola, estos inmigrantes actualizarían en el campo religioso sus prácticas ancestrales, en primer lugar lo referente al cumplimiento del precepto dominical.

De Amicis describe un domingo en la colonia San Carlos: "La Iglesia se hallaba llena hasta la puerta; muchos labradores estaban oyendo la misa fuera del templo, unos de rodillas y de pie otros, teniendo el sombrero apretado contra el pecho'.

La lejanía del templo no era obstáculo para no cumplir con el precepto dominical. Por ejemplo, la familia Olivero se trasladaba en pleno desde Rafaela -que por entonces no tenía iglesia- hasta la colonia Pilar para participar de la Misa y adquirir las provisiones necesarias para la semana, como así también los colonos de la zona de Lehmann, entre otros.

En 1895, G. Racca se permite recordarle a sus padres: "Miren de ir a Misa, yo siempre he ido, no van cuando cortan los granos". Y en 1900 -ya con sus padres en Argentina- le escribe a su hermana: "Vamos a misa todas las fiestas. Vamos a Misa a Vila. Tenemos un sacerdote que viene de Pinerolo, es un buen sacerdote". En 1904, es su madre la que escribe desde colonia Ramona: "Todos nosotros las fiestas vamos a misa".

La imposibilidad de participar de la misa no deja de ser causa de lamentación, como sucede con Lucía Grandis, quien señala a su hija que no le gusta esta tierra "porque no podemos ir todos a misa, es necesario que dos se queden en casa para mirar los animales, salimos lejos dos leguas", o cuando le pide que ruegue por ella en la iglesia de Volvera, ya que siendo tiempo de cosecha no puede ir a misa.

Esta importancia dada al cumplimiento del precepto dominical y la dificultad para su cumplimiento por las largas distancias es una de las razones de que -al poco tiempo de que se colonice un campo en la plaza de la zona- se comience primero a celebrar la misa por parte del sacerdote de la capellanía o Parroquia mas cercana en algún lugar preparado al efecto y poco después se comience a construir una capilla de pequeñas dimensiones, que luego se irá ampliando o se reemplazará por un templo de mayor envergadura.

Otras prácticas de devoción

Junto con la Misa, las demás prácticas devocionales reviven el mundo dejado y ocupan un lugar privilegiado el rezo del Rosario, que se realizaba en familia o en el templo parroquial: Sunchales, domingo por la tarde; Ceres, por la noche y Rafaela, a las cuatro de la tarde.

También será de fundamental importancia la devoción al Sagrado Corazón de Jesús sentida por la feligresía y fomentada por la Jerarquía (no faltaba su imagen o cuadro en los hogares y en los templos y capillas) y al Santísimo Sacramento, el que por lo general era expuesto los domingos por la tarde o en ocasión de las `Quaranta Ore'.

Entre las advocaciones marianas, la `Madonna del Pilone' de Moretta se venera en Santa Clara de Buena Vista y en General Deheza, la de la `Consulata' a nivel familiar y en Sampacho, y la de las Nieves, en Castelar.

Lo mismo sucede con los santos más populares como San José y San Rocco, con altares en la mayoría de los templos de la zona y algunas capillas particulares puestas bajo su advocación; San Grato y San Chiaffredo, a quienes también se le dedican capillas privadas.

También es generalizada la devoción a San Antonio Abad, cuya imagen se encontraba en varios templos y era el patrono de Lehmann. Todavía es posible escuchar la Invocación `S' Antonio patan� ...'.

Miedos de agricultores

En Los Nombres de la Tierra, se recrean los gestos religiosos de los campesinos de Aráuz frente al temido granizo: "La madre sacaba entonces las manos de su basquiña parda en cuyos bolsillos rotos parecía perderlas cada vez que se quedaba mirando el vacío y se decidía a hacer lo que hacía siempre en esos momentos. Tomaba dos hojas de olivo bendito y las ensartaba con la otra de manera que hiciera una cruz, la cual era encendida con una vela consagrada", mientras decía unas palabras.

Al igual que en los `paese' natales, la fiesta patronal adquiría una dimensión particular caracterizada por la presencia en masa de toda la colonia e incluso de colonias vecinas y en la que se entremezclaban los aspectos religiosos y profanos. Pastoralmente era una ocasión para reafirmar los principios cristianos a través de variadas actividades espirituales o la predicación de alguna misión popular.

Pero también aquí como en el Piamonte natal no faltaron militantes anticlericales y ligados a las logias masónicas como Juan M. Alberto (nacido en Vigone en 1837) y con una destacada actuación en San Carlos Centro Luis Maggi (nacido en Alesandría y combatiente por la unidad italiana) y Massimo Ghione en Rafaela.

