María L. Lelli
Ya los créditos dan cuenta de un estilo reconocible, mientras la música sugiere y marca el ritmo de un relato nutrido de suspenso que se ensambla con una carga dramática en permanente tensión. Distanciada del humor, la ironía, esta vez, se potencia en el devenir de las experiencias que atraviesan los protagonistas, y más aún reside en el centro mismo del argumento. La tragedia (de matiz griega) se impone sobre los cánones del thriller, para instalar en la trama un tormentoso conflicto moral. Este conjunto de características habla de un discurso propio que configura la obra de Woody Allen. Más allá de las variantes que aparecen en las distintas etapas de su producción, aquellas piezas lo configuran como un autor indiscutible por el modo de contar sus historias, por las temáticas que trabaja y por la riqueza artística que distinguen su cinematografía.
Con la capital inglesa como escenario, "El sueño de Cassandra" (Cassandra's dream , Estados Unidos, Reino Unido, 2007) propone, justamente, un relato dramático y conmovedor sobre dos hermanos, Ian (Ewan McGregor) y Terry (Colin Farrell), pertenecientes a una familia de clase media británica atravesada por el deseo de acceder a un nivel social y económico más cómodo y placentero. Las dificultades financieras perturban a ambos personajes que, sin embargo, deciden comprar un velero cuyo nombre da título al filme.
A partir de ese episodio, sus vidas ingresan por un carril en el que el destino se volverá irónico y fatídico. Ian, promovido por cierto exitismo y convencido de no querer ser el simple administrador del restaurante familiar, se deja conducir por su pragmatismo a la hora de alcanzar lo que ansía. En su caso, el motivo de sus desvelos es una seductora actriz, Angela (Hayley Atwell), quien tampoco esconde su ambición por consagrarse como una gran figura. Para conquistarla, el mayor de los hermanos finge ser un empresario hotelero con negocios en Los Ángeles.
Opuesto, Terry es compulsivo, ansioso y siente como un peso todo aquello que realiza. Trabaja en un taller mecánico, y sus deudas por el juego lo han llevado a una situación desesperante que sobrelleva con el alcohol, el cigarrillo y las pastillas. De este modo, Allen construye dos seres, cuyas personalidades parecen estar en las antípodas, y que, desde que asumen la representación de ciertos valores y condiciones de vida de la sociedad contemporánea, se ligan en una totalidad perfecta.
La llegada del triunfador tío Howard (Tom Wilkinson) -cuyos logros económicos enorgullecen a la madre de los hermanos, pero no así al padre, quien prefiere conservar como principio ético el valor del trabajo honrado-, se presenta como la gran y única posibilidad de salvación. Ian y Terry necesitan dinero, el tío puede brindárselo, pero a cambio éste les pide que "se deshagan" de un hombre que se ha vuelto un estorbo para sus intereses. "Que parezca un accidente", los instruye durante una conversación cruzada por dilemas éticos y valoraciones racionales acerca de lo que significaría cometer un crimen.
Tal como en la anterior "Match Point" (2005), aquí la cámara guiada por Allen recorre Londres en un registro dramático, en el que la oscuridad de sus personajes navega entre lo inesperado, lo irreversible y lo traumático. "El sueño de ..." se constituye, de tal manera, en una cinta que corre el riesgo de reiterar un molde ya visto. Aún así, los méritos del creador neoyorquino hacen de ésta una cinta mucho más que interesante.