En esta colonia, la más importante del centro oeste santafesino, la masonería tuvo una importante actuación en la construcción de la comunidad urbano y un fuerte sesgo anticlerical, fundado en la premisa `prete alla vanga', aunque más mitigada que en Italia.

Vocaciones sacerdotales

En muchas colonias se celebraba el `XX de settembre' -una especie de fiesta patronal paralela- al punto que el Obispo Boneo debió llamar la atención a los fieles que participaban en ella. Pero a la par era común escuchar cantar a no pocos piemonteses el "E vero che e morto Garibaldi, pum!".

Otros factores que al parecer afectaban la tradicional religiosidad estaba dada por la bonanza económica y la falta de una instrucción catequética más orgánica, tal como lo señala el Pbro. Donzelli, al hablar de los colonos de Vila.

De este variado y rico `humus' religioso surgirán como fruto privilegiado no pocas vocaciones sacerdotales y religiosas tanto entre los diocesanos (Gioda, Balbiano, Tonda, Re, Mautino, Ferrero, Giovannini) como entre los salesianos con su casa en Vignaud y su Colegio San José en Rosario, al cual asistían numerosos adolescentes.

Aleccionados por esta experiencia, en 1948 los Misioneros de la Consolata de origen turinés que atendían en Presidente Roca desde mediados de la década del 30 intentaron crear un Seminario sin mayor éxito, aunque sí lo lograron en San Francisco.

Cabe agregar que, como en otros ámbitos, también en lo religioso se impuso el estilo piamontés marginando, en especial a la ya debilitada religiosidad criolla hasta suplantarla totalmente.

El dialecto, lengua oficial

Es de destacar la importancia que tuvo el dialecto de origen de los piamonteses que, al decir de D. Imfeld, se convirtió en una verdadera "fuerza identataria", teniendo en el núcleo familiar su bastión principal.

Harto elocuentes son los testimonios recogidos en la segunda década del siglo XX en Freyre, donde se señala que "la lingua ufficiale � qui il piemontese" y en Santa Clara de Saguier donde, hasta el Juez de Paz y el Comisario, a pesar de que eran argentinos, hablaban dicho dialecto. Era la práctica habitual en las casas de comercio y en diverso tipo de reuniones.

Su influencia se mantuvo hasta la década del '50, a pesar de la descalificación que sufría en el ámbito educativo y su asimilación con el mundo rural alejado de la cultura urbana.

La centralidad del piamontés que en la vida cotidiana llega a suplantar al idioma oficial de nuestro país pone de manifiesto la supremacía como grupo étnico y económico de los hablantes originales. Sus descendientes, siendo ya argentinos, se identifican por varias generaciones con la lengua recibida.

Esto implica no sólo la conservación endogámica del dialecto sino también su asunción por parte de otros italianos que se encuentran en minoría frente a ellos, inmigrantes de otras nacionalidades e incluso los nativos que por razones laborales debían aprenderlo para entenderse con los propietarios de las chacras. No es exagerado afirmar que el piemontés se convirtió en la lengua franca de la región que nadie podía obviar.

Vivencias religiosas: imaginario católico

La práctica religiosa de los piamonteses, al menos en la región torinesa, se presenta compleja, articulada, fluida y a la vez contradictoria, y se caracteriza por la difusión de las nuevas devociones y cierta masividad.

Sobresalen el culto al Santísimo Sacramento y al Sagrado Corazón de Jesús y la devoción a la Virgen María y San José, con sus visitas al Sagrario, los primeros viernes de mes y los respectivos meses (de mayo, del Sagrado Corazón en junio y el del Santo Patriarca).

Los Santuarios marianos situados en el arco alpino ven renovada la afluencia de peregrinos, en especial a la Virgen de Oropa, y crece la devoción a la Virgen de la Consolata, de la Guarda y María Auxiliadora, esta última impulsada por los salesianos. En el ámbito campesino perduran la devoción a San Antonio Abad (protector de los animales), San Grato (protector de los sembradíos), San Rocco y San Pancrazio (protector de las enfermedades) y San Chiaffredo, entre los de Cúneo.

Por doquier se yerguen `pilones' y ermitas, las fiestas del Patrono del `paese' constituyen uno de los momentos más importante en la vida de la comunidad ya que -a través de ella- los vecinos se reconocían como miembros de una colectividad social y religiosa y, en el plano personal y familiar, el rezo del Rosario conserva toda su vigencia.